Casa Real
La liturgia de los discursos del Rey: quién pone las comas a Felipe VI
La controversia política por las palabras del Monarca en la ONU ha puesto el foco en una función clave que sigue rodeada de cierta mística
La frenética agenda del Rey en los últimos meses hace imposible, al menos para el común de los mortales, seguir el rastro de sus palabras. Felipe VI pronuncia cada semana una media de dos cursos (tirando por lo bajo), pero el de hace dos semanas ante la Asamblea General de la ONU a petición del Gobierno no fue uno cualquiera. El momento, tanto interno como internacional, provocó una serie de valoraciones políticas del mensaje que no son muy habituales cuando el mensajero es el jefe del Estado. Para la izquierda de la izquierda, se quedó muy corto al no pronunciar la palabra «genocidio»; para la ultraderecha, prácticamente actuó como una marioneta del Ejecutivo.
Si alguien esperaba que Felipe VI acusara al primer ministro de Israel de un delito por el que no ha sido condenado en tribunal alguno, es que no conoce cómo funciona Zarzuela y, sobre todo, cuál es la función que la Constitución le reserva. En cualquier caso, para los que tratamos de ir uniendo las piezas de cómo es la cocina de la Casa del Rey, la liturgia de la escritura de los discursos de Felipe VI sigue rodeada de cierta épica y algunas zonas grises que trataremos de desentrañar en este reportaje.
El decir y el callar
La respuesta a la cuestión de quién le pone las comas al Rey no es única ni sencilla. Basta comprobar la reticencia de ciertos expertos en hablar abiertamente del tema para darse cuenta de que es un asunto sensible y de alto calibre. Tal y como explica a LA RAZÓN Asunción de la Iglesia, profesora de Derecho Constitucional de la Universidad de Navarra, el jefe del Estado «tiene una facultad de mensaje para la triple función que le atribuye la Constitución en el art. 56: simbolizar la unidad y permanencia del Estado, ejercer la función de arbitraje y moderación en defensa de la Constitución y representar a España en las relaciones internacionales».
Según la autora de «Desafíos de la Monarquía parlamentaria», «esa función genérica de mensaje es un rol fundamental de la Jefatura del Estado, tal vez la más importante y compleja, pues requiere la máxima prudencia en el decir y en el callar».
Hasta aquí la doctrina. Pero, ¿quién escribe los textos? ¿Lo hace el Gobierno? ¿Se elaboran en Zarzuela y se envían a Moncloa para recibir el visé? Según fuentes conocedoras del ritual que piden conservar el anonimato, el ritual de las palabras reales funciona de una manera similar a como lo haría en otras instituciones o grandes empresas. No es el Monarca quien lo escribe de la A a la Z, pero todo lo que pronuncia es «suyo», no es nada ajeno en el sentido de que toma parte de una manera decisiva en el resultado final.
Como se decía al principio, el volumen es tal que los papeles no van y vienen a diario a Moncloa para ser aprobados. Además de que no existe ese requerimiento, sería literalmente imposible. Otra cosa distinta es que todas las «presencias» del Rey están refrendadas por el Gobierno, que es quien responde en último término de sus intervenciones.
Nadie abre la boca
Claro que no todos los discursos tienen el mismo peso. En el caso del pronunciado ante la ONU, no hay duda de que fue revisado por el Ejecutivo de Pedro Sánchez, que es quien dirige la política exterior. Otros también cruciales, como el que se pronuncia en las Cortes o el tradicional de Nochebuena, cuentan con un sello compartido por motivos evidentes.
Esta redacción coral de la que hablan las referidas fuentes cuenta con autores externos a la Casa según el tema que se vaya a tratar, además del par de funcionarios de Zarzuela que sigue más de cerca esta parcela. En este sentido, instituciones públicas como el Instituto de Comercio Exterior (ICEX) o la Real Academia de Española (RAE) y el Instituto Cervantes son imprescindibles para elaborar el mensaje más conveniente en cada caso.
Con todo ese material se elabora una «masa madre» con la que luego se va a hacer el pan. El anonimato es total y, aunque a veces resuenan ideas en la voz del Rey que se han oído en otros foros, nadie abre la boca ni se atribuye el «copyright» de Felipe VI.
También se tiene en cuenta la naturaleza de las personas que van a intervenir antes o después del Monarca para evitar conceptos redundantes. Para ello, los «sherpas» de Zarzuela elaboran un plan intenso de trabajo previo y se pone en marcha el primer borrador de lo que será la intervención real.
"Morcillas" reales
Los periodistas que siguen la información de la Casa reciben el texto del discurso apenas media hora antes de que sea pronunciado para facilitar su labor, aunque siempre con la advertencia de que solo valdrán "las palabras pronunciadas". Esto, que parece tan evidente, ha dado lugar en ocasiones a situaciones delirantes en las se ha acabado publicando un contenido que no ha existido. Es verdad que el Rey suele ser fiel a lo que está escrito, pero también lo es que, de cuando en cuando, hay algunas "morcillas" significativas o cambio de última hora al hilo de la actualidad.
La citada constitucionalista de la Universidad de Navarra cree que este método funciona y no es necesaria regulación alguna: «Lo importante es la coordinación, la lealtad institucional y el respeto a la función de neutralidad política del jefe del Estado, sin utilizar su autoridad para mensajes que no son de Estado. No debería instrumentalizarse la función de mensaje para posiciones divisorias o intereses de partido».
"Los actos del Rey se refrendan por los miembros del Gobierno, presidente o ministros. En los casos previstos por la Constitución también refrenda el presidente del Congreso. La concreción del refrendo en los casos de documentos es una firma que acompaña a los actos del Rey como jefe del Estado. En otros casos (por ejemplo en la representación internacional) es un refrendo tácito a través del acompañamiento de un miembro del Gobierno", concluye Asunción de la Iglesia.