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Pradera otra lección de poderío por Jesús Mariñas

Pradera otra lección de poderío por Jesús Mariñas
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De lo que ya no queda. El nuevo ministro de Cultura debería nombrarla bien preciado del Patrimonio Artístico Nacional, aunque María Dolores acaso ya no precisa de tales reconocimientos como les pasa también a Amparo Rivelles, Julia Gutiérrez Caba, Nati Mistral o Lina Morgan. Genios en extinción, porque la nueva cantera no está a su altura. Ofrecen lecciones magistrales cuando pisan un escenario y así lo entendieron los 1.500 espectadores que abarrotaron el céntrico Teatro Coliseum de Gran Vía el pasado domingo, aunque casi cuatrocientos no pudieron entrar y disfrutar de un concierto como pocos pese a que sonase a lo de siempre: ya saben, del puente a la alameda y el rosario de mi madre. La noche era gélida y no invitaba a salir de casa en tarde dominical. Pero se llenó de un entusiasmo infrecuente ya. Incluso pasmó a los ex embajadores de Francia, a un Lorenzo Caprile casi lagrimeando de emoción, a Enrique Loewe «and family» y a una Carmen París estremecida por la dulce serenidad de María Dolores que, astutamente, dejó para el final del programa lo más conocido de sus canciones ya inmortales. Sorprendió con un tema de Vázquez Montalbán y Tony Parera Fons de una delicadeza que emocionó a Iñigo y José Ramón Crespo en plan tan constatador como servidor. Tiene la elegancia de siempre, unas manos únicas que todo lo dicen sin apenas gesticular, una voz y una memoria prodigiosas –¡sonó como estreno «Las habaneras de Cádiz» de Antonio Burgos y Carlos Cano!– , convertidas en puro matiz lleno de cadencias bien acompasadas a sus movimientos nunca chocantes. Lució uno de los característicos trajes–túnica de Herrera y Ollero del que tiene hasta 15 en colores diferentes y con el escote recamado en pedrería blanca. Ella se lo pone evitando dejarlo atrás en pico; lo mismo hace Nati Mistral como conocedora del tipismo madrileño –ruanas, chales o ponchos que transforman su aspecto siempre calmo y relajador–. Evocó el estreno de «Camino verde», un bolero que reconoció haber lanzado hace medio siglo, «pero no lo grabé hasta hace dos años porque pienso mucho las cosas». Carmen Cafarrell me contó su retorno a la universidad «tras una etapa maravillosa en el Instituto Cervantes. Imagino que ahora harán algo diferente, porque García de la Concha es excepcional». Ni parecía resentida ni apenada porque conoce los entresijos de la política. Por cierto, Carmen París anuncia su reaparición después de tres años. Parecía una estrella fugaz nuevamente en órbita:

–Vuelvo haciendo jotas a ritmo de jazz...
–Suena a disparate. Te van a dar por todos lados, especialmente los puristas, observé ante Carmen de la Maza, que debutó con Pradera hace medio siglo haciendo «Anatol».
–Quiero intentarlo y suena realmente bien–, aseguró ante Elena Fernán Gómez. Julio Ayesa, su vecino tres pisos más arriba en la calle Orense, logró frenar sus ansias fumadoras y se mantuvo firme en la butaca. Lo vi como electrizado y Dolores es recíproca en el afecto. Ayesa acaba de rechazar escribir un libro de recuerdos que podría provocar sarpullidos. Conoce lo que nadie, como Pradera sabe seguir en pie de guerra –«el sábado actuó en Zaragoza; cada semana hay un par de recitales»– con las convincentes armas del buen hacer. Ministro Wert, antes de que sea irremediable, urge incluirlas en el Patrimonio Nacional. Son un tesoro.