Entrevista
Raquel Perera: «Sentir dolor es necesario para apreciar la vida»
La escritora habla para LA RAZÓN del valor de la imperfección, de las heridas del pasado y del alma herida, según ella misma relata, de su exmarido, Alejandro Sanz
Raquel Perera (Madrid, 1975) ama las palabras. Lo suficiente para sacarlas a bailar y cuando estén a tono colocarlas en acróstico, en verso o con alas para levitar. Dice que al escribirlas se arropa con ellas en las noches más frías. Y cuenta también que tiene un juguete aún mejor que las palabras: las emociones. Las besa, las odia, las esquiva o simplemente deja que asomen a borbotones en su libro «Para que no me olvides», escrito a modo de carta.
Bendita locura la suya que nos sirve un remanso de paz sin ser un manual de autoayuda; nos pellizca el alma sin parecer novela; y sin ser tampoco biografía se descubre a sí misma. Y al descubrirse aparece su exmarido, Alejandro Sanz, padre de sus hijos Dylan y Alma, de 11 y 9 años, los destinatarios de esta extensísima epístola.
Es psicóloga, aunque ejerce solo para dentro, en zapatillas. Hace un tiempo la rescató el arte japonés de embellecer las cicatrices que lleva por nombre kintsugi y lo unió a su lista de palabras raras. Podría ahora aplicar la artesanía para engarzar el corazón partío, otra vez, de su ex y espolvorearlo de oro para que las cicatrices ganen en belleza y hondura. Pero prefiere hablarnos del valor de la imperfección en primera persona, de las heridas del pasado y de cómo la vida se abre de nuevo en un pum inesperado.
¿Por qué en género epistolar?
La escritura es una afición que me viene desde pequeña. La editorial Planeta me dio absoluta libertad y encontré la idea en unas notas en las que había ido anotando ocurrencias de mis hijos.
No deja de ser una carta abierta. ¿Necesitaba sentirse escuchada o más apreciada?
Es cierto que se podría haber quedado en una escritura privada, pero me interesaba hablar de educación emocional, un asunto en el que aún estamos en pañales. Es algo que he madurado gracias a mi formación como psicóloga, pero también por una inclinación natural. Por otra parte, la escritura ha terminado siendo un viaje increíble y terapéutico que me ha permitido ubicarme y recolocarme.
¿Con el libro se anticipa a esa edad en la que los hijos prefieren no escuchar?
Ellos van forjando su carácter y personalidad y deseo que, dentro de esa individualidad, tengan un sistema de creencias y valores sólidos. Lo aprendido hasta ahora es importante, pero crecerán y tendrán que tomar sus propias decisiones, superar las adversidades y celebrar los logros. Me gustaría que fuese una especie de testamento emocional que les ayude a actuar con integridad, ética y honestidad.
¿Cómo evita usted el impulso de sobreprotección?
La maternidad es un constante ensayo y error. Intentas no caer en incongruencias ni contradicciones. Me aterraba que, por el entorno y los privilegios con los que han nacido, pudiesen ser niños malcriados, pero en lugar de preocuparme me ocupé de que no fuese así. He querido que sean conscientes de las experiencias que la vida les ha regalado y han favorecido su desarrollo, pero también de su obligación de usarlo con un criterio, una ética propia y generosidad, igual que hace su padre. Que sepan que esos privilegios no son derechos, sino que les compromete a perfeccionar su mundo.
¿Cuál es la clave para una buena relación después de la ruptura?
Nos une lo más importante, nuestros hijos. El amor no acaba, simplemente cambia la manera de manifestar los afectos. Hemos sabido caminar en la misma dirección, algo muy valioso para su desarrollo emocional. No es fácil. Hay que ponerle mucha voluntad y aparcar los egos.
¿La enamoró antes como artista o como hombre?
El boom de «Corazón partío» me pilló en Londres y tengo que admitir que, antes de trabajar con él, nunca había ido a un concierto. Le fui descubriendo al mismo tiempo como cantante que como hombre y me fue gustando por igual.
Hace unos días Alejandro compartió su estado anímico. ¿Le preocupó?
Pensé, sobre todo, en la alarma mediática que provocarían sus palabras. Como cualquier artista, tiene momentos felices y otros melancólicos. Me tranquilizó saber que lo está trabajando. Es normal y lícito que una persona pase un momento triste y lo exprese.
¿Por qué la palabra tristeza enciende todas las alarmas?
Deberíamos normalizar la tristeza, en lugar de acentuarla tanto. Sentir dolor es necesario para apreciar la vida, validarla y disfrutarla. Estar triste es natural y habría que aceptarla con la misma normalidad con la que Alejandro muestra gratitud y alegría por una calle con su nombre, un premio o un éxito.
En el libro menciona a Sara Carbonero, ¿qué significa para usted?
La describo como mi fiel amiga y compañera de piruetas. Esa primavera que siempre me recuerda que hay que estar preparados para el temporal que pueda venir. Nos reímos y nos damos consejos que nunca cumplimos. Es de esas personas bonitas de alma, de forma y de fondo. Ahora somos vecinas, pero incluso cuando ha habido distancia física, siempre hemos estado conectadas.
¿Asesoraría a la ministra Montero en materia de igualdad?
El político no quiere gobernar, sino que ansía estar en el Gobierno. No me interesa.
Lecciones de vida para sus hijos
La publicación del libro «Para que no me olvides» (Editorial Planeta) llega en un momento de calma de la autora que contrasta con los acontecimientos convulsos vividos en las últimas semanas por su exmarido Alejandro Sanz: ruptura con la artista cubana Rachel Valdés, deudas, venta de inmuebles y amenaza de embargo. Artísticamente, no hay, sin embargo, asomo de fragilidad en él. Continúa siendo una de las mejores voces latinas y su gira «Sanz» está cosechando éxitos sin precedentes. Él ocupa parte del libro y Perera describe a sus hijos cómo surgió el amor entre ellos: «Cuando conocí a papá permití, esta vez sí, que las mariposas del estómago viajaran libres por todo mi cuerpo». Sin contemplar los miedos, se colocó de puntillas rondando el acantilado y «descalza de certezas, pero sujeta al amor», se tiró al vacío. Les avanza también que en el amor no todo son besos y caricias y les deja una lección de vida para cuando les llegue el desamor: «Si una relación tiene que acabar, procuremos dejar a esa persona con más capacidad de amar que cuando llegó a nuestras vidas».
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