Cinco años de la moción de censura
Sánchez, auge y caída en cinco actos
En el aniversario de la moción de censura, somete a las urnas su proyecto de país y de alianzas con Podemos, ERC y EH Bildu
1 de junio de 2018. La primera moción de censura exitosa de la historia lleva a Pedro Sánchez a La Moncloa. Un año antes, el líder del PSOE recuperaba las riendas de la formación tras vencer al aparato de su partido. Cinco años después, Sánchez vuelve a tirar de épica y manual de resistencia para surfear el «tsunami azul» del 28-M. Un pulso a todo o nada, «ganar o morir», en el que someterá su mandato a las urnas en una convocatoria de elecciones anticipadas convertida en la segunda vuelta del plebiscito sobre su persona. En él se dirimirá el agotamiento o la viabilidad de un proyecto que comenzó con un «Gobierno bonito» –plagado de fichajes estrella– y culmina con el primero de «coalición» de la democracia –marcado por la polémica del «solo sí es sí»–. Que arrancó con una enmienda a la corrupción de la «Gürtel» y acaba con el abaratamiento del delito de malversación. Con una agenda de solventes avances sociales marcados por un contexto de profunda inestabilidad –crisis sanitaria y económica derivadas de la Covid y la guerra de Ucrania–, ha sido, sin embargo, la conflictividad interna con sus socios de Unidas Podemos y los pactos con los independentistas vascos y catalanes los que han minado su credibilidad y ponen en jaque su futuro al frente del Gobierno.
Sánchez supo leer en 2019 la realidad social. Convocó elecciones cuando sus socios de ERC le impidieron aprobar los Presupuestos, aprovechando que PP, Ciudadanos y Vox se hacía la «foto de Colón». Fue en ese 28 de abril, cuando el PSOE pudo rentabilizar la estrategia del «miedo a Vox». Una estrategia que pretende recuperar ahora, tras los malos resultados que le dio en la campaña de las elecciones andaluzas, cuando generó una corriente de voto útil hacia el PP y consolidó la mayoría absoluta de Juanma Moreno. Entonces, en 2019, el «efecto Sánchez» empujó a los líderes territoriales del PSOE. Incluso Ximo Puig anticipó las elecciones para hacerlas coincidir con las generales, consciente del empuje de La Moncloa. Ahora, sin embargo, los barones pujaban por marcar distancias, evitar la contaminación nacional, y han sufrido el lastre del Gobierno, en lugar de beneficiarse de su gestión. La conexión con la realidad que llevó a Sánchez a convocar elecciones en 2019 y revalidar el Gobierno ha desaparecido y fruto de esa desconexión se produce la debacle electoral que ha provocado que anticipe los comicios para sobrevivir cuatro años más.
Sánchez ha preferido dinamitar la legislatura a dinamitar la coalición, consciente de será la fórmula a reeditar si la aritmética lo permite. El Gobierno cuenta con que la alianza entre el PP y Vox ejercerá como anticuerpo respecto al resto de fuerzas bisagra y está dispuesto a seguir avanzando en la entente con ERC y EH Bildu que cultivó hasta el final, permitiéndoles rentabilizar la última gran ley del mandato, la de Vivienda. Sin embargo, lo que concibe como un salvavidas para su permanencia en el poder –los pactos con Podemos y los independentistas– ha sido el principal factor de su hundimiento.
Hay dos momentos en los que la continuidad de la coalición estuvo en riesgo: la guerra en Ucrania y la reforma de la ley del «solo sí es sí». En la primera, la oposición frontal de Podemos al envío de armas para la población civil derivó en que los morados llegaran a acusar al PSOE de ser «un partido de la guerra». En la segunda, la cascada de revisiones de condenas a agresores sexuales fue un punto de no retorno para la coalición. En ambos momentos, la intercesión de la vicepresidenta Yolanda Díaz fue necesaria para evitar la ruptura del Gobierno. Las ministras Ione Belarra e Irene Montero se llegaron a plantear su salida del Ejecutivo, finalmente replegaron su órdago.
Desde marzo de 2022, Podemos se ha planteado su utilidad en el Ejecutivo, después de ver que sus posiciones eran minoritarias, incluido también el giro en política exterior de Sánchez con su aval al plan autonomista de Marruecos para el Sáhara. Para los morados estos conflictos comenzaron a pesar demasiado ante las continuas contradicciones que debían aceptar para mantenerse en el poder. Fuentes moradas reconocían que sentían como el PSOE les trataba de «arrinconar» en su propio espacio con anuncios que desconocían y que estaban «forzando la máquina demasiado».
El camino para aprobar la Ley Trans también acabó minando la relación entre PSOE y Podemos, mientras que Vivienda fue el gran caballo de batalla. Aun así, ahora que resta menos de mes y medio para las elecciones, dentro de Podemos siguen defendiendo que su entrada en el Ejecutivo fue acertada frente a una parte crítica del partido que sigue pidiendo responsabilidades por algunas de las decisiones que los morados han tenido que aceptar. «Este es el mejor gobierno posible, pero no el que podíamos imaginar», dicen habitualmente sus principales líderes. Ahora, de cara al anticipo electoral buscan tener más fuerza en la coalición con el PSOE. Algo que también dependerá, a su vez, de la nueva izquierda que se construye a pasos adelantados bajo el paraguas de Sumar, aunque todavía no haya garantías de un proceso de unidad.
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