Esperanza Aguirre

Lo que faltaba por Joaquín Marco

La Razón
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Los viernes son temibles. Antes eran de abstinencia, pero ahora son mucho peores. Cada semana, al finalizar el Consejo de Ministros, se van desgranando –como gota malaya– recortes, ajustes o reformas (como se prefiera) por tiempo indefinido. Tal vez hubiera sido preferible exponer en una extensa sesión única los muchos y diversos males que habrán de producirnos para tranquilizar a los mercados. Dado lo que ya sabemos y lo que imaginamos que nos falta por conocer no podríamos quedar más intranquilos o pasmados, como un Tancredo, en ruedo taurino. Rajoy se ha convertido en el rayo que no cesa. Pero ni así. Europa nos mira con muchos recelos y hasta Esperanza Aguirre le reprocha a su jefe de filas, hoy presidente, escasa audacia en los recortes y lentitud en practicarlos. Claro, es preferible que el verdugo, en lugar de ir cortando poco a poco el cuello, proceda de un tajo y a otra cosa, mariposa. No sé si existe también un teléfono rojo (como decían que lo hubo entre Washington y Moscú durante la añorada guerra fría) entre Angela Merkel, su simpático ministro de Economía, y Mariano Rajoy, pero en todo caso, de existir, preferible que fuese negro, por respeto al luto de los ciudadanos de este país que tienen esta penosa sensación de pérdida semanal. España, además, se ha convertido en algo así como el pim pam pum de la prensa europea y estadounidense, y no sólo la económica. Bien es verdad que somos líderes en paro, que nuestras instituciones financieras no han acabado todavía de consolidarse, que disponemos de una impensable o invendible cantidad de locales, terrenos o viviendas que lastran cualquier desarrollo, que el 50% de nuestra juventud (parte de los 5,5 millones de parados oficiales) no tiene trabajo ni espera lograrlo a corto plazo, aunque seamos los últimos en salir de Afganistán porque, en efecto, hemos de ganarnos la confianza de nuestros aliados, siempre recelosos.

Mantuvimos una excelente relación con los países latinoamericanos. Incluso en los peores momentos, con Franco en el poder, nunca acabaron de romperse las relaciones con Cuba. Nuestras empresas y bancos descubrieron América hace ya muchos años. Las inversiones que no se multiplicaron en España, encontraron acomodo en aquel continente al que llegamos por casualidad en 1492. Pero toda América, de norte a sur, mira hoy hacia el Pacífico. La segunda potencia mundial, China, ha puesto también sus ojos y sus capitales en el Nuevo Mundo.
Nuestra influencia, sometidos al acoso de los mercados y defendidos sólo con buenas palabras por los países de la Unión, se ha debilitado hasta el punto, que no sólo Argentina nacionaliza los recursos petrolíferos de una sociedad española, sino que hasta en Bolivia, aprovechando el 1 de mayo, Evo Morales se hace con SAU, la filial de Red Eléctrica Española (REE), que cubría el 73% de las líneas y que había comprado por 70 millones de dólares al propio estado hace unos diez años. Poco importa que el dirigente intente cubrir su mala imagen interior con este alarde. Fue, dijo Morales, un «homenaje a los trabajadores». Pero no es lo mismo que lo de YPF argentina. La trayectoria de Evo como nacionalizador es dilatada y afecta a múltiples inversores. España tampoco gana prestigio con ello, aunque nuestro ministro de Economía asegure que el Gobierno vigilará de cerca el justiprecio con el que se ha de subvencionar en breve tiempo esta incautación. Los servicios exteriores españoles están en buenas manos, aunque poco o nada pueden hacer. Parte de nuestros socios desconocen, incluso, la existencia de este pequeño país, rico en minerales y hasta en gas y petróleo. Cuando un país pasa por tantas dificultades, cualquiera es capaz ya de subírsele a las barbas, aunque nuestro peso económico específico en la zona sea importante, tras los EEUU y China. El trabajo, por ahora, de nuestros políticos sigue siendo de poda. Aunque no se admita, nuestros ojos y pocas esperanzas –posiblemente vanas– están en las elecciones francesas en las que no sólo España, sino Europa entera, se juega mucho. Si se mantiene Sarkozy en el poder, pocos cambios pueden augurarse. Merkel ya ha advertido a Hollande que el pacto fiscal es innegociable, pero los 25 países –de los 27 de la Unión– algo deberían aportar. El francés, cual David, no siempre puede vencer a Goliat. La zona euro se debilita a ojos vista, envejece, resulta poco creativa. Merkel insiste en que lo que falta es «coraje político y creatividad, más que miles de millones de euros». Dígaselo a los bancos y a las instituciones financieras, explíqueselo a las bolsas, convenza a los mercados de lo intangible. Hay mucho que corregir, pero nada puede hacerse sin Don Dinero. Y esto lo sabían ya muy bien nuestros clásicos del Siglo de Oro.

 

Joaquín Marco
Escritor