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El doble juego militar de Islamabad por Mark Steyn

El doble juego militar de Islamabad por Mark Steyn
El doble juego militar de Islamabad por Mark Steynlarazon

Osama Bin Laden, tres de sus esposas y trece de sus hijos llevaban casi media década residiendo en un inmueble a un tiro de piedra de la Academia General Militar Paquistaní. ¿Un brunch todos los domingos con un par de generales en su mesa reservada en el Hilton Abbottabad? El final aplazado de Osama es testimonio de lo que Estados Unidos hace bien: tropas de élite, muy bien entrenadas, equipadas con un nivel de sofisticación tecnológico con la que ningún otro país puede rivalizar.

Todo lo demás que rodea al suceso, incluyendo la gestión de la noticia por parte de la Casa Blanca, tan marcada por los tropiezos que hay que empezar a plantearse siniestramente si tanta incompetencia no tendrá algo de intencional, encarna lo que Estados Unidos hace mal. Pakistán, nuestro «aliado», oculta y protege no sólo a Osama, sino también al mulá Omar y a Zawahiri, y lo hace con la certeza de que no va a pagar ningún precio por su traición, sabedor en la práctica de que su doble juego militar seguirá estando financiado por el contribuyente estadounidense.

Si esto fuera una película, la multitud clamaría: «¡USA!, ¡USA!» en los exteriores de la Casa Blanca. ¡El malo de la película está muerto! ¡Ganamos! Fin. Pero el panorama se extiende más allá de la convención del celuloide. Según la versión con más butacas vendidas, la muerte de Osama Bin Laden es apenas un murmullo, al tiempo que las atenciones que prestaron las autoridades paquistaníes evidencian algo profundo acerca de la debilidad de la superpotencia y de su incapacidad a la hora de alterar el guión. Bin Laden dijo célebremente que cuando la gente ve un caballo débil y un caballo fuerte, escoge de forma natural el caballo fuerte. Meterle una bala entre los ojos es buena forma de hacerle saber cuál de los papeles interpreta. Pero la rutina del caballo fuerte y el caballo débil es cuestión de percepción. El 12 de septiembre de 2001, el general Musharraf pidió a Colin Powell, entonces secretario de Estado, que le llamara más tarde porque estaba reunido. Los funcionarios pusilánimes no estaban de humor para el numerito de «me estoy lavando el pelo» de Musharraf, y, cuando cogió el aparato se le informó de que Administración Bush iba a «devolver a Pakistán a la Edad de Piedra a bombazos» si no cooperaban con los norteamericanos. Musharraf llegó a la conclusión de que Washington hablaba en serio.

Si el Gobierno telefonea ahora a Islamabad, los paquistaníes les agradecerán la llamada cortésmente y les dirán que ya hablaremos en seis meses. Ellos creen tener cogida la distancia a la superpotencia. Piensan que EE UU gasta montones de dólares en sistemas tecnológicamente avanzados que pueden alcanzar cualquier punto del planeta pero no tiene las agallas para cambiar la realidad sobre el terreno. (...) En otoño de 2001 sobre la caída de los talibanes, Thomas Friedman, el cerebro de la casa en el «New York Times», ofrecía este análisis de dibujos animados: «A pesar de todo el revuelo, es una guerra entre los Picapiedra y los Supersónicos, y ganan los Supersónicos y los Picapiedra lo saben». Pero, ¿y si no? Los Picapiedra se replegaron a sus cavernas, esperaron un tiempo, y una década más tarde los Supersónicos están desesperados por negociar su salida.(...)

Ése es el motivo de que los peces gordos paquistaníes protegieran al enemigo mortal de América y de que supieran que podían hacerlo con impunidad. Bin Laden era un saudí con dinero, y de esos hay muchos financiando una y otra cosa por el sur de Asia, los Balcanes y hasta por Dearborn, Michigan. En comparación con sus compatriotas, Osama estaba derrochando su dote. En un largo artículo del «Spectator», escribí: «El del hijo es solamente un modelo curiosamente avanzado del tonto útil que cogió la fortuna de su padre y la metió en un agujero en el suelo literalmente». Mucha política estadounidense fue detrás. Una década más tarde, nuestras tropas recorren Afganistán «ganando las mentes y los corazones» y siendo abatidas por los mismos policías y los mismos soldados que hemos pasado años entrenando. En EE UU, cada aeropuerto municipal tiene al menos una docena de agentes de la Agencia de Seguridad del Transporte oliendo la ropa interior de escolares. Mientras tanto, en la ONU, la UE, o la Organización de la Conferencia Islámica, así como la Primavera Árabe, la islamización del mundo sigue adelante. Millones de musulmanes apoyan el objetivo de Bin Laden, la sumisión del mundo occidental al islam, pero a diferencia de él, ellos entienden que estrellar aviones de pasajeros contra edificios es totalmente innecesario para lograrlo. ¿Ganarán los Supersónicos con cacharros tecnológicos en el mundo de los Picapiedra? Los paquistaníes están muy seguros de conocer la respuesta.

Mark Steyn
Periodista del «New York Sun» y escritor. En septiembre de 2011 publicó este artículo, que reproducimos ahora por su interés