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José Ignacio Wert

Operación Rufián

El entusiasmo del votante de Badajoz por una candidatura «plurinacional» apoyada por Bildu se antoja descriptible

Gabriel Rufián (ERC). Comparecencia, a petición propia, del Presidente del Gobierno Pedro Sánchez ante el pleno Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Una parte de la izquierda cree haber encontrado un asidero. Se nota en cómo se introduce el asunto en la conversación pública y en cómo se deja querer el interesado.

Sus respuestas en esas entrevistas veraniegas en las que se posa con un flotador o comiendo un helado hacen las veces de globo-sonda.

Gabriel Rufián como cabeza de cartel de una alternativa que revitalice esa muy alicaída «izquierda a la izquierda del PSOE» sin la que no es posible formar masa crítica suficiente para evitar el gobierno de derechas que las encuestas pronostican con una rotundidad que pone difícil soñar con repetir la sorpresa de 2023.

Ya se sabe que Podemos hará la guerra por su cuenta. Pero que Sumar vuelva a comparecer en las urnas con su formulación actual ni se plantea. En ese proyecto político empezamos a conocer la identidad de los cuadros cuando se nos informa de la noticia de su dimisión.

Hace tiempo que la figura del portavoz de Esquerra ha desbordado el ámbito de la política independentista. Al margen del chascarrillo, ya muy gastado, de su promesa de permanencia inicial, se le ve a gustísimo en Madrid.

Su discurso, harto celebrado en determinadas esferas de la creación de opinión, suena ya muy orientado a la arena estatal. Qué aplausos a sus supuestas dotes parlamentarias.

Nunca la habilidad para colocar, de un lado, los 15 segunditos subtitulados para las redes sociales y, del otro, la expresión «por lo que sea», dieron más de sí. Nos hemos dado un Emilio Castelar acorde con los tiempos.

El planteamiento inicial era un calco de las candidaturas que los nacionalistas suelen presentar en las elecciones europeas para superar el obstáculo de la circunscripción única.

Pero enseguida comenzó a flotar en el ambiente que se trataba también de absorber todo lo que se pueda de la izquierda estatal que abandonó Podemos hace años pero no se atreve a saltar directamente al PSOE. Algo así como un artículo de Iván Redondo llevado a la realidad.

Esta película ya la hemos visto. (Aunque, por edad, no pudiera ser en el estreno en cines). El centro-derecha sociológico quedó muy tocado después de las elecciones generales de 1982.

UCD pasó del gobierno a la baja en el registro de partidos políticos en menos de seis meses. Fraga consiguió atraer a buena parte de su electorado compareciendo en coalición con dos corrientes de aquella formación. Pero se dudaba de que su final de trayecto pudiera ser La Moncloa.

La nueva aventura personal de Adolfo Suárez, el CDS, era visto por algunos sectores con la misma soberbia con la que juzgaron toda la trayectoria política del abulense.

En ese estado de cosas, vio la luz el Partido Reformista Democrático en 1983. Aunque quedaban tres años para las elecciones, no tardaría en hablarse de la Operación Roca (i Junyent), dado que estas nuevas siglas, construidas sobre la base de una diminuta formación liberal fundada por Antonio Garrigues Walker, anunciaron como candidato presidencial al padre de la Constitución, sin necesidad de que este abandonara CiU.

No había que ser un lince para interpretar que era un intento de la formación nacionalista de encontrar una plataforma estatal que multiplicara su influencia. En aquellos compases fundacionales, también tomaron parte en el invento Coalición Galega, Unió Mallorquina, el Partido Riojano Progresista, Convergencia Canaria y el Grupo Independiente de Almería, que imaginamos que algo aportaría.

Está claro que eran otros tiempos. Jordi Pujol gozaba de tanto prestigio más allá de Cataluña que la prensa de Madrid le daba premios y dejaba pasar ante sus ojos el «caso Banca Catalana».

El PRD tuvo como secretario general a Florentino Pérez, al que ni el más aguerrido de sus críticos negará cierta astucia. Fue mejor que bien visto por los bancos y contó con el apoyo mediático de «Diario 16» en su mejor momento de ventas.

Todo esto sólo sirvió para amplificar el estrépito de su fracaso. No llegó al 1% del voto en el conjunto del Estado en las generales de 1986.

En Madrid, quedó por debajo de Unidad Comunista, el conejo que se sacó Santiago Carrillo de la chistera cuando abandonó el PCE. Ni siquiera lo pudo achacar a la falta de espacio para el centro liberal, porque el CDS obtuvo 19 escaños.

La cosa terminó con los trabajadores encerrados en la sede en protesta por el impago de sus nóminas y con Pujol diciendo que se desentendía de las deudas, que eso era otro partido. Roca, que se presentó con CiU, sí fue diputado.

Ni siquiera todas las tertulias proclives terminan de ver lo de Rufián. El entusiasmo del votante de Badajoz por el aspecto «plurinacional» de una candidatura apoyada por Bildu se antoja perfectamente descriptible.

Al final, las burbujas del «Madrid DF» van a ser más transversales de lo que sus acuñadores pensaban. Lo que parece un asidero puede ser un clavo ardiendo.