Historia y turismo

Cuarenta años de flechas amarillas, el símbolo que marca el Camino de Santiago

La voluntad de un párroco y los botes de pintura sobrante de una empresa de obras públicas definen el origen de uno de los signos más visibles de la ruta jacobea

Una flecha en la Vía de la Plata.
Una flecha en la Vía de la Plata. Camino de Santiago

Muchas son las rutas que llevan a Santiago; infinitud de caminos que siempre han estado ahí, acogiendo al peregrino, al viandante que, en su tránsito, buscaba la tumba del Apóstol, o, quien sabe, cualquier otro destino más cercano. Algunas de ellas han cuajado en caminos oficiales que atraviesan la Península como arterias del corazón de Compostela: el Francés, el del Norte, el de Fisterra, la Vía de la Plata, el Camino Inglés, el Primitivo, el del Norte, el de Invierno, el Portugués o la Ruta del Mar de Arousa.

Miles de kilómetros para caminar hasta Santiago que lucen, hoy, un símbolo inconfundible que indica al peregrino que el rumbo es el correcto: la flecha amarilla. Apenas tres palos pintados con brocha gorda que, a diferencia del Camino, no siempre han estado ahí.

De hecho, la flecha amarilla, bastante más reciente que la ruta a Compostela, cumple este año cuatro décadas. Pero, ¿cuál es entonces la historia de uno de los símbolos más visibles del Camino?

Como casi siempre en estos casos el relato resulta inesperado y pone en valor la figura de Elías Valiña Sampedro (Sarria, 1929-1989), conocido como O cura do Cebreiro, que fue uno de los más importantes conservadores y promotores del Camino de Santiago.

La vida de Elías Valiña gira en torno a la ruta jacobea, siendo uno de los grandes artífices de su recuperación en nuestro tiempo. Licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Comillas y doctorado por la Universidad Pontificia de Salamanca, en los años 1961 y 1962 redactó la tesis 'El Camino de Santiago. Estudio histórico-jurídico'.

Años más tarde, en 1984, emprendió la señalización del Camino con flechas amarillas desde Roncesvalles hasta Compostela.

Como es de suponer, Valiña no contaba de inicio con el material para afrontar esta labor. Para solucionar el problema se dirigió a una empresa de obras públicas de Pedrafita do Cebreiro para pedirles la pintura sobrante que se utilizaba para señalizar las carreteras.

Esta pintura era amarilla, cerrando así el círculo de uno de los principales símbolos del Camino de Santiago.

Cuentan que un día, mientras que marcaba la ruta en Roncesvalles, el párroco fue sorprendido por la Guardia Civil, que mostró su preocupación por el pintado de un símbolo desconocido que bien podría ser alguna indicación a terroristas. Los agentes, preocupados, le preguntaron qué hacía y Valiña, convencido, respondió: “Estoy preparando una invasión”.

Hoy, cuarenta años después, la invasión se ha confirmado: el número de peregrinos ha pasado de los 423 registrados en 1984 a los 466.035 de 2023. Todos acuden a su cita con el Apóstol guiados por la flecha de un visionario, una persona que cambió la historia del Camino con algo tan sencillo como unos botes de pintura amarilla y mucha voluntad.