Opinión

En qué se parecen el fútbol y Vox

La inmigración es un problema que requiere un pacto nacional y un plan ambicioso, pero Abascal está empuñando el estandarte equivocado.

Santiago Abascal, líder de VOX
Santiago Abascal, líder de VOX © Alberto R. Roldán La Razón

Quizá le resulte inverosímil al lector que, por primera vez en mi vida, sepa de memoria una alineación. Soy periodista, debería estar al cabo de la información deportiva, pero mi padre abominaba del fútbol y me inculcó la aversión. Hace poco entrevistaba a Alejo Stivel, de Tequila, que me recitaba los nombres del club de Buenos Aires de su infancia. Para el forofo, disfrutar en el estadio es tan obvio como encender la luz en la oscuridad, pero yo soy una neófita que se descubre dando saltos tras un gol, con la misma estupefacción que la primera vez que me entendí en inglés con un británico. De idéntica manera que, previo estudio de penosas estructuras sintácticas durante años, por fin logré comunicarme y romper una barrera, ahora siento la comunión con los de las gradas y sus asombrosos atuendos y bombos, me conmueven Lamine y Nico y me enoja que Kroos haya lesionado a Pedri. Está naciendo una nueva pasión en mí y eso me demuestra las infinitas posibilidades de la vida.

Curiosamente, la alegría del balompié ha atenuado mi disgusto por la política. El Gobierno está indultando a sus conmilitones de los ERE… pero hemos ganado a los alemanes. Acaba de regresar Marta Rovira a España, de la mano de la amnistía injusta… sin embargo hemos dado cerita a los franceses. La mujer del presidente está en el banquillo y la UCO sospecha que al hermano de Sánchez lo enchufaron… pero vamos a la final de la Eurocopa. El terrorismo de Tsunami Democratic va a quedar vergonzosamente impune, pero hoy vamos a presenciar un partido épico. Estoy experimentando en viva piel el «pan y circo» de los clásicos– frente al cual me previno mi padre– y sintonizo con un país aletargado por la canícula que, dividido hasta la médula, se cansa de odiar y se concentra en una pantalla para sentirse gozosamente vivo. ¿Cómo no ceder a la tentación? ¿Cómo no soñar, en plena disgregación, con una «roja» vibrantemente fraternal? El corazón está hecho para la comunión y el arrojo común, para trabajar en equipo y no anteponer el ego al bien de todos.

Desgraciadamente, el sueño del barón Pierre de Coubertin no resuelve los presupuestos nacionales, los latrocinios ni golpes de estado, ni siquiera garantiza la unidad de España. En pleno espejismo futbolístico, lamento que Vox haya contribuido a espesar la tormenta de arena que oculta los desmanes de Pedro Sánchez. Ahora hablamos de Abascal en lugar de Begoña, de inmigrantes en vez de Puigdemont, de coaliciones de derecha rotas en lugar de moción de censura. Menudo alivio para la Moncloa. Las encuestas ya no se hacen para ver si el PSOE lleva ventaja o no, sino para entender si crece Vox. La bandera del miedo, que se enarbola a la luz del París de los guetos o los atentados islamistas, flamea y vibra, enciende los corazones en sentido inverso a los goles de la selección. El marroquí imaginado ya no es el padre de Lamine Yamal, sino un delincuente peligroso. Africana ya no es la familia de Nico Williams, sino la marea de pateras. Qué fácil es pensar una cosa y su contraria, hervir de amor por un compatriota llegado de África y detestar a su gemelo, que no es futbolista.

La inmigración es un problema que requiere un pacto nacional y un plan ambicioso, pero Santiago Abascal está empuñando el estandarte equivocado. Hacer identidad de siglas sobre el temor y el odio replica a los nacionalismos o la lucha de clases. Ignoro si le dará resultado en las urnas, y a juzgar por los antecedentes de Alemania, Bélgica o Francia, parece que sí, pero la profunda ruptura que están viviendo estos países no es para arrendar la ganancia. Hoy pienso disfrutar del partido y cada gol se lo voy a dedicar a los inmigrantes que hacen grande nuestro país día a día.