Asturias

Padre Ángel: «Me indigno y lloro mucho»

Profesión: presidente de Mensajeros de la Paz.Nació: en 1937, en Mieres (Asturias).Por qué está aquí: celebra las bodas de oro de su ordenaciónsacerdotal el próximo 19, Día del Padre.

 
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–Celebra sus bodas de oro como sacerdote. ¿Ya tiene ganado el cielo?
–Nunca se tiene ganado hasta el último momento, pero yo creo que al cielo va todo el mundo, menos los culpables de las guerras.

–Se dice que el cielo y el infierno están aquí...
–No. El cielo existe, seguro, en otra parte. Tengo dudas sobre el infierno.

–Cuando ve la miseria, la crueldad, la marginación, ¿ve el infierno?
–Veo el dolor. Un dolor posible de evitar si hubiera más justicia y más voluntad de compartir.

–¿Lo mejor de estos 50 años de sacerdocio?
–Comprobar que era verdad lo que me decía mi padre: la felicidad consiste en querer y dejarse querer.

–¿Lo peor?
–La impotencia. Ver morir a niños en mis brazos sin poder hacer nada.

–¿Y entonces se pregunta dónde está Dios?
–Sí, como se lo preguntó el Papa en su visita a Auschwitz.

–Bodas de oro: ¿echa de menos no haberse casado?
–Bueno, cuando llegas al final te sientes solo... Nadie puede decir que no echa de menos unos hijos. Yo tampoco lo diré.

–Presidente de Mensajeros de la Paz. Ahora parece que hay más mensajeros de la guerra...
–Hay más gente buena que mala, no lo dude.

–¿Los políticos le escuchan o se lo quitan de encima como pueden?
–Me escuchan y a veces los incomodo, porque les digo cosas que no les gusta oír, pero me atienden y yo los quiero, aunque la verdad es que los quiero más cuando dejan la política, porque pierden soberbia.

–¿La crisis ha menguado la caridad o...?
–Al contrario, cuantas más dificultades hay, más gente buena aparece. El hombre no es un lobo para el hombre. Además, los lobos son buenos.

–Stéphane Hessel publica «¡Indignaos!». ¿Falta capacidad de indignación?
–Sí. Cristo gritó y se enfadó muchas veces. La santidad también requiere indignarse.

–¿Usted se indigna mucho?
–Sí, me indigno mucho y lloro mucho. Teresa de Calcuta, a la que conocí, se indignaba mucho. Hay que ser fuertes y gritar. Hay que indignarse.

–Casi le he confesado. ¿Se pone alguna penitencia?
–Póngamela usted, por favor.

–Padre, aparta de mí ese cáliz...