
Entrevista
María Ángeles Grajal: «El día que Jaime Ostos me vio con un paciente sin camisa, entendí su mundo y él, el mío»
La viuda del torero nos abre en exclusiva su corazón al presentar sus memorias póstumas en las que cuenta la relación con sus amantes y sus correrías con el Rey

Indómita, resistente, de naturaleza impredecible, espectacular y con una leyenda salpicada de historias. María Ángeles Grajal es un miura de difícil toreo, pero una se santigua y al saltar al ruedo descubre una mujer deseosa de paladear este momento como merece. Es su primera entrevista para presentar «Jaime Ostos, sin filtros» (Almuzara), un retrato póstumo de su marido escrito casi al dictado por ella. No quiere que ningún barro se pegue a sus ojos, pero hay párrafos que levantan por sí mismos polvareda. Es el caso de su reunión «caliente» con el Rey Juan Carlos (entonces Príncipe) y dos vedettes en la habitación de un hotel. «La cama se nos quedó pequeña», resume el torero en sus memorias.
Sentencia que «las aventuras amorosas de los toreros eran el pan de cada día en nuestra vida». En eso estaba de acuerdo con su compañero de correrías, Luis Miguel Dominguín, que decía que muchas de las cornadas llevaban nombre de mujer. «Hubo temporadas en las que mantuve relaciones con dos o tres al mismo tiempo, y fue justo cuando más me cogieron los toros», le contó el padre de Bosé. Al hablar de él, Ostos relata la enemistad con su cuñado Antonio Ordóñez, al parecer pura retórica de Ernest Hemingway para atizar sus columnas taurinas y captar el interés de sus lectores, que, según el marido de Grajal, disfrutaban de esta competencia. «Era más un truco de marketing y el más beneficiado fui yo».

Mujeriegos como eran –y se vanagloriaban de ello–, Ostos gozó creando rivalidad con Luis Miguel fuera del ruedo. «Me invitaba a muchas fiestas privadas, reuniones familiares y de amigos, donde me presentaba a las mujeres más bellas e importantes de aquella sociedad. Ambos flirteábamos y compartíamos aventuras. A veces, incluso nos gustaban las mismas mujeres y las compartíamos, aunque nunca juntos ni revueltos».
Coincidieron en el tiempo con la viuda de Tyrone Power, Linda Christian. «Nos seguía por casi todas las ferias de España y Francia durante 1961. Le gustaba mucho el mundo de los toros. Lo que no sospechábamos era que mantenía relaciones con ambos, de forma intermitente. Cada uno de nosotros creía que Linda era su amante exclusiva, hasta que un día nos enteramos de que la compartíamos y que, además, también estaba con Ordóñez». ¿Cómo se enteraron? Ostos cuenta que fue ella misma, un día, «harta de copas», quien se lo confesó a Lucía Bosé para que «ardiese de celos», a pesar de que ya estaba separada de Dominguín. «Estuve con los tres el mismo verano, sin que ninguno se diera cuenta», le contó Linda. «Y ninguno de los tres era para darle aplausos en la cama», le soltó, «sin delicadeza alguna, la viuda de Tyrone Power» a Lucía.
Estas y otras muchas aventuras erótico sentimentales las fue escribiendo María Ángeles según se las contaba. «Tal y como toreó, también amó», reconoce. «Violentamente», tomando una expresión que le contó a Ostos su apoderado, José Ignacio Sánchez Mejías, «Huevo Frito», mencionando algo que había escuchado a su padre. «A mí me pasa lo mismo», le contestó. «Los toreros os enamoráis exageradamente porque lo que hacéis en el ruedo es una pura exageración de valor y entrega; lleváis esa intensidad más allá de la plaza y todo lo hacéis con exceso», corroboró el apoderado.
María Ángeles lo valida con estas palabras: «Cualquier esposa de torero sabe a qué se refiere. Son hombres que aman como viven, con intensidad. Son conscientes de que en dos horas pueden morir y esa pasión es parte de su liturgia. Sus rituales simbolizan esa forma de vivir y sentir. Para Jaime era algo tan admirable que cualquier otro aspecto rutinario le parecía superficial. Incluso su umbral de dolor era superior al de cualquier otra persona. Los años de toreo le adiestraron así y era una expresión de su gran coraje vital».
La neumóloga fue el último y gran amor de Jaime. «Su salvadora», como él decía, y madre de su cuarto hijo,Jacobo Ostos. La vida matrimonial del torero ocupa otra parte importante de sus memorias. Habla de su primera mujer, Consuelo Alcalá, madre de sus hijos Gabriela y Jaime: «Comprobé muy pronto que mi primer matrimonio había sido un fracaso. Asumí mi responsabilidad por la torpeza de dejarme llevar por un flechazo sin consistencia, deslumbrado solo por la juventud de una niña de dieciséis años, guapísima, culta y refinada. Pero, cuando no hay amor, falta madurez y sobra tontería, nada lo puede arreglar».
Para obtener la nulidad, dice que mintió admitiendo que su carácter impulsivo le llevaba a discusiones e insultos después de una mala corrida o por sus reproches cuando le veía en las revistas besando a otras mujeres. «Deseaba esa anulación y tuve que implicarme en aquella farsa. La conducta de mi exmujer se volvió repugnante cuando, veinte años más tarde, comenzó a ridiculizarme en los platós, exponiéndose como una mujer maltratada».
Roto su primer matrimonio, vivió un romance de doce años con Lita Trujillo. «Pero Consuelo planeó la venganza contra María Ángeles –escribe Ostos–. Su odio hacia mí lo dirigió hacia ella, humillándola, insultándola en los platós de televisión y en revistas del corazón, pero María Ángeles rechazó siempre las oportunidades que le ofrecieron para defenderse porque nunca quiso rebajarse al nivel de una persona desquiciada», dice.

¿Fue fácil la convivencia con Jaime Ostos? María Ángeles reconoce que necesitaron acostumbrarse. Por su parte, tomó prestado algún quite de muletas para lidiar con semejante carácter. «Culturalmente, el toreo requiere mucho valor, dureza, cierta genialidad. Esto hace que sean figuras muy admiradas. Cuando se desprenden del traje de luces, el ídolo pasa a ser un hombre y entonces toca gestionar los egos. Nuestros primeros años fueron complicados. Nos amábamos con locura, pero cuando había ese choque de egos ninguno daba su brazo a torcer. Recuerdo un día que vino a la consulta y se encontró con un paciente sin camisa al que estaba explorando. Finalmente yo entendí su mundo y él el mío. Hasta tal punto se involucró que me acompañaba a los eventos. Al ministro de Sanidad Romay Beccaría le divertía sentarse a su lado. Con sus luces y sombras, vivimos una gran historia de amor».
El torero murió bailando
Tiene grabado el deseo expreso de su marido de morir bailando. Se le paró el corazón mientras dormía, en Bogotá (Colombia), el 8 de enero de 2022. «Tenía 90 años y, curiosamente, solo unas horas antes había estado bailando por cumbias y bulerías. Murió tal y como quería, disfrutando de la vida». Tres años después, María Ángeles sigue recolocando la vida sin él. «Es muy duro. Fue un torero excepcional, una figura única para el mundo taurino y un ser humano generoso, lleno de bondad y auténtico. Estas memorias escritas por él en primera persona son el reflejo de un hombre y el testimonio de una época. Aunque él ya no está, me siento en la obligación de ensalzar lo que significó».
Habla con orgullo y al mismo tiempo con dolor. No entiende la guerra que mantienen los hijos de la primera mujer de Jaime con ella y su hijo. «Me dolió enormemente por mi marido y me sigue doliendo muchísimo. Mi actitud ha sido siempre conciliadora. Este dolor me deja muy vulnerable y tiene ya un coste físico y emocional demasiado alto, pero sigo fuerte porque amo a mi hijo y aprecio la vida, la salud, mi trabajo y mis amistades. Tengo la fortuna de ejercer una profesión, la medicina, que me llena y me alimenta el alma».
A la espera de que esta tormenta amaine algún día, vive abrazada a los infinitos recuerdos que se arremolinan vívidos. Respira hondo antes de responder si volverá a abrir su corazón. «Ojalá, pero, para ello, tendría que llegar una réplica exacta de mi marido».
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