
La opinión pública sobre la Corona
El secreto del éxito
Buena parte de la sociedad respalda a Felipe VI porque funciona. Creemos que España está dejando de hacerlo y vemos que la Corona no falla, es fiable

La lectura de las encuestas no basta para alumbrar los fundamentos del respaldo de la sociedad española a la Corona porque la demoscopia y la sociología mantienen aproximaciones distintas a la realidad. Los sondeos traen datos de la opinión pública en un momento concreto, pero el análisis sociológico busca la comprensión de la realidad.
Con frecuencia, esas cifras corren el riesgo de venir condicionadas por la propia formulación de la pregunta. Si, por ejemplo, se cuestiona al entrevistado por su preferencia entre monarquía y república puede decirnos una cosa, y si se le da a elegir a quién prefiere al frente de la Jefatura del Estado, puede responder la contraria. Para el entendimiento hace falta un empeño mayor. Por eso los sociólogos recurren a categorías abstractas en su análisis de la complejidad. En este caso, por ejemplo, podrían trabajarse la hipótesis de que existen tres tipos distintos de adhesiones a la monarquía.
La primera sería doctrinal, de carácter teórico. Dentro de ella, quienes se consideran monárquicos sostendrían que su modelo es superior al republicano porque el principio dinástico ofrece algunas ventajas claras. Es políticamente neutra y compatible con la democracia hasta el punto de hacerla más sólida. Es estable y ofrece continuidad. Suele ser menos costosa que los sistemas presidenciales. Y, además, puede ofrecer una referencia moral sin dejar de ser un símbolo que une a la sociedad.
En muy buena medida esa clase de respaldo está relacionado con factores de tipo histórico. La adherencia doctrinal a la monarquía suele ser mayor en los países con pasados menos agitados. Los episodios turbulentos suelen generar mayores fricciones. Y los instantes decisivos pueden legitimar a la Corona, tal y como ocurrió en España durante el 23-F y durante el «procés».
Visto desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta que en términos históricos nuestra monarquía parlamentaria es joven, parece razonable sostener que harán falta todavía varias generaciones para que esta categoría pueda cuajar en la sociedad española. Unos dirán que no será fácil porque el espíritu de nuestra época es antipolítico y receloso de todo lo institucional, otros argumentarán que resulta viable porque las generaciones más jóvenes parecen estar en proceso de desempacho ideológico. En cualquier caso, es pronto para saberlo. Estamos ante un debate que solo quedará resuelto por el tiempo y por el desempeño. Todo lo que podemos saber, a día de hoy, es que el pasado remoto –nuestros siglos XIX y XX– y nuestro pasado reciente –la corriente impugnatoria que provocó la infravalorada crisis de 2008– nos ayudan a comprender por qué el apoyo de carácter teórico a la monarquía parece menor en España que en Noruega o en Inglaterra y, también, por qué se está dando en todas las naciones una cierta brecha generacional.
La segunda adherencia a la Corona se ubicaría en el ámbito de lo estrictamente emocional. Y contendría aspectos relacionados con la identidad, lo cultural y la popularidad. En lo identitario, la Jefatura del Estado facilita la definición de la idiosincrasia nacional y simboliza los valores que vertebran el sentimiento de pertenencia colectivo. Ofrece una narrativa legendaria, ligada a la democracia, que proyecta la imagen exterior y promueve la cohesión interna al ser ajena a la contienda política.
La identidad es un material muy delicado en esta era de grandes transformaciones tecnológicas y sociales. Desde luego, no es inocua y la monarquía no es una excepción. En toda Europa se encuentran con frecuencia dos tipos de tensiones respecto a las distintas Casas Reales: una estructural –en las sociedades con tiranteces territoriales– y otra coyuntural, que puede hacerse crítica, –cuando la conducta personal entra en colisión con los principios comunes–. En España, durante los últimos años, se han relajado las dos.
En lo cultural, la Corona es parte integral del patrimonio. Por lo tanto, de la tradición. Esa es la función de las ceremonias y los rituales. Ahora bien, para no resultar anacrónico, el vínculo cultural ha de tener un pie asentado sobre la nostalgia y otro en la novedad, mejor dicho, en lo coetáneo.
Es un aspecto más sensible de lo que parece. Carlos III, monarca del Reino Unido, concita menor respaldo que Isabel II porque los ciudadanos británicos no le perciben como actual. Ese atributo, central para imprimir cercanía, no consiste en mostrar modernidad, sino en demostrar contemporaneidad. Eso es algo que se tiene o no se tiene y que nunca se debe aparentar. En España, tal y como refleja la demoscopia, el Rey y la Reina lo tienen de serie y lo conjugan de manera natural.
En lo concerniente a la popularidad, nos encontramos con lo que se puede y con lo que no se puede fabricar. Vivimos en el tiempo de las celebridades y también estamos en la edad de la incertidumbre. La comunicación de los referentes sociales es más difícil que nunca y está sujeta siempre a cualquier tipo de adversidad.
Para emitir una imagen positiva e inspiradora ya es inevitable el aprendizaje constante porque los códigos de los medios analógicos y los canales digitales no paran de evolucionar. En Zarzuela están haciendo muy bien las cosas. A ojos de cualquier experto el desempeño en torno a la Princesa Leonor es impecable y está teniendo claros retornos a su favor.
Adicionalmente, tal y como se vio en Paiporta, pueden darse pruebas ante las que no hay manual de aprendizaje y toca tirar de puro instinto. El comportamiento de los Reyes en aquella hora de la verdad fue crucial y será indeleble porque la sensación era de gravísima orfandad. Esos fotogramas fueron, son y serán determinantes para estudiar la popularidad de la Corona.
Puede demostrarse que la buena valoración del Rey Felipe VI, la Reina Letizia y la Princesa Leonor se explica –en una porción no menor– por la adhesión emocional que generan en términos de identidad, cultura y popularidad. De hecho, dentro de esta categoría, los tres destacan respecto a los representantes de las demás monarquías europeas.
La tercera y última categoría de nuestro análisis sobre el respaldo de los españoles a la Corona es de carácter pragmático. Es la adhesión funcional y, desde mi punto de vista, es la central. Por encima de lo doctrinal y de lo cultural, buena parte de nuestra sociedad respalda al Rey Felipe VI porque funciona. Creemos que España está dejando de funcionar y vemos que la Corona está funcionando adecuadamente. No falla, es fiable.
Ser fiable implica generar confianza en un presente muy marcado por la crisis de intermediación. En todo occidente existe un creciente desapego hacia los canales clásicos de representación institucional, ningún país está a salvo de esa corriente. En España, el apoyo a casi todos los actores y espacios tradicionales se está debilitando. Para ser precisos, todos menos la Corona.
Si sumamos las nueve categorías que el CIS descompone en sus cuestionarios, veremos que los españoles pensamos que la política y los políticos son el principal problema de nuestro país. Es decir, con el pasar de los años, pensamos que nuestros representantes han pasado de no resolver los problemas a ser un problema en sí mismos. Sin embargo, no ubicamos a Felipe VI en esa zona.
Y no lo hacemos porque desde el comienzo de su reinado ha tenido que conjugar su responsabilidad atravesando todo tipo de crisis. En todas ellas ha operado dentro del marco constitucional y en ninguna ha empeorado la situación. Dentro de un sistema que no se percibe como eficaz, el Rey está siendo eficiente.
Nadie le pide que genere soluciones, pero sí se espera que no genere problemas adicionales. Además, añade a su misión principal la habilidad de interpretar las corrientes sociales mayoritarias, de situarse en el «mainstream social». A diferencia del resto de actores que potencian los elementos de diferenciación, Felipe VI opera desde los elementos de unificación.
La valoración de la opinión pública es rotundamente favorable en todo lo concerniente a su utilidad. El consenso es claro respecto a su capacidad y desempeño, los datos son claros: se ha enfrentado a situaciones difíciles, representa bien a España, es profesional, respeta la Constitución y está preparado. Todo ello, siendo próximo a los españoles. ¿Sobre qué otro representante estamos diciendo lo mismo? ¿Sobre qué otra institución? Sobre ninguno.
Desde que Felipe VI ha ido disminuyendo la impresión social de debilitamiento de la Corona, ha aumentado la imagen de estabilidad y está creciendo la sensación de fortalecimiento. El secreto sociológico de ese éxito, tras un inicio tan delicado, está en el trabajo. Zarzuela desempeña su tarea desde la racionalidad y no desatiende la emocionalidad. Doble eficiencia.
*Pablo Pombo, consultor político
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