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Irene Montero: La gira cuché de la “Isabel Preysler de Galapagar”
Detrás de sus últimos reportajes, con posado y estilismo incluido, hay intención: suavizar su rudeza política y humanizar su imagen. Un giro conservador
Los hijos de Irene Montero comen con las manos. Lo hacen siguiendo una exquisita e innovadora pedagogía que detalla a la periodista Joana Bonet en la entrevista que ha concedido esta semana a «Vanity Fair». A la ministra la hacíamos con las mangas remangadas peleando por sacar de la miseria a esas mujeres que de manera más acusada están sufriendo esta pandemia. En los barrios pobres, algunos niños también usan los dedos para llevarse a la boca las migajas que encuentran, pero no siguen más método que la necesidad.
En el reportaje, la ministra posa relajada en la azotea de la calle Alcalá, 37, sede de su Ministerio. Luce zapatos Exé y un vestido ajustado de punto de canalé de Maje, una marca que se define a sí misma como líder de lujo asequible, dejando a la vista unos brazos no demasiado bregados. A juzgar por la reacción en la calle, sus electores la prefieren descamisada y rebosante de energía, dispuesta a trabajar con la pasión propia de una joven de 32 años para proteger a las víctimas de esa tormenta que ocurre de puertas adentro cuando hay que confinarse y saltan por los aires todos los tabiques (seguridad, armonía, dinero, salud…). La pandemia aumentó un 60% las llamadas al 016 para pedir ayuda por violencia de género.
La coleta baja y algún mechón cuidadosamente descolocado con la que aparece en las imágenes es muy similar al peinado favorito de Isabel Preysler. Pero a la ministra le disgusta esa comparación burlona, y así se lo hace saber a Bonet. La periodista atiende a LA RAZÓN y nos cuenta algunos entresijos: «Después del acoso que sufren ella y su familia desde hace meses, me pareció interesante conocer su dimensión humana. A Montero se le han puesto mil máscaras y no me parecía justo que nos quedásemos con una deformación del personaje que no se corresponde con su verdadera identidad. Sobre todo, sentía curiosidad por descubrir si su izquierda es una izquierda llena de prejuicios o transigente».
Bonet es una profesional curtida en el periodismo. Ha dirigido revistas y entrevistado a los personajes con mayor renombre del panorama social, cultural y político. Retratar a la ministra y ahondar en su discurso hablando de las pequeñas cosas que la rodean sin apenas tocar la política ha sido un verdadero ejercicio de sutileza. «Contestó a todas mis preguntas, aunque los 40 folios de entrevista se redujeron finalmente a cuatro sobre el papel. Ni siquiera esquivó los rumores de infidelidad que se atribuyen a Pablo Iglesias, pero en lo referente a este asunto y a su vida sexual se mostró más pudorosa», matiza. Aun así, se confesó ante Bonet como mujer heterosexual sin vacilación y aclaró que no admitiría una relación abierta. «En cuanto a relaciones de pareja, soy conservadora», zanjó la ministra.
Es una apreciación que colisiona con al menos una parte de la formación morada. Su camarada Beatriz Gimeno, a quien fichó como directora del Instituto de la Mujer, es acérrima defensora del sexo violento entre mujeres y ha arremetido en público contra la heterosexualidad.
La impresión es que la ministra de Igualdad está dando un viraje que la aleja de las posturas exaltadas y Bonet sabe darle forma. En uno de los primeros párrafos del texto, la periodista asegura que la fotografía oficial de los reyes que preside la pared de su despacho es el único «renglón torcido» en el gabinete de esta ministra republicana. Nos garantiza que la frase es pura ironía; sin embargo, ella es consciente de que, en ese delirio por ofrecer la imagen más edulcorada de sí misma, la ministra ha dejado escapar revelaciones explosivas que podrían dinamitar las raíces de su propio partido.
Casi dos horas de charla dieron para hablar de su confesa «mala leche», de la calma paternal de Iglesias, de feminismo y también de moda. De nuevo, otra confidencia: «Estoy descubriendo que la moda no es siempre impostura, también es una forma de expresar cómo eres». Su declaración pasaría desapercibida si no fuese por cuanto ha cargado contra el sistema capitalista y los mensajes que perpetúan estereotipos de género y cosifican a la mujer.
Ahora Montero se confiesa gran admiradora de moda proclamando, además, que «el acceso a la belleza es un derecho». Su imagen contrasta con aquella otra en la que alzaba el brazo dejando que asomara su matojillo de vello.
Bonet entiende que sus revelaciones son el fruto de una nueva mujer más reposada a quien la maternidad, los años y los embates le han hecho madurar. «El rasgo más visible es su mesura frente a la vehemencia anterior. Ella misma confiesa que está trabajando la contención para afrontar las cosas desde otra perspectiva», dice. Lo cierto es que los suyos no la reconocen y ella, a pesar de su recién estrenado comedimiento, no puede evitar ver un componente machista en cada crítica y se lo expresa a Bonet. «Lamenta que se la ataque por su condición femenina o por hablar de su vida privada», añade la periodista. Sin embargo, el reproche que más se escucha desde hace unas semanas desde ambas bancadas, derecha e izquierda, es su tibieza en los asuntos más serios. La diputada popular Belén Hoyo la acusó recientemente de defender un feminismo discontinuo, de pega y «fake».
Detalle a detalle, Joana Bonet consigue que la ministra se regodee en las preguntas con un modelo de familia casi idílico y no incidió en la feminización de la pobreza, la desigualdad y la precariedad salarial. La pandemia no es neutral en términos de género. El descrédito de sus posados llega por ahí y del temor de que se olvide de la calle. Ni por «señora de», ni por mujer. Acaba de aprender que hay que vestirse para ganar, pero quizá la estética que imponen los tiempos a la clase política sea otra.
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