De pinchos

Ronda de bares: En el corazón de Zamora, Bar El Lobo

Es un clásico de los de verdad. Nada de «storytelling» ni interiorismo táctico. Aquí la historia es oral, inmediata, viva

Bar El Lobo
Bar El LoboLR

El lobo, hoy animal protegido y politizado, protagoniza todas las polémicas entre el ecologismo radical y los ganaderos de toda la vida. Tiene algo de emblema totémico, de criatura de leyenda, de figura que habita tanto en la memoria oral como en los aullidos de un monte que aún guarda silencio. Y en Zamora, tierra de quietud sobria y vino encendido, hay una zona y un bar que comparten ese nombre: El Lobo. No por casualidad, sino por linaje. Por apellido tabernero. Por coincidencia territorial y genética. Porque a veces, el nombre no es una marca, sino un destino. El Bar El Lobo es un clásico de los de verdad.

Nada de «storytelling» ni interiorismo táctico. Aquí la historia es oral, inmediata, viva. Se canta, se grita, se huele. Lleva con orgullo su otro título: «El rey de los pinchitos». Y lo defiende cada día, entre brasas y parroquianos, con el nervio que solo se encuentra en las casas que tienen barra con alma. Dos camareros, con aire bucanero y verbo desatado, cantan los pinchos morunos como si estuvieran en una lonja de puerto: «¡Uno que pique! ¡Uno que no!». Y el milagro ocurre. Pincho moruno de libro, jugoso, sazonado, con ese punto exacto de carbón que seduce al olfato antes que al paladar.

Pero no solo de cordero vive el cliente: también salen pinchos de chorizo, panceta, pollo, y alguna joyita escondida según el humor del fuego y el día. Todo sin protocolo, sin floritura, y con esa grasa noble que empapa el pan y eleva el ánimo. Entre grito y grito entra un forastero: «¿Se puede pagar con tarjeta?» Y la barra se queda un segundo muda. Tarjeta roja para los que preguntan eso sin mirar antes la barra, la plancha y el alma del sitio. Porque en El Lobo no se viene a consultar el saldo, se viene a perder el control. Y uno sale de allí oliendo a humo, sonriendo solo, como si un aullido interior le recordara que en Zamora aún quedan barras que muerden.