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La columna de Carla de la Lá

Mujeres que adoro: Tamara de Lempicka

Mujeres que adoro: Tamara de Lempicka
Mujeres que adoro: Tamara de Lempickalarazon

Esta semana comienzo otra serie que sé que les va a encantar: mi particular tributo a las mujeres, una selección de los perfiles históricos femeninos más interesantes con arreglo a una gran variedad de razones como puedan ser el Arte, el escándalo, la belleza, la virtud, la inteligencia, el valor, la singularidad, el carisma, la elegancia, el talento, y en alguno de los casos todo junto.

Esta semana comienzo otra serie que sé que les va a encantar: mi particular tributo a las mujeres, una selección de los perfiles históricos femeninos más interesantes con arreglo a una gran variedad de razones como puedan ser el Arte, el escándalo, la belleza, la virtud, la inteligencia, el valor, la singularidad, el carisma, la elegancia, el talento, y en alguno de los casos todo junto.

Comenzamos con Tamara de Lempicka, la musa Art Decó.

Para todos los amantes de la estética, Tamara de Lempicka supuso un punto de inflexión postadolescente. En mi caso, antes de la universidad, pasé un año sabático (qué palabra tan cursi) en casa de mi abuelita, en México. Por las noches asistía a indescriptibles fiestas rodeada de inimitables personajes en fastuosas mansiones o extravagantes apartamentos (me cuesta hasta creer en mis propios recuerdos) yendo y viniendo en un Plymouth de 1936_sin matarnos. Durante el día me espabilaba con la adrenalina de las clases de salto que me daba uno de los 5 mejores jinetes del mundo de ese año. A punta de tortas, claro.

Me recogía puntualmente un chófer y yo enfundada en mi precioso traje, con botas, guantes y fusta hechos artesanalmente en Suiza... le pedía que me alegrase el trayecto con algún narco-corrido o con Selena, la Malú tejana brutalmente asesinada por una fan... Por esas fechas, mi tío Chucho, todo altura, talante e inspiración me explicó la historia del Arte y la Arquitectura; Art Nouveau Vs Art Decó, Paris, África...

A la hora de conocer algo nuevo es fundamental, troncal, ¡imprescindible! el alma que pone la persona que nos lo da a conocer. Mi padre siempre me ha dicho que no me gustan los números porque mis profesoras del colegio eran una verdadera nulidad intelectual y que por eso los asocio con aburrimiento, desgana, mediocridad y ramplonería. Ese año en México tío Chucho me arrastraba a través de libros y edificios, escaleras arriba y abajo, con la lengua fuera, con toda la pasión del universo, esa que tendré aquí, dentro de mis ojos para siempre...

Desde muy niña, bailando un Chopin en mis clases de danza, o escuchando a mi hermano tocando Bach día y noche al piano tengo presente la Belleza y el sentimiento de satisfacción y placer inmensos asociados a la estética y sus evocaciones de la felicidad, aunque sólo se trate de un presentimiento, de la inminencia de un atisbo, y no haya manera de fijarlo.

Y quizá no se debe esto a que lo Bello sea, como unos dicen, impermanente y evasivo, sino que los fugaces somos nosotros, y no podemos durar en esa estancia.

Bien, queridos, ese año de perlas, tequila, burritos, seda, locura tropical, japoneses, americanos, luna, chile, transición, champagne y terciopelo conocí su historia y su legado:

Tamara de Lempicka había sido la pintora Art Decó más célebre en la Europa de los años treinta; convertida ya en baronesa, vivió la guerra y la posguerra en Estados Unidos como el paradigma de un mito hollywoodiense para trasladarse después a México (¿os he dicho ya que es uno de los mejores exponentes de la Tierra en cuanto a la estética Decó?), a disfrutar de la elegancia y el surrealismo más descomunales.

En 1972, siendo ya una anciana venerable, una exposición de sus obras en París, la rescató del olvido, como si fuera un espectro que surgía de los locos años veinte. En palabras del historiador Higinio Polo, Tamara crea una poética de la evasión, del lujo nihilista, un arte burgués, la pretendida sofisticación que persigue la espuma de la vida, unida al gusto por los pozos oscuros de los paraísos prohibidos que, frecuentándolos, otorgaban a esos burgueses aburridos el aura de una modernidad resplandeciente.

Tamara y sus amigos buscaban la vida exquisita, la sensualidad limpia que muestran sus cuadros, aunque la pintora husmease marineros envueltos en sudor de pobres.

Hoy, aunque ya a mediados de los noventa pagaban por uno de sus cuadros casi dos millones de dólares, su pintura corre el riesgo de convertirse en motivo para calendarios de la mesocracia sin criterios artísticos, y en objeto del deseo de nuevos ricos hollywoodianos, como Madonna, que coleccionan sus cuadros, y a quienes atrae el toque de justa depravación que tanto gustaba en los años treinta.

A su muerte, Lempicka quiso que un helicóptero llevara sus cenizas al Popo, (el Popocatépetl es un maravilloso volcán activo y humeante a unos 72 km al sureste de la Cuidad de México).

Si han llegado al final es porque les interesa como a mí esta gran creadora de Belleza ¡Y están de suerte! El Palacio de Gaviria acoge la primera exposición restrospectiva en Madrid de Tamara de Lempicka que podrá visitarse hasta el 24 de febrero de 2019. No se la pierdan. Quizá me encuentren allí...y recuerden:

Entre la belleza y la Muerte, la vida y la felicidad, hay un vínculo que es a la vez sutil y firme; tenemos el Arte, quizá, para equilibrarnos hasta el instante de la caída.

“La Belleza es inquietante”, me digo entonces, y yo misma no soy otra cosa que esa inquietud.