Navarra

Cuando el guardia civil es el malo

Agentes de Alsasua relatan el acoso que sufren a diario en los pueblos pese a que ETA no mata

Un guardia civil vigila ayer la manifestación de los radicales que pedían que fueran expulsados del pueblo
Un guardia civil vigila ayer la manifestación de los radicales que pedían que fueran expulsados del pueblolarazon

Agentes de Alsasua relatan el acoso que sufren a diario en los pueblos pese a que ETA no mata

El cuartel de la Guardia Civil de Alsasua vive estos últimos días bajo el foco de los medios de comunicación. Por desgracia, no es la primera vez que esto ocurre y, como las anteriores, los propios guardias civiles destinados en la localidad navarra preferirían no ser los protagonistas involuntarios de una historia de violencia llevada a cabo por los afines a la izquierda abertzale. Aun así, la pareja de la Benemérita que custodia la entrada al cuartel de Alsasua atiende solícita y educada a los periodistas que se acercan por allí buscando poder hablar con sus compañeros agredidos.

«Me temo que no va a ser posible, los abogados les han recomendado no hablar mientras prosiga la investigación», contestan tras hacer una consulta telefónica a un superior. Aseguran que se encuentran bien de ánimo «dentro de lo que cabe». Los agentes reconocen que su situación en pueblos como Alsasua no es la de años atrás, cuando la violencia etarra estaba en pleno apogeo, pero episodios como el de la pasada semana dejan a las claro que los rescoldos de un tiempo pasado, que sin duda no fue mejor, siguen latentes.

Los guardias civiles prefieren no dar sus nombres, pero no tienen reparos en denunciar que, a su juicio, cinco años después del cese de la actividad armada de ETA, la violencia sigue muy presente en determinados lugares. «¿Una pelea de borrachos?», se preguntan irónicos. «Pero si iban tranquilamente con sus novias y les atacaron entre un montón de gente», protestan. Los agentes consideran que «esas décadas largas de violencia han dejado episodios de odio y actitudes de violencia muy difíciles de erradicar». Ayer mismo, según los guardias civiles, había convocado un escrache delante del bar que regenta el padre de una de las novias de los agentes atacados. Sin embargo, al parecer no se produjo, como reconocieron ellos mismos.

«Creemos que va a costar desmontar el discurso del ‘‘algo habrán hecho’’ entre la sociedad vasca», prosiguen. «Al menos entre una parte de esa sociedad que todos conocemos», proclaman en relación a la izquierda abertzale y a su camarilla. «No hay más que ver que cuando la mayoría de grupos políticos habían condenado esta execrable acción, Sortu se desmarcó para seguir buscando la fractura».

Y esa fractura es bastante evidente estos días a poco que uno se dé una vuelta por el pueblo. Un grupo de jóvenes entra en una cafetería y conmina al dueño a cerrar sus puertas a la una de la tarde, momento en el cual daría comienzo la marcha «anti- Guardia Civil». Además, animan al hostelero a colocar en el escaparate un cartel que dice en euskera: «En defensa de Alsasua. Basta ya». Cuando se marchan, una señora que parece clienta asidua del establecimiento le pregunta con confianza al panadero: «¿Qué vas a hacer?». «Habrá que cerrar», contesta él, mientras mira de soslayo los cristales de su pequeño negocio y sopesa el coste de las lunas en caso de ruptura accidental.

En el pueblo hay varias pintadas en favor de los presos. Los contenedores amarillos para los envases de plástico están pintados en con dos franjas rojas, una en la parte superior y otra en la inferior, asemejando una bandera española que posteriormente es tachada con tinta roja. En muchos contenedores verdes, el color de la Guardia Civil, se pueden leer pintadas de «Alde hemendik» («Fuera de aquí»). Ante este panorama, los agentes que patrullan en sus coches no reciben precisamente saludos cordiales de los vecinos. Algunos no lo harán por simple temor a lo que puedan decir sus convecinos, y otros, porque aún llevan en el ADN actos de violencia e intimidación vinculados a un pasado cercano y que parece que aún tardará en cerrarse. «Seguiremos trabajando en pos del ciudadano, aunque nos insulten», sentencian los guardias civiles.