Margarita Robles

Rajoy y la táctica asiática

La Razón
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Jean Claude Juncker (Redange-sur-Attert, 1954), presidente de la Comisión Europea, es apenas un año mayor que Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, 1955). Fue primer ministro de Luxemburgo por primera vez en 1995 y, quizá, es el único político europeo de primera fila que supera en veteranía y en experiencia al inquilino de La Moncloa. Juncker, fumador legendario en sus tiempos, cuando la Gran Recesión enviaba uno tras otro a gobernantes al cementerio de la política, dijo aquello de que «sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos cuando lo hacemos».

El presidente del Gobierno español, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, quizá recordó las palabras de su «amigo» luxemburgués, cuando ayer desgranó, sobrado de oficio parlamentario, la larga letanía de argumentos y datos –empíricos– para explicar su política sobre las pensiones. Rajoy ganó sobrado, no necesitó la goleada, un debate en el que la oposición, desde Margarita Robles (PSOE), hasta Pablo Iglesias (todavía Unidos-Podemos), con Albert Rivera (Ciudadanos) a la caza de votos a la izquierda y a la derecha, reclamaba como auxilio y con urgencia un manual de los históricos «oradores áticos» (Demóstenes, Hipérides o Isócrates, entre otros) o, en su defecto, de los «oradores menores» entre los que descartaba Licurgo.

Rajoy, metidos en faena, tenía cuerpo de debate. Es consciente de su superioridad dialéctica y de su veteranía política y parlamentaria y estuvo cómodo. Sabe también que no ganó ni un solo voto y que la incipiente revuelta de los pensionistas está en la calle. Es cierto, no la pisa mucho, pero Margarita Robles, que le increpó por eso, tampoco es una adicta al abono-transporte. Ayer, el líder del PP tampoco pretendía desactivar la movilización popular –la izquierda la mantendrá pase lo que pase–, pero al afrontar el cara a cara parlamentario abrió una espita importante y aligeró de presión al Gobierno y, en definitiva, a él mismo, aunque eso quizá sea lo que menos le preocupe.

Las pensiones son el gran asunto, el «sudoku» insoluble. Ayer, Rajoy expuso la realidad y los farragosos y aburridos datos. Son ciertos, pero no convencerán a ningún pensionista al que este año le hayan subido un 0,25% sus emolumentos. Los datos macro y las economías particulares no concilian con facilidad. Dos verdades absolutas y una aspiración tan humana como legítima. Eso sí, y Rajoy lo recordó, el 0,25% es duro, quizá injusto, pero es mucho peor lo que ocurrió en Grecia, en donde los amigos de Iglesias recortaron –eso significa redujeron– las pensiones un 30% y más. Tal vez por eso, el líder podemita necesite más que nunca a aquellos «oradores áticos».

El debate parlamentario, que ganó Rajoy, también arrojó pistas interesantes. Los diputados más experimentados, del PP y del PSOE, claro, los del criticado bipartidismo que ha garantizado hasta ahora algunas de las mejores pensiones de Europa
–sí, es así, a pesar de catastrofistas y populistas– detectaron un claro aroma a guiso presupuestario. Eso sí, será más caro, porque el PNV exigirá más en asuntos energéticos que afectan al País Vasco y Ciudadanos también pedirá algo más, pero la fumata presupuestaria está a punto de echar humo. Incluso, los más enterados aseguran que el PP ya ha encontrado una fórmula para salvar el obstáculo de la senadora Pilar Barreiro, cuya dimisión/apartamiento exigían Rivera y los suyos.

Mariano Rajoy, en definitiva, salió arioso y contento del debate de las pensiones, tras el que queda la duda de si a Pedro Sánchez –como opinan algunos de sus asesores más perspicaces– le perjudica o le beneficia no ser diputado. El presidente incluso pudo limitarse a proponer lo justo –aumento de pensiones mínimas y reducciones de IRPF para algunos jubilados– lo que, aunque sea también por poco, le aparta de lo que Josep Pla, en sus magistrales crónicas de la República –hay que repasarlas–, describía como «táctica asiática», que consistía en que el Gobierno provisional –el de junio de 1931– «considera que lo que pasa es lo mejor que puede pasar, es decir, que es inevitable». Rajoy, otra vez, a pesar de las quejas de los pensionistas, vuelve a ganar en el Parlamento, intenta rematar los Presupuestos, escucha –no siempre– a Arriola que relativiza los debates parlamentarios y, como Popper, cree que el futuro depende de nosotros mismos, cuando llegue. Además, la táctica asiática siempre está ahí, mientras queda la duda de si Juncker tenía razón.