Crisis económica
Del paro al desconcierto
La mayor preocupación del 80,4% de españoles es el paro. No debe extrañarnos, aunque no todos estén parados, y ni siquiera las 2.155.234 mujeres y 2.071.510 hombres que se encuentran en esta situación pasan los días pateándose la calle en busca del trabajo improbable. El sistema de libertades que disfrutamos deja zonas oscuras. Todos somos iguales, disfrutamos de una vivienda digna, de trabajo y de expresión libre, y hasta podemos trasladarnos con el mero carné de identidad por la geografía de la Unión Europea: la utopía. No deja de ser significativo que, en tiempos de bonanza –nos aseguran que no han de volver– gozábamos de un considerable paro endémico y del mayor número de inmigrantes de Europa. Ahora, el país se empobrece a ojos vista, con una rapidez que nos aleja de otros, también europeos, que sufren la crisis sin tanto desgaste. El Estado desmantela lo público, y lo privado queda para unos pocos. Todo hace pensar que el camino que se inició hace casi cuatro años se prolongará y puede llegar a convertir la sociedad del mal llamado bienestar en un desastre universal y hasta apocalíptico, según los exaltados. Comienzan a mostrarse los primeros signos de protesta social. Todo podría cambiar si los mercados (o sea el dinero) advirtieran que el empobrecimiento de las capas medias y casi altas acabará afectándoles.
Las agencias de calificación pueden darse la vuelta de forma inesperada, aunque de momento no parece probable, pese a los esfuerzos del FMI y los propósitos de recapitalizar de nuevo los bancos de Angela Merkel. Un parado puede significar una familia en paro, un individuo aislado o incluso un pillo que cobra el subsidio y ejerce otro trabajo en negro. Pese a ello no se incrementan los controles. El paro produce gran desconcierto, no sólo en quienes caen en él, sino también en el conjunto del cuerpo social. Hasta uno de los más altos dirigentes del PP teme caer en este pozo (Rajoy le guarde). Los políticos, a derecha e izquierda, nos ofrecen escasas soluciones, aunque todos afirman que el desempleo constituye su primera preocupación. El remedio es muy sencillo: crear puestos de trabajo. Pero, ¿de qué? El empleo sólo puede nacer cuando hay demanda de productos, los que sean, incluso viviendas. Nos acostumbraron a un desmedido consumo de lo superfluo, pero buena parte de los posibles compradores están limitando sus gastos a lo imprescindible. Tan sólo el lujo se acentúa en una minoría, la que hace su agosto en períodos de crisis. Se decía antes que los universitarios tenían muchas más posibilidades de encontrar un empleo mejor remunerado. Pero dado el número de jóvenes en paro, no parece que existan diferencias. Sabemos que una minoría –la más capaz– está emigrando a otros países europeos o iberoamericanos, lo que sin duda empobrecerá nuestro futuro. El gran debate que amagan los candidatos es si es posible, con meros recortes y reestructuraciones conseguir que la economía adquiera mayor potencia. Deberíamos crecer al 2% para crear empleo. Pero andamos por los decimales.
Tal vez nunca se habían confrontado, al margen de los textos académicos existentes, las dos formas de abordar una crisis que es y no es como las anteriores y que parece, aunque no lo sepamos con certeza, más profunda que la del crac del 29, pero distinta, dada la actual estructura social y los avances tecnológicos. Las guerras locales que se mantienen tampoco permiten aquel despliegue, pese a la nueva base de Rota, que permitió a los EE UU convertirse en potencia hegemónica desplazando el colonialismo británico y francés. Tal vez el neoliberalismo de unos, la socialdemocracia de otros o los sistemas que son ya recuerdo histórico se han quedado rezagados. Lo cierto es que la clase política no sabe bien a que carta jugar y ha de ser consciente de que se debate en un juego global, donde participa incluso el Cuarto Mundo. Pero la actualización del factor económico (los noticiarios se reducen casi a esta clase de noticias) requiere una dosis de imaginación que no advertimos. Ésta no parece ser una crisis como varias que se superaron desde el postfranquismo. Hay que jugar en equipo, aunque pesen las individualidades. La sensación del español medio es que las cosas, pese al posible cambio electoral, no van a mejorar. Se habla en exceso de una nueva recesión en 2012 y aunque el BCE baje el precio del dinero, la raíz del problema no se aborda, aunque se muestre voluntad de recuperación. Mientras, el paro –ya lo dijo Gómez– seguirá creciendo.
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