Juana Rivas

Me caerán piedras, pero, Querida Juana, así NO

Cuando el derecho y el corazón chocan

Juana Rivas sale de los juzgados de Granada tras acordarse su libertad provisional en noviembre del pasado año
Juana Rivas sale de los juzgados de Granada tras acordarse su libertad provisional en noviembre del pasado añoPEPE TORRESAgencia EFE

Por mucho que intentemos mantener la cabeza fría, hay casos que nos arrastran a la emoción. El de Juana Rivas, la madre granadina condenada por sustracción de menores, y ahora de nuevo en la palestra por su batalla legal para que su hijo de 11 años no regrese a Italia con su padre, es uno de ellos. Un niño que manifiesta, con firmeza, que no quiere volver. Un menor que ha sido escuchado por expertos, por psicólogos. Un niño al que todos queremos proteger. Un padre que está siendo investigado por la autoridad judicial en Italia por supuestos malos tratos en el ámbito familiar. Pero proteger no siempre es tan simple como parece.

Este caso pone sobre la mesa una realidad incómoda: los procesos judiciales que cruzan fronteras son lentos y farragosos. Italia y España no comparten exactamente los mismos criterios sobre custodia, patria potestad o sustracción. Cuando el conflicto se traslada a dos jurisdicciones distintas, el drama personal se convierte en un laberinto jurídico.

En medio de ese laberinto, está el niño. Él ha hablado. Le hemos escuchado hablar de su deseo de quedarse. Pero también hay una sentencia firme, una patria potestad compartida, un marco legal que no puede ignorarse sin poner en jaque todo el sistema. ¿Qué pesa más? ¿La ley o el bienestar inmediato del menor?

Las separaciones son, muchas veces, territorios pantanosos. Esta, claramente, lo es. El retrato que se dibuja de Juana Rivas y su expareja no es el de una pareja que rompió civilizadamente, sino el de dos adultos atrapados en una espiral tóxica, cuya relación nunca debió llegar a la maternidad. Y eso, lamentablemente, tiene consecuencias.

Es comprensible que una madre intente proteger a su hijo. Pero hay límites. Exponer al menor públicamente, incluso con la mejor de las intenciones, lo convierte en rehén de la narrativa adulta. Lo traumatiza. Lo convierte en símbolo cuando solo debería ser un niño.

La justicia necesita ser más ágil, más humana, más preparada para escuchar sin dilación. Pero también necesitamos madres y padres capaces de proteger sin utilizar, de amar sin exponer y de ceder sin destruir. Porque al final, entre el ruido mediático y las batallas judiciales, se pierde lo más importante: el derecho del niño a una infancia en paz.

Sé que me caerán piedras, pero, Querida Juana, creo que esta semana volviste a equivocarte al permitir, o incluso favorecer, que tu hijo fuese sometido a este escrutinio mediático. La lucha que dices abanderar por su bienestar no te exime de respetar su privacidad.

Y, por cierto, el Gobierno también vuelve a equivocarse a hacer ideología partidista con este caso. Su función no es hacer el discurso que cree que le da más rédito ante la opinión pública, sin respetar lo que debe saber sobre cómo funciona nuestro sistema de protección de los menores.