Psicología
Los comportamientos que ningún padre debería pasar por alto en sus hijos
Si se detectan varios hábitos preocupantes, lo ideal es empezar por uno, trabajar sobre él con paciencia y avanzar poco a poco
La infancia y la adolescencia son etapas clave en el desarrollo de una persona. En ellas se sientan las bases emocionales, sociales y cognitivas del adulto que serán. Por eso, aunque muchos comportamientos puedan parecer 'cosas de niños', los expertos advierten: ciertos hábitos no deben pasarse por alto. Identificarlos a tiempo puede marcar una diferencia fundamental en la salud mental y emocional del menor.
Diversos psicólogos especializados en infancia alertan de una serie de actitudes que, si se repiten con frecuencia o se intensifican, pueden ser indicadores de que algo no va bien. La detección precoz y la intervención temprana son herramientas fundamentales para evitar que pequeños desajustes deriven en problemas mayores.
Uno de los primeros focos de atención es el desarrollo. Aunque cada niño avanza a su ritmo, no alcanzar ciertos logros (como hablar, caminar o socializar) de forma repetida o con retraso puede ser motivo de consulta. La clave, según los especialistas, está en observar cambios o estancamientos notables en las habilidades del menor.
Otro comportamiento que genera inquietud es el uso del entorno digital. Si un niño o adolescente insiste en navegar por internet sin supervisión, en espacios privados o con secretismo es fundamental prestar atención. El mundo digital está lleno de posibilidades, pero también de riesgos que los menores no siempre saben identificar. Los profesionales recomiendan que el acceso a pantallas e internet se haga en espacios comunes del hogar y con diálogo abierto.
El tiempo frente a pantallas, en general, es otro aspecto a tener en cuenta. Un uso excesivo puede estar relacionado con alteraciones del sueño, aislamiento social o dificultades emocionales. Establecer límites claros, sobre todo durante las comidas, el juego y antes de dormir es esencial para un desarrollo saludable.
Cambios emocionales y físicos
Los psicólogos también llaman la atención sobre las alteraciones en el apetito. Comer en exceso o, por el contrario, mostrar una pérdida de apetito prolongada puede ser el reflejo de ansiedad, estrés o incluso trastornos de la conducta alimentaria. Del mismo modo, comportamientos agresivos como morder, golpear, lanzar objetos o protagonizar rabietas incontrolables deben abordarse con apoyo profesional antes de que se cronifiquen.
El hábito de mentir con frecuencia es otra conducta a vigilar. Aunque todos los niños pueden faltar a la verdad en alguna ocasión, si mentir se convierte en la norma, puede estar indicando miedo a las consecuencias, baja autoestima o dificultades para comunicarse. Los especialistas aconsejan fomentar un entorno donde decir la verdad no genere miedo o vergüenza.
Además, en la actualidad, el lenguaje que utilizan los menores (tanto en casa como en redes sociales o mensajes privados) ha llamado la atención de los profesionales. El uso de expresiones ofensivas, discriminatorias o de contenido sexualizado debe abordarse desde el diálogo y con el ejemplo, modelando un lenguaje respetuoso.
Otros hábitos que pueden ocultar malestar
Dormir mal, sufrir insomnio o resistirse a acostarse de forma continua son señales a las que conviene prestar atención. El sueño es vital para el equilibrio emocional y cognitivo de los menores. Una rutina clara, sin pantallas antes de dormir y con horarios regulares puede mejorar significativamente la calidad del descanso.
También existen hábitos que pueden pasar desapercibidos, como el mordisqueo constante de uñas. Este gesto, aparentemente inofensivo, suele esconder ansiedad o estrés y en casos extremos puede causar lesiones físicas.
Y, aunque sea el más difícil de abordar, es necesario hablar del pensamiento suicida en adolescentes. Plantearse si la vida merece la pena, aunque no sea frecuente, no debe ignorarse ni minimizarse. Hablarlo de forma directa, sin juicios y buscar ayuda profesional son pasos imprescindibles si existe la más mínima sospecha.
¿Qué pueden hacer las familias?
Los expertos coinciden: lo más importante es mantener la calma. Reaccionar con nerviosismo o castigos desproporcionados solo empeora el problema. Observar con atención, establecer límites claros, fomentar la comunicación y buscar apoyo profesional son las claves para afrontar estas situaciones.
Asimismo, hay que recordar que no se puede cambiar todo de golpe. Si se detectan varios hábitos preocupantes, lo ideal es empezar por uno, trabajar sobre él con paciencia y acompañamiento, y avanzar poco a poco. Contar con el apoyo de psicólogos especializados en infancia y adolescencia no debería ser el último recurso, sino una vía natural para garantizar el bienestar de los más jóvenes.