Méritos en Infamias

Sánchez en mi transistor

El espectáculo de ayer en el Senado sólo demuestra el nivel de fango sobre el que chapotea nuestra democracia. Inquisidores de pacotilla que no lograron colocar ante la evidencia a Sánchez, un experto prestidigitador en salirse con la suya.

Sánchez, ayer durante su comparecencia en Senado
Sánchez, ayer durante su comparecencia en SenadoEuropa Press

Me acaban de regalar un transistor traído de Ceuta. Era mi ilusión, porque siempre escuché a mis viejos que unos primos suyos cada vez que iban a la ciudad africana volvían cargados de cachivaches y les traían una radio portátil como obsequio. No era cosa de estrenarla con un programilla cutre, me lo guardé para la comparecencia del presidente del Gobierno en el Senado. Soy un sentimental, supongo, y pensé que del pequeño aparatito colgado de la repisa del baño saldría algo nuevo. Nefasta ocurrencia, y mira que tenía ilusión, pero durante las largas horas de cacareo institucional por el altavoz sólo se oyeron las mismas jerigonzas y chuminás con las que se ganan el sueldo sus señorías diariamente. Por momentos creía, cuando me retiraba un poco del receptor, que los niños de San Ildefonso cantaban una pedrea eterna donde de vez en cuando lograba pescar conceptos: billetes, sobres, dinero negro, caja B, prostíbulos, compañía aérea, cátedra, corrupción, sauna, fiscalía, chistorras. Una catarata de términos así, en abstracto, que extraía de las ripiosas preguntas formuladas y de las ridículas respuestas del compareciente. En algún momento la cosa se animó cuando aparecieron términos más solemnes, con verdadera sustancia y morbo: auto de fe, confabulación, interrogatorio, prueba criminal, inquisición. Hasta las risitas roedoras de Sánchez me hicieron entender que al otro lado las voces hablaban desde las mazmorras del Santo Oficio. Dicen que parte de la magia de la radio la pone la imaginación del que escucha y yo me animo muy rápido. Intentando enhebrar la escucha, cazaba los nombres para poner en pie la trama: Jéssica, Begoña, el teniente Balas, Koldo, Ábalos, Cerdán, Aldama, Casado y hasta el bueno de Mariano Rajoy. "Fascinante", pensaba; pero al cabo de las dos de la tarde me sentía exhausto y sin una idea clara de lo que había entrado por mis oídos. Apagué el aparatito con asco, observé en silencio las primeras planas de luto y duelo por Valencia. Aquello era la vida de verdad, lo del Senado sólo un circo.

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