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Montevideo

El esperado encuentro entre los hijos de Lequio

El aristócrata confirma la buena sintonía entre Clemente y Álex. Alessandro tiene una deuda pendiente con su hermano uruguayo

Los hermanos Alejandro (izda.) y Clemente Lequio (dcha.)
Los hermanos Alejandro (izda.) y Clemente Lequio (dcha.)larazon

En mi vida había visto a una mujer con tanta raza y mala leche como Antonia Dell'Atte. Todo lo que hacía Alessandro junto a Ana Obregón le sabía agrio. Antonia, herida como una loba, tiró por la calle de en medio. Se dio a la fuga y voló a Italia. En concreto, a Brindisi, en el tacón de la bota –lo que equivaldría a Tarifa en España–, donde tenía a su madre y a un hermano que vivían bajo un techo que ella misma había pagado mientras era la musa de Armani. Hija de un humilde trabajador, Antonia sabía lo que era «pasarlas canutas» para llenar la nevera. Alessandro, sin embargo, se había criado en los mejores colegios e internados de Italia y Suiza gracias a su ascendencia aristocrática. De niño vivía en Turín, en un palacete de un barrio señorial. El mismo donde su padre encontró trágicamente la muerte al precipitarse al vacío desde uno de sus balcones. Con aquella muerte, el primer Conde Lequio di Assaba dejaba a su muerte tres hijos de dos matrimonios diferentes. «Dado» Lequio y Francesco tan sólo se han visto una vez en su vida. Fue en Roma, en casa de su abuela la Infanta de España Beatriz de Borbón. Ahora, por azares del destino, sus hijos –los que tuvo con Antonia Dell'Atte y Ana Obregón, respectivamente– se encuentran en la misma situación. Un padre en común y dos madres que no guardan –ni quieren– ninguna relación personal. Y también en este aspecto parece que la historia se repite de nuevo: se sabe que la primera mujer de Clemente Lequio nunca llegó a relacionarse con Sandra Torlonia, la madre de Alessandro. Así que el hermano uruguayo de nuestro conde creció y formó su propia familia en el país latinoamericano alejado de Turín y de sus hermanos.

Por eso ahora Alessandro me confirma vía telefónica que sus dos hijos, Clemente y Álex, se reencontraron este pasado verano en Madrid. Clemente viajó a la capital de España para participar en un desfile de moda que propició la esperada cita. «Almorzamos los tres en el restaurante El Molino de la carretera de Algete», me cuenta su padre. «¿Se hablan por teléfono desde entonces asiduamente?», le pregunto para ahondar hasta qué punto ha ido la relación entre los dos hermanos. «Más que vía telefónica, se hablan a través de Facebook y otras redes sociales. Pero sí, mantienen el contacto», me asegura. Tras esta segunda respuesta y viendo la buena disposición de quien antaño fue mi amigo, entro a matar con el tema que me ha llevado a iniciar la conversación: «Dado, es como si la historia se repitiera. Tú también tienes un hermano mayor con el que no has crecido ni vivido tu infancia ni adolescencia», le digo. «Mi relación con Francesco no tiene nada que ver. Al morir mi padre perdimos el contacto. Sólo nos habíamos visto una vez en Roma. Él vivía en Montevideo y nosotros en Turín. Lo de mis hijos es diferente, yo estoy aquí y vivo». ¿Pero en qué se diferencian las historias?», le insisto. «Yo he criado a mis dos hijos. A Clemente hasta que Antonia se lo llevo a Brindisi y a Álex le he hablado de su hermano siempre, ha sabido de él y ha aprendido de pequeño a quererle a pesar de no haberse visto casi».

La pregunta inevitable es saber si ahora que los hijos de Lequio pueden disfrutar el uno del otro de forma madura y con plena libertad no le pica a su padre la curiosidad por saber qué ha sido de su hermano. «Francesco no está bien de la cabeza. Es mucho más mayor que yo y vive muy lejos», asegura. El tono de Alessandro cambia y no es por sentirse incómodo con la pregunta, pues no la esquiva. Parece más bien nostálgico y guarda silencio durante unas segundos para retomar la conversación y añadir: «Siento curiosidad, la verdad, pero no existe ningún tipo de relación». Se intuye que la falta de información, la imposibilidad de contactar y la intención de no desagradar a su madre hacen que Alessandro, al menos de momento, prefiera no mirar hacia atrás y centrar sus energías en el futuro de sus dos hijos.

Hace 20 años, en Montevideo, dejé a Francesco Lequio sentado en la cama de su habitación, tocando la guitarra. Sólo tenía tres cuerdas. A su alrededor varios internos del Cottolengo Don Orionne daban palmas intentando llevar el ritmo. Francesco, con una sonrisa inocente como la de un niño, le enviaba un abrazo y muchos besos a su hermano Alessandro. Dado, yo al menos lo intentaría. Éste sí sería un auténtico reencuentro entre dos hermanos.

Después de la tormenta

La modelo italiana Antonia Dell'Atte fue la primera esposa de Alessandro Lequio. La pareja contrajo matrimonio en 1987 y fruto de esa unión tuvieron a su único hijo, Clemente. Tras discusiones, insultos, celos e infidelidades, pusieron fin a su relación en 1991. Dell'Ate denunció al Conde Lequio por abandono del hogar y llegó incluso a acusarlo de malos tratos ante las cámaras. El noble italiano pasó en compañía de la actriz española Ana Obregón la década de los 90 y tuvo con ella otro hijo: Alejandro Alfonso. Su noviazgo fue motivo de una larga serie de querellas entre la bióloga y la italiana. Una vez más, los sonados escarceos amorosos fueron el motivo de la ruptura: la relación que paralelamente mantuvo el sueco con Mar Flores fue el detonante de la separación. Pero, ahora que ha limado asperezas con ambas y se ha casado por segunda vez con María Palacios, Lequio parece haber encontrado por fin la estabilidad.