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Yoli despega en "cobete"

Yolanda Díaz nunca decepciona.

Memes y reacciones al “Plan B” de Yolanda Diaz
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Yolanda Díaz nunca decepciona. Cuando crees que ha alcanzado las más altas cotas de nada, de vacuidad absoluta digo, hipérbole del vacío, aún es capaz de llegar más allá. Y todo ello con ese agitar la cabecita de la que lleva mechas y ondas por primera vez en su vida y se ve guapa. Me arrepiento (no mucho, un poco) de haber escrito esto, aunque no lo voy a borrar, porque a ella le molesta que le digan lo de la peluquería y yo no quiero ofender. En realidad debería alegrarse de que hablemos de su querencia por los salones de belleza. Mientras estamos con eso no estamos con el nivel de su discurso. Pero ella, que se siente tan Paloma Cuevas que resulta hasta tierna, no quiere que la juzguemos por su apariencia. Eso es machismo, cositas nazis. Pero yo insisto: es mejor para ella, porque si no hablamos de la pelu y los trapillos, nos toca hablar de lo que dice. Y hay que ver lo que dice. Si explicar un ERTE ya fue como un homenaje a Tip y Coll improvisado por una espontánea en La Chocita del Loro, la última, lo de los cohetes, ha sido ya el delirio. Y, en medio, entre ambas, el todo Yolanda.

He visto el video unas doscientas veces (igual alguna menos, no quiero exagerar) y todas me río como la primera. Que eso solo me pasa con Las Noches de Ortega (creo que Valientes me lo sé de memoria y tarareo «vivo por inercia» sin darme apenas cuenta cuando trasteo). Pero al menos Ortega es un genio, consciente de lo que hace. No comedia involuntaria, como Yoli. Y eso que a veces me hace dudar. Como el otro día en el Congreso cuando, después de vitalizarse el vídeo en el que habla de los planes de los ricos y malos para escapar del desastre provocado por ellos mismos, de cohetes y mansiones en Nueva Zelanda, de que nos vamos al carajo (ojo al tecnicismo), va ella y se presenta en la sesión de investidura con el libro de Douglas Rushkoff en la mano. Lo dejó sobre la mesa, tan tranquila, orgullosa de sus lecturas aunque no las entienda. Y yo ahí dudé, lo confieso. ¿Y si se está riendo de ella misma? A lo mejor estábamos ante un ejercicio de refinadísima autoparodia. Pero qué va, no tiene esa capacidad. Se le nota en la mirada.

Está convencida, por lectura improductiva o inexistente, de que los ricos tienen un hangar gigantesco lleno de cohetes y un plan infalible para largarse a colonizar Venus cuando esto se hunda. Que se va a hundir. Y lo defiende con el aplomo con el que solo se pueden defender las grandes conspiraciones: sostenido sobre un «que lo he leído». Y agradecidos de que la vicepresidenta, de puritito milagro, no dijo «cobetes».