Cracovia

Juan Pablo II un beato de todos para el siglo XXI

Eran las 10:37 horas de la mañana de ayer cuando Benedicto XVI, frente a un millón de personas congregadas en la Plaza de San Pedro y sus alrededores, proclamaba beato a Juan Pablo II.

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En ese momento el sol, que había amanecido agazapado tras amenazantes nubes grises, se hizo un hueco en el cielo de Roma y comenzó a brillar. No dejó de hacerlo durante el resto del día. «Concedemos que el venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa, de ahora en adelante sea llamado beato y que su fiesta pueda celebrarse el 22 de octubre», dijo emocionado el Pontífice. Le respondió la muchedumbre de peregrinos con un aplauso cerrado, gritos de alegría e intercambio de besos y abrazos. Mientras, el enorme tapiz colgado en la parte central de la fachada de la Basílica de San Pedro era desvelado, mostrando una imagen de Juan Pablo II en toda su plenitud pontificia, cuando tenía 75 años.

«¡Santo súbito!»
El Papa Wojtyla sube a los altares después de que su proceso de beatificación concluyese en un tiempo récord, pues sólo han transcurrido seis años y un mes desde su fallecimiento. Esta celeridad tiene su explicación inicial en la petición de «¡Santo súbito!» que resonó en la plaza de San Pedro desde que se produjo su muerte. Benedicto XVI recogió esta fama de santidad, que acompañó a Juan Pablo II durante buena parte de su pontificado, y permitió que el proceso comenzase antes de que pasasen cinco años del deceso. En su homilía, el Papa Ratzinger dijo que en los funerales de su predecesor ya «percibíamos el perfume de su santidad» y que los católicos manifestaron «de muchas maneras su veneración hacia él». Con estos argumentos justificó la «razonable rapidez» con que ha llegado la causa de beatificación.

Aunque de momento sea sólo beato, para la gran mayoría de los católicos el Papa Wojtyla es ya un santo. Dados los numerosos posibles milagros acaecidos gracias a su intercesión en los últimos años, la Iglesia está segura de que aparecerá uno nuevo después de su ascenso a los altares que impulse el proceso de canonización. El postulador, monseñor Slawomir Oder, lo ha reconocido en varias ocasiones. Y, ayer, el propio cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede, afirmó que «dentro de unos años» el anterior Pontífice podrá ser declarado santo.

El marxismo, que Juan Pablo II conoció en primera persona por su condición de polaco y que ayudó a desmontar desde el solio pontificio, fue mencionado en dos ocasiones por Benedicto XVI. Primero recordó que su antecesor llevaba consigo una «profunda reflexión» sobre la confrontación entre esta ideología política y el cristianismo. El «mensaje» del Papa polaco fue: «El hombre es el camino de la Iglesia y Cristo es el camino del hombre». Con esta premisa «condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio». La segunda mención que Benedicto XVI hizo del marxismo fue para afirmar que tanto a éste como a la «ideología del progreso» se le dio una «carga de esperanza» que el nuevo beato «reivindicó legítimamente para el cristianismo».

Resulta significativo que el Papa mencionara cuatro veces en su homilía el Concilio Vaticano II para subrayar que su antecesor lo consideraba «un gran don» y que pensaba que «durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones» podrán recurrir a él. Benedicto XVI fue amigo, compañero y consejero de Juan Pablo II. Durante 23 años ambos pasaron infinidad de momentos juntos cuando el actual Papa, entonces cardenal, era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por eso el Pontífice dio gracias por «el mucho tiempo» que pudo colaborar con el nuevo beato y destacó en la homilía cuatro de sus rasgos: su profundidad espiritual, la riqueza de sus intuiciones, su ejemplo de oración y su testimonio en el sufrimiento.

Este fuerte significado personal que la ceremonia tuvo para Benedicto XVI también quedó evidente en su decisión de utilizar una mitra, una casulla y un cáliz que antes habían sido usados por Juan Pablo II. La ceremonia fue interrumpida en numerosas ocasiones por los aplausos de los peregrinos. Éstos recibieron a Benedicto XVI con una ovación cerrada, similar a la que se produjo cuando proclamó beato a su predecesor.

También rugió la Plaza en diversos momentos de la lectura de la biografía del nuevo beato que hizo el postulador de la causa, monseñor Oder. Este sacerdote polaco recordó que, cuando su país estaba ocupado por los nazis, Juan Pablo II «trabajó cuatro años como obrero mientras estudiaba en la clandestinidad». Durante sus años de arzobispo de Cracovia, fue «amado por sus diocesanos, estimado por sus compañeros obispos y temido por quienes le veían como un adversario», apuntó Oder, quien se vio interrumpido por los peregrinos al evocar el «amor especialísimo» de Juan Pablo II hacia los jóvenes.

Una reliquia y un milagro
Dos religiosas portaron el relicario con forma de rama de olivo, con la sangre del nuevo beato. La de blanco es Marie Simon Pierre, la monja francesa cuya milagrosa curación de párkinson ha impulsado la beatificación. A su lado, de negro, Sor Tobiana, que asistió a Wojtyla en su enfermedad hasta el último día.

Un adiós dulce y amargo
El cardenal Agustín García-Gasco, arzobispo emérito de Valencia, falleció ayer por un infarto en Roma. Tras asistir a la vigilia, se retiró a su habitación. Por la mañana no acudió a desayunar y fueron a su estancia. Lo encontraron muerto en su cama. En el hospital sólo se pudo certificar su deceso.