Málaga

El esplendor perdido

La Razón
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El nuevo gobierno británico tiene ante sí el formidable reto de recuperar el esplendor perdido desde que Blair dejó el poder. El carismático líder laborista ganó dos veces con holgadas mayorías e hizo una gestión al gusto de los votantes: socialdemócrata en lo formal, liberal en economía. Fue bien mientras duró, pero cuando se produjo su relevo por Gordon Brown, todo empeoró de manera irreconocible. Ayudó a ello el doble estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria. Curiosamente Brown había sido el artífice del milagro británico, ministro de economía con Blair tan reputado en su gestión como después criticado en Downing Street. Lo curioso es como la otrora buena imagen de Blair se ha desplomado también en unos años. El noventa por ciento de mis vecinos temporales de Málaga son británicos que apenas hablan español y llevan décadas residiendo en la Costa del Sol. Cuando comento con ellos la situación de su país, me sorprende el modo tan destructivo con el que se refieren a Blair. No le perdonan el episodio de la guerra de Irak, pero sobre todo la devaluación de sus ahorros y pensiones, la pérdida de valor de la libra, amén del hecho de que quitara el voto a los expatriados que llevan más de quince años residiendo fuera. Son británicos, se sienten británicos, sólo hablan inglés, pero no pueden votar. De haber podido hacerlo ayer lo hubieran hecho a favor de Cameron, pese a que le ven distante y estirado. Simpatizan más con Clegg y sus «lib-dem», por su discurso a favor de la justicia social y por proponer la entrada en el euro y una mayor implicación en la Unión Europea. Pero son conscientes de que el cambio real lo representan los «tories», eso sí, sin demasiado entusiasmo. Recuerdan con nostalgia los años gloriosos de Margaret Thatcher, pero también la debacle conservadora de los noventa, cuando el partido entró en guerra civil y fue incapaz de sacar al país de la recesión del 92-96. Perdieron la reputación de buenos gestores económicos y Blair levantó sobre estas ruinas su imperio del nuevo laborismo. Le fue bien hasta que le sustituyó Brown. Las cosas no han podido ir peor desde entonces. El PIB británico disminuyó en un 4 por ciento, el desempleo subió al 8, y el sector financiero, motor de la economía, está hoy casi quebrado, con la mayor parte de los bancos en crisis. Al tiempo subió el déficit público hasta el 11 por ciento, uno de los más elevados del mundo, lo que ha disparado la deuda del 40 por ciento del PIB hasta un escalofriante 75 por ciento estimado para 2014. De modo y manera que Gran Bretaña es, junto con España, uno de los candidatos preferidos por los mercados financieros para sus operaciones de especulación, si bien el hecho de no formar parte del euro le está dejando por el momento fuera de los ataques de los tiburones del capital riesgo.El nuevo Gobierno no tiene un panorama precisamente idílico por delante. Necesita poner en marcha un enorme plan de austeridad para equilibrar las cuentas, transmitir confianza y volver al crecimiento. Algo que hay que saber hacer y que implica sacrificio, sudor y alguna que otra lágrima.