Opinión
La inocencia del contribuyente
Por suerte, solo quedan dos políticos, y medio, que aún se aferran a la retórica rancia, siniestra y efectista: Sílvia Orriols, María Jesús Montero y, ocasionalmente, Gabriel Rufián
Los que tenemos más de 60 años tuvimos la oportunidad de escuchar a nuestros abuelos dándonos testimonio directo de lo que fue la guerra civil en nuestro país. Pronto, buscamos documentos de la época para completar ese relato y, aparte de abundante literatura y cine documental, pudimos escuchar registros sonoros de los discursos políticos. Nunca se me olvidará la siniestra sensación que sentí al escuchar por primera vez la dicción heroica que se usaba comúnmente en los mítines de la época. Era una entonación enfática, teatralizada, melodramática. Los políticos de la época hablaban de una manera altisonante, grotesca, con tendencia al cataclismo, de resonancias siempre drásticas, destinadas a mostrar cualquier asunto como si fuera cosa de vida o muerte. Con esos planteamientos argumentales no es extraño que la cosa se les fuera de las manos y todo acabara como acabó. Actualmente, que sigan usando esa retórica rancia, siniestra y efectista, solo quedan por suerte dos políticos (y medio) de cierta presencia en los medios. Son Sílvia Orriols, María Jesús Montero y, ocasionalmente, Gabriel Rufián.
Por suerte, el país ha cambiado y hoy en día cuesta más compatibilizar esas siniestras retóricas del pasado de los años 30 con noticias tan cotidianas, monótonas, repetidas y aburridas como la que escuchamos cada año cuando se nos notifica, por estas fechas, que se ha abierto ya la campaña de la declaración de renta.
Ustedes se preguntarán a santo de qué relaciono hoy la siniestra retórica de los 30 con la nueva campaña de la renta que nos espera. Pero es que ha habido algo este año que me ha inquietado. Como seguramente sabrán, la semana pasada, en un mitin, la Ministra de Hacienda se dejó emitir un inflamado alegato contra la presunción de inocencia. Lo hizo con unos sobreactuados gritos, increpaciones y desmayos que recordaban mucho a aquellas tétricas retóricas de los años 30 que tanto la caracterizan. Con ese mismo tono, al poco, cargó contra las universidades privadas pintándolas como unos amenazadores vampiros que solo piensan en la mejor manera de desnutrir a la clase obrera. Yo, en circunstancias normales, hubiera pensado con simpatía que ambas segregaciones mentales se debían únicamente a la habitual patología de nervios destemplados que embarga a esta mujer cuando ha de hacer declaraciones. Pero es que, casi simultáneamente, me ha llegado por tercer año consecutivo una revisión de mi declaración de Hacienda a la vez que se abría la nueva campaña.
Bien, como ciudadano contribuyente estoy dispuesto a dar todas las facilidades a la Agencia Tributaria para comprobar mis gastos e ingresos. Pero que cada año caiga sobre mí una revisión en la cual se me discuten los gastos que justifico como autónomo me parece una persecución excesiva. Que esas repetidas revisiones coincidan precisamente con los últimos tres años en los que con mis columnas me he significado por criticar vehementemente con variados símiles y epítetos al Gobierno es una coincidencia muy desagradable. No estoy diciendo en ningún modo que el Ejecutivo esté persiguiendo por los más diversos medios a aquellos que discrepamos de su santa labor. Qué va, qué va, qué va. Estoy seguro de que de ningún modo pasa tal cosa. Líbreme dios de dudar de la neutralidad y ecuanimidad de nuestra Agencia Tributaria, a los pies de la cual me postro, santiguándome, y deseándole la mejor de las saludes. Ahora bien, cuando oyes a la ministra de ese negociado diciendo que la presunción de inocencia es poco menos que un estorbo para sus pensamientos, comprenderán que como contribuyente insistentemente revisado –y extrañamente repetido– quede un poco inquieto. Si no se fían de la información que les facilito, es probable que piensen que no pudiera ser inocente. Y dado cómo trata la ministra a la inocencia, exigiendo que sea algo que ha de demostrarse, eso me hace sentir los peores temores ante cómo pueden ser tratados por su negociado todos aquellos que se encuentren en una situación parecida a la mía.
Insisto en que seguro que se trata de una desgraciada casualidad y en ningún modo dudo de la ecuanimidad impositiva de la ministra y que descarto que haya en marcha una persecución a aquellos que somos críticos con su labor. Beso allí donde pisan las santas autoridades y sus fabulosos y apuestos equipos de inspectores. Pero constato entonces que alejar de mí esa sospecha me lleva a una conclusión que es más preocupante.
Es la de que, si yo no soy la víctima de una persecución personalizada reducida estrictamente a los críticos, eso quiere decir que esto le está sucediendo entonces a un montón mucho más amplio de mis compatriotas contribuyentes. Y eso significa que se está masacrando a los autónomos, a las pequeñas empresas y al pequeño contribuyente que tiene rentas básicas, haciéndoles sentir una presión asfixiante. Saber que ese es el horizonte que espera a tu declaración de Hacienda cada año temo que sea la manera más directa de que el personal abomine de la idea colectiva de los tributos. Algo muy poco conveniente, justo ahora, que se pretende aumentar el gasto impositivo en armarnos. Quizá necesitemos para convencernos a alguien que ande un poco mejor de los nervios.