Ciudadanos
Arrimadas: la decepción del cambio
En el aniversario de las elecciones en las que doblegó al independentismo con más de un millón de votos crecen las dudas sobre si la líder de Cs ha sabido capitalizar ese histórico triunfo
En el aniversario de las elecciones en las que doblegó al independentismo con más de un millón de votos crecen las dudas sobre si la líder de Cs ha sabido capitalizar ese histórico triunfo.
Aquella noche del veintiuno de diciembre logró un resultado histórico: un millón ciento nueve mil setecientos treinta y dos votos. Un año después, Inés Arrimadas García sigue siendo una especie de enigma, una mujer de quien muchos ahora se preguntan si ha sabido aprovechar del todo ese triunfo frente al nacionalismo. «Inés está ante una duda hamletiana: ser o no ser», dice un ex dirigente de Ciudadanos crítico con su antiguo partido. Lo cierto es que la dirigente naranja en Cataluña, la primera mujer en vencer al soberanismo, no logró por la falta de apoyos constitucionalistas la presidencia de la Generalitat. Lo que para muchos fue una victoria virtual, para otros se traduce en una dura batalla política. Mientras en la órbita de partidos como el PSC y el PP opinan que sus resultados no han conseguido eclipsar al separatismo, en la cúpula de Cs defienden su labor valiente y arriesgada. Inés ha tenido voz en el Parlament, a veces en sesiones muy broncas, pero adolece de potencia en la sociedad civil y escaso arraigo en un sector de la tradicional burguesía catalana no nacionalista.
Andaluza sin dejar de ser catalana, Arrimadas fue un meteorito electoral. Guapa, lista y con gancho, nacida en Jerez y vecina de la plaza Tetuán de Barcelona. Estudió Derecho en Sevilla y aterrizó en Cataluña hace once años. Trabajó de consultora y quedó prendada de Albert Rivera durante un mitin en la Ciudad Condal. Allí también estaba Francesc de Carreras, uno de los grandes ideólogos del partido naranja, que tiene una clara opinión: «Inés gusta mucho en Cataluña, pero fuera de ella mucho más». Ese continuo papel a caballo entre Barcelona y Madrid le ha granjeado falta de sintonía con Albert Rivera. Aunque todos públicamente lo desmienten, en el círculo interior reconocen «celillos» del gran líder hacia su cariátide catalana, a quien acude cuando electoralmente la necesita, como se ha visto en Andalucía. En esa dura campaña Inés tenía más gancho que el propio candidato, Juan Marín, y su figura fue clave en el ascenso de Ciudadanos en esta comunidad.
Pero ha pasado un año de aquel 21-D y el balance es desolador.
Un año de brutal tensión entre Cataluña y Madrid, un Govern separatista con un fugitivo en Waterloo y un visionario en La Generalitat. Una operación diálogo fracasada que forzó a Mariano Rajoy a la aplicación del 155. Una parálisis institucional en el Parlament, con los dirigentes soberanistas en la cárcel a las puertas de un juicio contra el «procés». Y un Pedro Sánchez dispuesto a todo con tal de mantenerse en La Moncloa, bajo la amenaza de violencia radical en las calles. Ante este turbio panorama sectores empresariales y de la sociedad civil catalana se hacen la gran pregunta: ¿mereció la pena votar a Ciudadanos? ¿Sirvió de algo su victoria? La respuesta, para unos, es que Inés Arrimadas desperdició la ocasión. «Ha estado en el limbo», se lamentan estas fuentes. Para otros, sin embargo, la dirigente naranja se ha batido en el cobre en el Parlament, vive resignada con escolta, recibe numerosas amenazas de muerte y es insultada por el separatismo. Pero persiste la incógnita de dónde irá ahora el voto no nacionalista, sobre todo con la irrupción de Vox y los nuevos rostros del PP fuera de la militancia política, como el empresario Josep Bou hacia la Alcaldía de Barcelona, sin olvidar al aspirante de Cs, Manuel Valls.
Inés llega casi de noche a la estación madrileña de Atocha todos los lunes para el Comité Ejecutivo del partido, y vuelve a Barcelona por la tarde. En su despacho del Parlament trabaja rodeada de su núcleo duro: Carlos Carrizosa, Fernando de Páramo y José María Espejo. Todos piensan que la figura de Arrimadas sigue siendo decisiva para ganar al nacionalismo. «Podían haber hecho más y mejor», advierten por el contrario los críticos. Aunque hace un año Ciudadanos recibió votos del centroderecha y de la izquierda, expertos sociólogos opinan que ahora el electorado está mucho más fragmentado. Según ellos, a la lideresa naranja le ha faltado «fuelle en la calle» y arraigo en sectores empresariales y de la alta burguesía antaño votantes de CIU. «Su oferta ha sido valiente pero poco inteligente», aseguran ante el difícil equilibrio entre el españolismo y el catalanismo político. Lo cierto es que en unas nuevas elecciones las encuestas otorgan el primer puesto a Esquerra Republicana, con una fuerte fragmentación del voto no nacionalista.
El gran problema es la previsible suma del voto independentista, con un radicalismo ascendente ante el inminente juicio contra el «procés». Desde Ciudadanos culpan al PSC y al PP de no haber unido sus fuerzas para que una mujer alcanzara la presidencia de la Generalitat. «Les faltó coraje», denuncian los dirigentes naranjas. Por el contrario, socialistas y populares rebaten que Arrimadas ha mantenido una cierta inseguridad que ahora ya no genera la confianza de hace un año. Inés y su núcleo duro insisten en el hartazgo de la sociedad catalana y confían en un buen resultado en las municipales de mayo: «Se han sentado las bases para vencer al separatismo». Pero los críticos rechazan la figura de Manuel Valls, el ex primer ministro francés que procede del socialismo, cuando Ciudadanos se define como un partido de centro, liberal y progresista. Precisamente estas veleidades han ensombrecido la victoria de Inés Arrimadas y hacen difícil un nuevo triunfo electoral.
Mientras, esta mujer delgada, pizpireta y de enormes ojos marrones, sigue en la brecha y algunos la quieren en el liderazgo nacional, con gran enfado de Albert Rivera. Un día se afilió a Ciudadanos, pidió una excedencia en su trabajo y rompió moldes el 21-D, pero ahora muchos ven que ha perdido la ocasión de cautivar a esa mayoría silenciosa frente a las iras de la independencia, a la Cataluña moderna y emprendedora. Se casó con un convergente antaño coqueto con el soberanismo, Xavier Cimá, duerme y come poco, hace gimnasia cuando puede y vence su timidez con vasos de leche y un saquito de nueces. «Si hubiera seguido con mi pasión, la arqueología, hoy no estaría aquí», confiesa ante un pasado algo desdibujado y decepcionante ante el cambio que pudo ser y no fue.
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