Efemérides
La muerte de Sonia Martínez hace 20 años fue la crónica de un adiós anunciado
Ayer se cumplieron 30 años de su fatal desenlace. Fui el único periodista que la vio muerta. Un ataúd modesto en una pequeña sala del cementerio sur madrileño
Era un ser de luz hasta que las adicciones se cruzaron en su camino. Sonia Martínez vivió un infierno en sus últimos años de vida. Enferma de SIDA, con graves problemas económicos y marcada por el mundo de la prostitución, la popular presentadora moría el 4 de septiembre de 1994 víctima de una enfermedad que le había minado por dentro,
Recuerdo que fue su entonces pareja, un funcionario jubilado que la mantenía, y la adoraba, quien me llamó para comunicarme su fallecimiento. Fui el único periodista que la vio muerta. Un ataúd modesto en una pequeña sala del cementerio sur madrileño. Ninguno de sus antiguos compañeros estaba allí para darle un último adiós. Ella, que había tenido tantos seguidores y amigos en su etapa dorada en la televisión, se iba de este mundo olvidada por todos.
Sonia era puro amor, sensible, cariñosa, agradecida y alegre. Pero apareció en el horizonte un maldito novio que la empujó al mundo los estupefacientes, un desalmado que no quiso ver el infierno al que la empujaba. Ella estaba muy deprimida por la muerte de su madre, su mayor apoyo, y cayó en un abismo sin fin. Creo que, en el fondo, no quería vivir, le faltaban ilusiones y alicientes.
Me pedía dinero para comprar comida y yo no se lo daba en metálico, porque lo gastaba en gramos de cocaína, que compraba a escondidas a un camello de poca monta del barrio madrileño de Lavapiés, un hombre con muy mal carácter y al que me enfrenté en una ocasión y casi llegamos a las manos. Era un chulo, que también ejercía de “protector” de prostitutas. En su grupo se movía Sonia en la zona de la Casa de Campo de la capital. Me confesó que le daba asco vender su cuerpo de esa manera, pero que no tenía otro tipo de ingresos que le alejaran de un mundo tan sórdido.
Un día fui a buscarla para hablar muy seriamente con ella. Conseguí que ingresara en una clínica de desintoxicación, pero a los dos días me llamó para contarme que se había escapado del centro y no pensaba volver. No hubo manera de convencerla de lo contrario. Y eso que el cantante Nacho Cano y el periodista Pepe Navarro también intentaron ayudarla sin conseguir el éxito deseado.
Nos vimos por última vez un mes antes de morir. Vivía con su amigo funcionario en un bajo de las afueras de Villalba, allí por la sierra madrileña, y me dijo que presentía que su fin estaba cerca, que se sentía muy mal de salud y echaba mucho de menos a su única hija, una cría internada en un centro de acogida de la Comunidad de Madrid, al que una tarde la acompañé. No se me olvidará nunca como lloraba abrazando a la niña. Quería rehabilitarse para recuperar la custodia, pero era más fuerte su adicción que el propósito de rehacer su vida.
Sus trabajos televisivos nos remontan al año 1982, cuando presentó “3, 2, 1… contacto”, al que siguieron “Dabadabada”, la serie “Segunda enseñanza” y “En la naturaleza”. Su última aparición, ya muy enferma, fue su intervención con un pequeño papel en la película “Dame fuego”, meses antes de su muerte.
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