Opinión

Manda Puigdemont

Pedro Sánchez nos quiso vender la burra de que era un tipo de la progresía guay con quien merece la pena pactar, porque será en beneficio de España

Carles Puigdemont
Carles PuigdemontOLIVIER MATTHYSAgencia EFE

Cuando sacó adelante su gloriosa investidura, Pedro Sánchez Castejón nos quiso vender la burra de que Carles Puigdemont es, en realidad, un tipo de la progresía guay con quien merece la pena pactar, porque será en beneficio de España. Puchi y sus mariachis rápidamente salieron a la escena para decirle: no, señor presidente, no se confunda porque a nosotros la gobernación de España «nos importa un comino» ( Bassa literal). Un comino y veinticinco, podrían haber remachado la famosa separata.

Le otorgaron la investidura a Sánchez no porque los puigdemones sean guay-progres ni guay-nada. A Puigdemont solo le importa su ombligo, o sea, la independencia, regresar a Gerona sin pasar por la cárcel y poner a España contra las cuerdas, mientras más tiempo mejor. A esos efectos, le da lo mismo aliarse con Putin o con Soros, que es quien de verdad movió la campaña pro-secesión, aunque nadie lo diga. Y le da igual aliarse con Pedro Sánchez que hacerlo con Alberto Núñez Feijóo. O coincidir con Vox en una votación.

Dice la progredumbre que una hipotética moción de censura contra nuestro mandarín es imposible puesto que Puigdi nunca va a querer votar lo mismo que Santiago Abascal. Se ríen y no paran los indepes ante semejante proclama. Será más complicado ver al verderón votar con el fugitivo que al contrario. El amnistiado sólo quiere liarla parda, y mientras más gorda mejor. O sea que, garantizado su regreso (que aún no lo está), lo mismo le da votar en contra de cinco leyes de Sánchez que, circunstancialmente, apoyar una moción contra el campeón.

El martes lo demostró con su habitual desparpajo, para humillación del mentado, que prefirió huir del Congreso antes que aparecer cabizbajo en los telediarios. Su estrategia de durar por durar, a costa de lo que sea, le llevó ayer a entrevistarse con el molt honorable president de la Generalitat, pato-cojo Aragonés, por ver si consigue desbloquear la investidura de Illa. El exministro de Sanidad es un gran tipo que sin duda merece acceder a Sant Jaume antes que el bandido gerundense, pero pensar que Aragonés García tiene alguna autoridad para semejante proeza, es como creer que Biden ha dimitido de candidato por iniciativa propia.

La verdad es que Sánchez se fue ayer a BCN para quitarse de en medio, para desviar siquiera por un rato el foco de la actualidad, centrado en las andanzas de su mujer. La ERC de Aragonés ha entrado en guerra civil y camina hacia su fragmentación, de modo que pensar que el honorable es capaz de conseguir algo en su partido es como creer que la tierra es plana, y que Sánchez tiene palabra. Palabra torcida, sí. De torcer las palabras sabe un rato nuestro líder, siempre con el ánimo indisimulado de decir con descaro lo contrario de lo que dijo ayer, que será lo contrario de lo que dirá mañana.

Vano intento el de Feijóo al pedir la dimisión de Pedro, por mucho que sea su obligación. El hombre no se va a ir, salvo que le echen. Y Puigdemont es ahí clave. No hay gobierno sin él ni moción de censura sin su mediación. La otra clave está en La Moncloa, palacio co-working de Begoña sin que sepamos nada sobre el pago del alquiler. Igual era un despacho okupa, con acceso free a los adviser de Presidencia en la tarea de orientación al bussines consorte. El lío de los Sánchez-Gómez está cada vez peor. Complicado parece que el presidente pueda salir de ésta sin despeinarse. Ya se tendría que haber dado cuenta de que la estrategia del fango es ruin. Y encabronar al juez, peor.