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In memoriam Ana Inclán

La Razón
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De todas las acepciones de la palabra «señora» que da el DRAE, que son muchas, me quedo con «Persona respetable que ya no es joven» y «mujer que por sí posee un señorío», pues cuadran muy bien con la persona a la que quiero rendir hoy memoria de su paso por la vida. Porque mujeres y hombres hay en el mundo muchos, tal vez demasiados desde la perspectiva de Ayla, el maravilloso personaje de la saga de novelas «Los hijos de la tierra», de la escritora Jean M. Auel. Pero, señoras y señores, en el más noble sentido de la palabra, van quedando cada vez menos según avanza este siglo. Se nos murió el último día de julio Ana Inclán, con quien tanto queríamos su marido, Paco, su familia, sus amistades y quien esto firma, una suerte de hijo adoptivo que le vino impuesto por su marido cuando se casaron. Siempre elegante, risueña y arreglada, con un porte decimonónico único. Y con unas expresiones singulares: «Si uno de los dos se queda viudo, decía, yo me voy a vivir a Santander».

Valores en desuso
Sin embargo, en su fuero interno, deseaba ser ella la primera en andar el camino hacia la otra vida porque era muy miedosa, y Dios la escuchó y le concedió este último deseo. Con ella se va un estilo, una forma de ser y de vivir que no se aprende en el colegio. Se nos va un siglo que ha sido pródigo en personas de enorme corazón y de gran categoría humana. Hija de militar, de caballería, que le legó el sentido de la disciplina y del honor. De su madre heredó el señorío y el sentido del humor. Muchos de estos valores están hoy en desuso. Pero, con el recuerdo de Ana, revivirán en quienes la quisimos.