Amnistía

Sabino Méndez: La virtud fingida

Resulta putrefacto que la amnistía se quiera justificar con la hipócrita excusa de que el chantaje será bueno para la convivencia

El Congreso ha aprobado este jueves, con 177 votos a favor y 172 en contra, la proposición de ley de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña, una iniciativa pactada por el PSOE con Junts y ERC y que permitió hace seis meses la investidura de Pedro Sánchez.
El Congreso ha aprobado este jueves, con 177 votos a favor y 172 en contra, la proposición de ley de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña, una iniciativa pactada por el PSOE con Junts y ERC y que permitió hace seis meses la investidura de Pedro Sánchez.Alberto R. RoldánLa Razón

¿Hay algo más vomitivo que disfrazar el interés egoísta con excusas de supuestas buenas acciones? Lo más repugnante de esos comportamientos es que, para conseguir sus objetivos particulares, usan y manosean a su gusto conceptos que nunca deberían tomarse en vano. Desde la antigua Persia y las primeras propuestas de isonomía de Ciro el Grande, ha sido un largo camino hasta aquí para conseguir la igualdad ante la ley. Lo mismo puede decirse de la fraternidad y la solidaridad, cuya implantación y extensión costaron ríos de sangre –que deseamos que nunca vuelvan– durante la Revolución Francesa. La prosperidad, la convivencia, el respeto, el dialogo, son conceptos sensatos, que hemos ido impregnando poco a poco en la sociedad hasta convertirlos en casi sagrados. Nunca hay que manosearlos por lucro propio.

Y ahora llega un gobierno que, para conservar su mando en plaza, necesita los siete votos de unas gentes que los jurados han declarado delincuentes y no duda en sacrificar todos esos conceptos para darles a los condenados lo que pidan. Uno esperaría que un gobierno con convicciones, con ética y con estética, dijera: el poder es muy goloso, pero no podemos sacrificar todos los grandes valores que en el último medio siglo nos han llevado hasta aquí como democracia. Cabría esperarlo razonablemente, pero por desgracia nuestros pensamientos colmados de deseo tropiezan generalmente con la escasa calidad del material humano que últimamente abunda en nuestra política.

Los catalanes hemos presenciado un panorama de este tipo con más frecuencia que nadie en las últimas décadas: políticos que mienten cínicamente diciendo que ellos pueden dar lecciones de ética, mientras tienen cuentas en el extranjero. Nepotismos varios. Supuestos defensores del pueblo bajo que terminan todos casualmente siendo de familia bien. Supremacistas encubiertos bajo la careta del buenismo de diseño. El etcétera que puede describir la castigada clase media de inmigrantes de la zona es infinito. Ni que decir que todos esos fingidores profesionales del poder han mentido abundantemente, contribuyendo de una manera decisiva a la confusión general de nuestro territorio. A pesar de ello, la convivencia en la región nunca se ha roto, porque la gente es básicamente buena y resignada y la geografía y el clima de la zona son de dulce pasar. Se antoja mucho más duro ser pobre y de segunda clase en la meseta madrileña que al borde de las olas y el sol mediterráneo.

Por toda esa situación, resulta tanto más putrefacto que la amnistía comprada se quiera justificar con la hipócrita excusa virtuosa de que el chantaje será bueno para la convivencia. Si eso fuera cierto, si ese fuera el proyecto que guiaba la maloliente iniciativa que presenciamos todos en el Congreso el jueves pasado, acto seguido se hubiera notado el ansia de convivir en hermandad en las celebraciones de sus principales defensores. Por lógica, deberían haber celebrado su consecución con gentiles palabras, apelaciones a la reconciliación y la fraternidad –supuestamente conseguida– y una hemorragia colectiva de concordia y felicidad al menos entre los socios del dudoso proyecto. Pero no fue así. Gabriel Rufián se arrancó con su habitual retórica despreciativa, que tanto nos recuerda con qué rápida facilidad pueden volver al neandertal algunos humanos, y Miriam Nogueras puso su cubista perfil piscícola al servicio de lisérgicas descripciones de opresión y represalias, dando a entender (por lo que confusamente se pudo interpretar) que un congrio con acondicionador capilar puede ser probablemente un depredador terrible cuando se enfada. Lo que en verdad presenciamos fue una sórdida celebración del rencor y el matonismo de gente que es muy, muy pequeña, a la que la aritmética de los votos ha colocado por el momento en una posición que supera sus capacidades.

A las pocas horas, se daba en Estados Unidos una situación éticamente similar, donde cabe la posibilidad de que el juego democrático, defectuosamente practicado, llevé a la posibilidad de que se pueda votar para presidente a un delincuente convicto. Que la democracia llegue a ofrecernos mejores opciones que esas dependerá de la calidad de sus líderes. Quizá necesitemos algo más que simples pisaverdes de voz aflautada al frente de la Justicia para evitar que todos los virtuosos fingidos se quieran presentar, además, hipócritamente, como víctimas de persecución.