Celia Villalobos
Celia Villalobos: «Qué mal me cae Santiago Abascal»
La ex política se calló muy poco en «El Hormiguero», a donde fue a promocionar su libro
Dejó la política hace más de dos años y desde entonces hace y dice lo que le sale de la ‘higa’ –dicho popular, muy andaluz, que viene a significar lo que le da a uno la real gana–. Tampoco es novedad. Ya durante su etapa política lo hacía y se desmarcaba de todo lo que no le parecía. A Celia gusta escucharla por eso y porque cuenta cosas que otros no se atreven. No al menos con ese descaro y esa gracieja malagueña de la que tanto tira porque le nace sola y porque además sabe que le funciona.
Anoche, en «El Hormiguero», Celia Villalobos promocionaba su libro, «La política apasionada», y fue generosa en perlas. Para todos hubo, aunque en distinta condición. Concursante del actual «MasterChef Celebrity» y dedicada ahora a asuntos más mundanos –vivir y disfrutar de su familia, ojo excentricidad…–, dio a diestro y siniestro porque, a estas alturas, qué más da. Son los privilegios de una política retirada que dedicó más de 30 años al servició público como eurodiputada, alcaldesa de Málaga, vicepresidenta del Consejo, ministra de Sanidad.
Nada más arrancar, la primera en la frente. El libro lo ha escrito ella solita, sin ayuda de ‘negros’, que fue lo que inicialmente le ofrecieron en la editorial. Pero «no me veía presentando un libro que no había escrito yo. Es que escribir es muy complicado, a la gente que escribe: chapó. Conozco a muchos políticos y políticas que han escrito libros muy sesudos que no los han escrito ellos, claro». Y no dio nombres. Que cada uno imagine lo que quiera en función de sus filias y fobias.
«No lo he escrito con intención de desahogarme. Lo hice porque quería recordar cosas que me habían pasado. Me parecía que ya había plantado árboles cuando era alcaldesa, tenía hijos, tres, y me faltaba escribir un libro. Y ya lo último, que lo acabo de hacer: me he metido en Instagram. Ya me puedo morir». Y las buscamos corriendo, claro. Más de 5.600 seguidores en tan solo unos días. Cotilleen:
Pablo Casado, el joven
Y luego ya, Pablo Motos entró directo, sin vacilar. Dedito en la llaga porque Celia dejó la política cuando Pablo Casado ganó las primarias frente a Soraya Sáez de Santamaría. Apoyaba a Soraya, obviamente. Y un poco de eso tuvo que ver en la decisión de abandonar la política para siempre, aunque ya llevara más de treinta años en el servicio público. Pero la cuestión aquí no era ella ni Soraya, sino el aún poco curtido Pablo Casado: «Es verdad que apoyé a Soraya, me parecía que era su momento. El momento de Pablo todavía no ha llegado –ojo, lo dijo en presente–. Llegará. Los socialistas gobiernan de ocho a doce años. No te quemes, Pablo, hijo. Que eres muy jovencito. Pero él –por Pablo– tenía mucha bulla. Mucha prisa. Ya le están empezando a salir canas, claro. El mundo de la política es muy complicado… Y yo creía que era mejor Soraya y lo sigo pensando. Y que él se hubiera reservado un poquito».
Sí reconoció, sin embargo, que le había encantado su intervención en la moción de censura: «Me gustó mucho. He encontrado el PP en el que creo, un partido de centro, abierto, de Estado, con solvencia. Ahora espero que siga por ahí. Yo soy muy amiga de Pablo, ¿eh? Y le quiero mucho, además. Somos amigos desde hace muchos años». Pausa y a la carga de nuevo: «Pero la amistad por la amistad y la burra, por lo que vale, que decía mi suegra».
«Lo único que le importa a Pedro Sánchez es su culo»
Para el resto, también hubo. Para todos, de hecho: «Pedro, Pablo, Pablito Iglesias, el de Vox, que siempre le llamo Alborán y no se llama así… Es que como me cae tan mal… Me parece que son políticos ‘mijita’ inmaduros, sinceramente». Sobre Pedro Sánchez, hizo incluso un semibailecito de cintura para arriba mientras decía: «No sé si conocéis a Makinavajas, que iba por la vida que se comía el mundo. Bueno, pues a mí me lo recuerda Pedro. Tú has visto cuando avanza, la última vez en la comisión europea, y va de ‘joe, el cuerpo que tengo yo’… Y a mí eso no me gusta en la política. Lo único que le importa es su culo, y le importa lo demás una higa». Una higa. La misma que a ella decir lo que piensa, que ya lo comentábamos antes.
«Pablo Iglesias sí tiene ideología –turno para el de Podemos–, ese es el más peligroso de todos, es leninista y sabe lo que quiere mientras los demás no saben lo que quieren, más allá de tener el culo sentado. Y este sabe muy bien. Lo que pasa es que no es tan listo como él se creía, con lo cual nos podemos salvar un poquito. Pablo se cree Dios y claro, esto es muy complicado… Este mundo es muy complicado… Y cuando llegas al ministerio y te ves allí dentro, este, como los demás, habrán dicho: ‘Madre del amor hermoso, esto es difícil, pero difícil de cojones’». Y Motos la dejaba hablar para que siguiera soltando.
«Solo respeto a Felipe González y a Mariano Rajoy»
Entre otras cosas, que ella es política de otros tiempos, de otra generación, de la que vivió la dictadura y lleva la democracia en vena: «Creo profundamente en la función pública, en la función del Estado, en la función de trabajar por los demás porque son los que te han elegido. Le tengo un enorme respeto a la democracia y al voto. Porque como tengo 71 años y he vivido lo otro, la dictadura, donde la gente no podía reunirse… Ahora dicen que más de seis no podemos estar en una casa, cuando en la época de Franco no podíamos estar tres en la calle siquiera porque entonces era reunión ilegal. No había libertad, ni de pensamiento ni de partido ni de nada, y claro respeto mucho el sistema que tenemos y creo profundamente en él. ¿Y qué pasa? Pues que Felipe González y Mariano Rajoy son políticos a los que yo respeto. ¿Y qué pasa en la política de ahora? Que es líquida. Lo único que importa son los titulares. No le veo concepto de Estado. Y no me veía en un mitin diciendo esas cosas. Así que dije: Villalobos, carretera y manta. Y me fui».
También habló de la corrupción, de la de unos y la de otros, de la de Filesa con el Psoe y de la Gürtel con el PP, pero defendió la figura de Rajoy, probablemente el político al que más admira: «Mira, el corrupto no lo puede contar porque entonces cómo diablos va a seguir siendo el trincolín de la mangoleta –translate: el chorizo–, entonces se lo calla. ¿Cómo se descubren Filesa y la Gürtel? Porque un tío que está dentro se cabrea y lo cuenta. Pero al corrupto el afán de dinero le puede todo». Por eso no cree que Bárcenas vaya a tirar más de la manta. Porque no está segura de que haya mucha manta ahí: «Lo que tenía que saberse de ese tema se sabe, eran dos señores que se aprovecharon de algunos ayuntamientos de este país. Está la sentencia ahí. Siento mucho que haya gente que tenga que estar 30 años en la cárcel, pero se lo tenían que haber pensado antes. Y te voy a decir una cosa: quien hizo las leyes más fuertes contra la corrupción fue Mariano Rajoy y al final lo ha pagado él todo. Pero él está feliz», y loas y alabanzas para un amigo y su político más admirado.
Fue el único –Rajoy– del que habló bien. Porque por repartir, le tocó hasta a José Bono, de quien dijo no fiarse nada porque se había portado fatal con ella y a quien ataca duramente en el libro, según adelantó Pablo Motos. Contaba Celia que Bono cambió las cámaras del Congreso para que no se le viera la calva, al parecer. Pero el cambio no favoreció en absoluto a las señoras, a quienes la nueva perspectiva les hacía un pechamen desproporcionado. Y eso no podía ser. A Aznar, por su parte, le reprochó que se desviara del centro, que fue donde realmente empezó. Y contó que él le dejó de habar a ella cuando en 2004 abandonó el poder. Pero lo achaca a rencillas personales y profesionales del expresidente con su marido, Pedro Arriola, que fue asesor de Aznar durante años: «Creo que dejó de hablarme por ser la cónyuge, no era personal conmigo. No tenía por qué. Creo que no le gustó alguna cosa que hizo Pedro y…». ¿Su marido?, le preguntaba Motos. «Sí, su asesor, el que lo hizo presidente con su bigote y todo. Cincuenta años llevo con él. Pero otro confinamiento con el Arriola, no ¿eh? Os lo pido por lo que más queráis». Y bromeaba de nuevo. O quizá no tanto.
En cualquier caso, de todos los que habló, solo uno le sacaba un poquito de quicio. Al final del programa, Celia insitió: «¡Que no me gusta Abascal! Yo a este señor lo único que le diría es que se moderara un poquito, se relajara, disfrutara de la vida, que bastantes problemas hay». Con retranca. Obvio. Y finalizaba el programa como empezó.
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