Bruselas
Waterloo: nadie quiere al vecino de al lado
La inminente llegada de Puigdemont ha agitado a un barrio tranquilo. La vivienda solía estar vacía por ser muy cara y su último inquilino era qatarí.
La inminente llegada de Puigdemont ha agitado a un barrio tranquilo. La vivienda solía estar vacía por ser muy cara y su último inquilino era qatarí.
Waterloo es un enclave que invita a la reflexión. Concretamente a la reflexión sobre la derrota y la futilidad de las ambiciones humanas. La ciudad valona, situada a apenas 20 kilómetros al sur Bruselas y de habla francófona supone la rendición y exilio del hombre que soñó con gobernar Europa, Napoleón Bonaparte.
Más allá de lecciones históricas, la información del alquiler de una lujosa casa en esta localidad, por parte del diario belga «L’Echo», ha agitado un tranquilo barrio residencial sin apenas comercios, muy cercano a la estación de tren y a unos quince minutos andando del centro de la ciudad. Yolande lleva ocho años viviendo en el vecindario y no da crédito a tanto movimiento. «Mi marido es italiano y en la prensa del país han aparecido fotos con la casa y la dirección exacta», aseguraba ayer. Este pasado viernes, el barrio estuvo ocupado por decenas de periodistas con unidades móviles para la realización de directos y vigilancia policial. Al mediodía de ayer, tan sólo un equipo de periodistas ucranianos seguía haciendo guardia. De momento, los vecinos están más sorprendidos que enfadados por la supuesta presencia del ex president y tanta agitación, aunque el ambiente que se respira no es de bienvenida, y algunos como Yolande reconoce que «está en desacuerdo» con sus actuaciones.
El 18 de junio el duque de Wellington, a la que la ciudad le dedica un museo en el mismo edificio que sirvió de cuartel general antes de la última batalla, consiguió que Napoleón Bonaparte firmara la capitulación y partiera de manera definitiva a la isla de Santa Elena, dónde falleció. En el periódico Le Soir, el rotativo francófono más leído del país, el humorista gráfico Pierre Kroll reflexionaba ayer en su viñeta sobre posibles paralelismos con la historia de Carles Puigdemont. Derrotado, no tras una cruenta batalla, sino tras y como marcan las costumbres del siglo XXI: unos mensajes de whatsapps.
El viernes, la alcaldesa de este municipio, Florence Reuter confirmó a L’Echo el alquiler de esta casa por parte de Puigdemont tras haber sido informada por vecinos y policía, aunque el ex presidente no haya acudido, al menos todavía, a empadronarse. La prensa belga especulaba con una posible marcha atrás en sus intenciones, después de la exclusiva periodística. Sin embargo, en Bélgica es necesario adelantar dos meses como fianza y Puigdemont se arriesgaría a perder 8.800 euros mensuales a no ser que encuentre a otro inquilino que le sustituya.
Yolande considera que si, bien en el vecindario, «hay algunas casas impresionantes» no comparte los titulares de la prensa que lo definen como un «barrio de ricos». Pero los vecinos reconocen que la casa supuestamente ocupada por Puigdemont, debido a su alto precio no siempre ha sido fácil de alquilar. Sus últimos inquilinos eran de origen árabe y permanecieron un año aproximadamente. «Creemos que eran qataríes, pero era difíciles de ver, no les gustaba relacionarse con el resto de los vecinos», explicaba ayer el matrimonio De Santis que habita una de las vivienda adyacentes a la mansión alquilada por Puigdemont. La pareja vive en esta casa hace ocho años y hacen un somero repaso de los vecinos más próximos con los que el ex president de Cataluña puede cruzarse diariamente: funcionarios de las instituciones europeas que trabajan en Bruselas, un médico e incluso un empresario iraní que comercializa caviar. ¡Puede comprar y si quieren, dar alguna fiesta!, sugieren. De momento, confían en que la atención de los medios haya llegado a su cénit estos días y que la tranquilidad vuelva a este barrio.
A pesar de que Puigdemont como todo ciudadano europeo tiene derecho a la libertad de circulación, Bélgica obliga, pasados 90 días, a regularizar la situación en el país y acudir a las comunas (ayuntamientos) para registrar la residencia. Para ello, hay que demostrar un domicilio fijo (no basta con el contrato, la policía comprueba si esa persona reside allí y tiene en el buzón puesto su nombre) y que se cuenta con medios suficientes para residir en el país y no suponer una carga para el Estado. Las autoridades belgas obligan a la contratación de un seguro de salud y, tal y como permite la legislación comunitaria, pueden dictar la expulsión u obligar a vivir en la clandestinidad a los ciudadanos comunitarios que no cumplan estas características al no tener recursos propios o por cuestiones de amenaza al orden público. Acudir a la comuna para registrar esta solicitud es un trámite kafkiano propio de la tierra que vio nacer al pintor Magritte y que saca de sus casillas a los espíritus más pacíficos. Un trámite que puede aclarar de manera definitiva el lugar de residencia elegido, la capacidad económica de Puigdemont y si, también el mismo, da por perdida su batalla para presidir la Generalitat.
✕
Accede a tu cuenta para comentar