Sánchez en la Casa Blanca

Respetados y cantamañanas

De Suárez a Rajoy, todos los presidentes españoles han sido recibidos con aprecio en EE UU. Solo Zapatero enfrió las relaciones

President Jimmy Carter shakes hands with Spanish Premier Adolfo Suarez in the White House Oval Office, April 29, 1977. Carter spoke in both English and Spanish as he greeted the visiting leader.
El presidente Jimmy Carter y Adolfo Suárez en la Casa Blanca Agencia AP

Será raro que los medios de información estadounidenses presten atención a la visita de Pedro Sánchez. Los dirigentes de países como España no lo consiguen y no hay que ofenderse. Desde la transición hasta ahora, la excepción sería la visita de los reyes Juan Carlos y Sofía en el año 1976. Era la presentación en sociedad internacional de nuestros monarcas y Don Juan Carlos cortó orejas. Hizo un discurso en el Congreso en el que remachaba el deseo de los españoles de convertirse en una democracia y su propósito de que así fuera, y sus palabras sonaron convincentes. Aunque la izquierda española acogió con muchas reticencias la alocución del Rey, los titulares de la prensa yanqui mostraban que no se marchaba de vacío en una plaza crucial. «Un Rey para la democracia», entonaba el New York Times. No menos halagüeños eran otros influyentes: «España: un Rey nuevo de peso» (revista Time), «Juan Carlos menciona compromiso democrático» (Washington Post), «La promesa de Juan Carlos» (Chicago Tribune), etc… En sus contactos con intelectuales y políticos, en la cena de Estado que ofreció Gerald Ford, la pareja real española dejó una prometedora impresión, eran sencillos y querían una democracia moderna.

Adolfo Suárez fue saludado con considerable expectación. Obtuvo toda una portada de Time y aunque su ambigüedad inicial sobre la entrada en la OTAN no convencía fue oído con interés por el presidente Carter, conocedor del impacto que nuestra transición, pilotada por Suárez, tenía en Iberoamérica y de nuestra amistad con los árabes. El audaz viaje de Adolfo a Cuba, una primicia europea insólita con el apestado Fidel, enarcó las cejas de algún político estadounidense, pero sería su invitación a Arafat, lo que influyó para que no pocos medios empezasen a cuestionar al español.

Calvo Sotelo estuvo escaso tiempo en el Gobierno, pero los americanos, cuyo Secretario de Estado tuvo un desliz con el fallido golpe de Tejero, aplaudieron, con

Reagana la cabeza, que Leopoldo asentara la democracia sin concesiones a los golpistas y, más aún, que nos metiera en la OTAN incluso sin que les pidiéramos ayuda para convencer a remisos miembros de Alianza a que nos invitasen. Se lo trabajó Leopoldo con su escudero Pérez Llorca sin servilismos hacia el americano.

Felipe González arrancó con el sambenito de «OTAN, de entrada no», pero pronto rebobinó. Primero, aplaudió, en contra de Morán, el más «neutral» ministro de Exteriores, el despliegue de los misiles americanos en Europa. Luego, batalló ardorosamente y al borde del abismo para que votáramos «Sí» en el referéndum de la OTAN, lo que fue enormemente apreciado en Washington y estableció relaciones con Israel. España celebraría gustosa, a petición yanqui, la Conferencia sobre el Medio Oriente. Fue apreciado por Bush padre y hasta por Reagan, aunque no lo mencione en sus extensas memorias.

Aznar tuvo una luna de miel con Bush –es quizás en cinco décadas el momento álgido de nuestras relaciones con la Casa Blanca– por su lucha contra el terrorismo y, sobre todo, por el apoyo político, valioso, estábamos en el Consejo de Seguridad, a la intervención en Irak cuando con Europa, partida en dos, París y Berlín chocaban con Estados Unidos. Las deferencias hacia España eran frecuentes, el New York Times hacia un editorial rotundo contra el terrorismo etarra y a mí, en las recepciones de Nueva York, desconocidos me decían «Thank you, Spain. Gracias».

Zapatero enfrió mucho el ambiente. No se levantó infantilmente ante el paso de la bandera yanqui, retiró, chapuceramente según los aliados, las tropas de Irak, que estaban en situación legal para la ONU (Resolución 1511), y tuvo la osadía de pedir que otros nos imitaran. Trío de afrentas para Bush; nunca lo recibió. ZP, hechizado con Obama, según reflejan hasta los cables secretos de la Embajada americana, intentó con este pasar página. El americano fue amable, pero no vino ni siquiera a la Cumbre UE-EE UU, aquella que iba a producir la «conmoción cósmica» que anunció Pajín. ¡Qué ingenuidad del jefe y de su subordinada! En los cables emerge un tanto como un «cantamañanas».

Rajoy no brilló ni levantó ampollas. Un colega yanqui me comentó que era un aliado serio y confiable.

Pedro Sánchez ha buscado el cariño de Biden. Fue algo ninguneado por Trump, que pensaba que éramos unos gorrones en Defensa, pero el actual ha sido correcto. En el paseíllo de 28 segundos de Bruselas, en el que Sánchez parecía un vendedor de seguros o un testigo de Jehová musitando oraciones ante alguien que lo ignoraba, no hubo ningún desprecio por parte de Biden. Estoy seguro. El americano, quizás no advertido por su protocolo, estaba pensando en otra cosa.

Ahora, después de la Cumbre otánica en Madrid, lo identifica claramente y, dada la fe atlántica de Sánchez, no puede ignorarlo porque hay aliados con dudas en el tema de Ucrania y Sánchez verbalmente no flaquea. Sigue al líder. Sánchez sacará pecho electoral en el despacho oval. Pero debería tener los pies en el suelo. Biden lo recibe tarde, en el décimo trimestre de su mandato y después de a otros muchos, no lo ha llamado a cónclaves en que estaba el italiano o el polaco y en el tablero internacional pesamos menos que Lula, Netanyahu, Erdogan o Morawiecki. No «lideramos», vaya, aunque nos lo cuenten y no pasa nada si no lideramos.