Obituario

El Risitas o el lenguaje universal de la risa

Fue grande haciendo reír a carcajadas con chistes que no tenían gracia alguna

El Risitas, durante la grabación de un anuncio de televisión
El Risitas, durante la grabación de un anuncio de televisiónM.G.M.G.

Como Chiquito de la Calzada, ‘El Risitas’ fue grande haciendo reír a carcajadas con chistes que no tenían gracia alguna y dejando expresiones y gestos en la vida cotidiana de los españoles de una punta a otra de la piel de toro. Lo petaron a pesar de haber surgido ambos de castizas barriadas de Málaga y Sevilla y de estar repletos sus repertorios de alusiones locales difícilmente descifrables no ya más allá de Despeñaperros sino en las mismas provincias limítrofes.

Corría 1999 y en clase todos intentamos alguna vez imitar la risa tonta de Juan Joya Borja, ‘El Risitas’, rociero y del Polígono San Pablo, como a él le gustaba presentarse con orgullo, en algún momento de relax del agobiante COU, con la Selectividad aguardándonos a la vuelta de la esquina. Sin redes sociales pero con la plataforma única de los programas de Jesús Quintero, ‘El Risitas’ se había convertido en un fenómeno nacional.

En los años de la carrera me lo crucé alguna vez con su pareja artística, el Peíto, el cuñao, no lejos de la vieja Facultad de Periodismo sevillana, por las calles del barrio de la Puerta Osario, donde sigue existiendo la taberna Quitapesares, la del descubridor del dúo, el también llorado saetero y tabernero Pepe Peregil. También lo vi pisando el albero de la Feria de Abril, donde firmaba, achispado, autógrafos a diestro y siniestro.

Me daba la impresión de que era un hombre mucho más serio de lo que el personaje hacía creer, y que todas aquellas historias de su invalidez a raíz de haber sufrido el atropello de un coche, como las geniales anécdotas de las paelleras y del camión de sacos de cemento, encerraban una historia más triste de lo que su incontenible y forzada carcajada lograba disimular.

Pero, sabedores de que la de ‘El Risitas’ ha sido, a buen seguro, una historia de éxito ligada inseparablemente a la soledad y que su final ha sido triste, sus entrevistas, sus vídeos en YouTube, nos han acompañado durante dos décadas. Y nos han hecho reír en muchos momentos de bajón. Sí, con un humor simplón, inocentón, paleto y bufonesco.

Confieso que más de una vez y de dos y de tres maté ratos muertos, también en los dichosos días de confinamiento, riéndome en solitario con las entrevistas a ‘El Risitas’, que era mucho más inteligente de lo que pretendía aparentar y supo explotar el personaje que había creado. Pasaron los años, y con ellos llegó el declive del personaje, en paralelo al del periodista que lo catapultó, Jesús Quintero. Sin embargo, ya lejos de las pantallas de las televisiones españolas, ‘El Risitas’ alcanzó una popularidad aún mayor que la que aquellos primeros 2000 gracias a los memes. Porque un meme, que en dialecto sevillano podríamos traducir por ocurrencia, eso y no otra cosa era ‘El Risitas’. Sin necesidad de montajes fotográficos añadidos.

Más allá de España

Su fama traspasó fronteras. Finlandia, Rusia, Estados Unidos, Francia. Rivales geopolíticos unidos por la carcajada enloquecida de un digno representante de la tradición picaresca sevillana (además, una estirpe local de personajes a la que pertenecía ‘El Risitas’ también empieza a marcharse del todo). En Francia, Issou –transcripción del famoso ‘Jesúuuuuus’- se convirtió en un fenómeno en los últimos años como atestiguan los obituarios y reseñas sobre su fallecimiento aparecidos en importantes medios del país vecino. Hace pocos meses, al conocerse su delicado estado de salud, sus fans galos llegaron a reunir nada menos que 14.000 euros para ayudarle. Una muestra de que se le quería y mucho. ‘The Giggles’ arrasaba también al otro lado del Atlántico. Porque no hay nada más global que el humor y la carcajada, incluida la boba y exagerada de ‘El Risitas’.

En fin, la muerte de Juan Joya Borja nos recuerda en este mundo desconfiado y triste, de confinamientos y fronteras recuperadas, la universalidad del lenguaje de la risa y también la necesidad de ponerle un poco de guasa a la cosa. Así que gritemos por última vez: ¡Cuñaaaaaaao!