Elecciones generales
El debate
Se ha dicho de cada elección que era la más trascendental por razones diversas. Pero no cabe duda de que la que se avecina contiene todos los ingredientes para serlo. Elegir Gobierno es apostar por un futuro a corto y medio plazo y una manera de gestionar la cosa pública. Por indignados que estén –y no faltan motivos– los españoles con derecho a voto pueden colaborar en decidir sobre algo que les concierne. No mucho, porque las democracias crean hábitos y vicios y nada humano puede considerarse perfecto. Si echamos la vista atrás no sabríamos definir cuándo comenzó lo que se califica como etapa preelectoral: tal vez cuando se cerraron las urnas de las últimas elecciones generales. Hemos vivido a un ritmo galopante el desgaste del poder hasta el anuncio de éstas ligeramente anticipadas, cuando una grave crisis remueve las entretelas del país, de la Europa del euro, de la otra, del euro mismo, de los EE UU y de otros países. El ganador deberá, pues, remar contra corrientes profundas y, tal vez, por intensidad y duración, comparables a las que iniciaron la Gran Depresión. Coinciden ambas en su origen estadounidense. El votante deberá depositar su voto, si ejerce tal derecho, con la intención de orientar en una mínima medida las políticas que tomará el futuro ejecutivo. Todas las encuestas señalan con claridad el castigo a los socialistas en el Gobierno –se demostró en las autonómicas y municipales– y las dificultades de Pérez Rubalcaba para movilizar al elector desmotivado.
Me temo que ni siquiera los políticos que se presentan en las listas lleguen a aprenderse el programa teórico de gobierno que defiende su propio partido y no digamos el de los adversarios. La campaña electoral se construye mediante mítines, a los que asisten militantes y cargos, entrevistas en periódicos y emisoras, carteles y eslóganes más o menos afortunados. El pasado dieciséis de octubre las dos grandes fuerzas políticas pactaron, no sin esfuerzo, un debate cara a cara, entre Rajoy y Rubalcaba para el día 7 de noviembre, trece días antes de la cita electoral. Una vez más, la Academia de Televisión, como se hizo en las anteriores, ordenará el encorsetado debate. Será un solo encuentro, pese a que el PSOE pedía dos, como en las dos anteriores convocatorias. Rajoy amaga, en lo posible, las medidas concretas de su programa, porque le soplan vientos más que favorables. Rubalcaba se desgañita, por el contrario, ofreciendo un rosario de posibles, de salir ganador. Se discute sobre los ministrables del PP en los medios, pero aún no del PSOE: es todo un dato a tener en cuenta. A la señal televisiva ya se han apuntado las cadenas estatales públicas y podrán hacerlo, sin duda, las privadas. Pero al resto de partidos con representación parlamentaria debe ofrecérseles la oportunidad de asomarse a la pequeña pantalla. Cuando escribo esta página no se ha llegado a un acuerdo al respecto. Cabría esperar una igualdad de oportunidades. Sin embargo, los futuros presidentes de Gobierno se limitan a dos: bipartidismo. Las minorías pueden jugar un papel decisivo en la vida parlamentaria; pero las posibilidades efectivas de gobernar se reducen a los dos: con mayoría simple y con alianzas, o absoluta (cuando no hay que pagar peaje). Parece que en esta ocasión se juega básicamente a estas alternativas.
Dado el impacto televisivo, lo que se observe el día 7 de noviembre deberá resultarle suficiente al mero telespectador para decidir si va a ir a votar el domingo 20N y a quién. Pero la asepsia publicitaria televisiva es relativa en las cadenas privadas y en las autonómicas, aunque estén bajo control. Cayo Lara se ha prodigado en los medios. Tal vez IU logre, como se augura, mejores resultados que en campañas anteriores, pero su dirigente no contribuye a animar a un votante que no esté ya convencido. El gran dilema fue durante semanas si habría o no debate y si los ciudadanos tenían o no «derecho» a contemplar a los dos principales líderes, de los que ya conocen de sobra su oratoria dialéctica, ahora en su papel de candidatos. Pese a todo, se entiende que apenas modifica la intención de voto. Pero a estas elecciones se añade el morbo de casi un 30% de indecisos o de votantes renuentes. ¿Se sacrificará la salida dominical, acaso con buen tiempo, a unas elecciones en las que se cuestiona incluso la ley que las ordena? Pero ya se ha cerrado el debate sobre el debate.
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