Política

Caso Bárcenas

Bárcenas, el hombre que viaja en taxi

Desde que cayó en desgracia, su imagen va ligada al «servicio público»

Un «paseíllo» entre cámaras y abucheos
Un «paseíllo» entre cámaras y abucheoslarazon

Hablaba Mesonero Romanos de los «cesantes» como una nueva clase de «muertos civiles» surgida al calor de los vaivenes políticos. De un día para otro, desposeídos de sus prebendas y su oficio, volvían a la grisura y el ostracismo. A los «cesantes» de hoy –los corruptos o los presuntos corruptos, los imputados, los indagados o sólo y simplemente sospechados– se los delata hoy en día por una cosa: ellos viajan en taxi.

Luis Bárcenas es, desde que se le apeó del coche oficial y la compañía de un par de escoltas, un hombre pegado a un taxi y su dedo disparado en la acera de Príncipe de Vergara va camino de convertirse en una instántanea de esas que hacen época: la del desencanto político y los fantasmas mal exorcizados de la joven democracia. El hombre que adquirió a tocateja dos plazas de garaje en el barrio de Salamanca –cada una por valor de 100.000 euros– no usa vehículo propio y ayer, como a diario, recurrió al servicio público para personarse en la Fiscalía Anticorrupción. De Príncipe de Vergara a Manuel Silvela, una carrera irrisoria para cualquier taxistas pero, indudablemente, algo que contar durante años en las tascas del gremio.

En pleno barrio de Salamanca, el distrito que levantó con su dinero y su salud un admirable banquero de dudosa reputación –también don José de Salamanca tuvo su «pelotazo» bursátil a principios del XIX–, cuenta Bárcenas con 220 metros cuadrados de vivienda. Y ello para disgusto del vecindario, que se desayuna cada día entre una nube de periodistas. El enjambre de cámaras y micrófonos lo esperaba ayer en Chamberí, en las dependencias judiciales donde estuvo declarando tres horas.

Habitual de los gabanes color crema y discretas corbatas Oxford, patillas de hacha y corpulencia de buen alpinista, don Luis no se apea del señorío y cierta chulería velada con que se manejó durante sus años de apogeo político. En Génova era conocido como «Míster No» por su supuesto escrúpulo a la hora de autorizar pagos sin justificar. Su procedencia, como si de un personaje de Balzac se tratara –«las grandes fortunas esconden cosas terribles», escribió el francés–, nunca estuvo del todo clara entre la clase política. Se sabía que fue senador por Cantabria, y bastante respaldado por sus votantes, pero no era cántabro. Y con todo lo que le ha sobrevenido, se ha conocido al fin lo más irónico de todo: Bárcenas nació en Calañas, pequeño y apartado pueblo de la provincia de Huelva.

De allí al barrio de Salamanca y del barrio de Salamanca a Suiza o las Islas Bermudas, va un largo rastro de dinero que aún está por ver si fue o no limpio y cuánto y cómo. El asunto ya es «trending topic» periodístico y vecinal, mientras don Luis alza con aplomo el dedo y para el siguiente taxi. Sólo una cosa queda en claro, por ahora, de tan misterioso personaje: él prefiere el servicio público.