Sevilla

Otra guerra para Zapatero

La Razón
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La comunidad internacional decidió intervenir en el conflicto libio cientos de muertos después. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución en contra de Muamar Gadafi que contempla su salida del poder, una zona de exclusión aérea y «la toma de todas las medidas necesarias para proteger civiles». La iniciativa internacional volvió a demostrar las divergencias de fondo en el tratamiento de la crisis, pues, si bien el acuerdo impulsado por Francia y Reino Unido salió adelante, lo cierto es que China, Rusia, Brasil, India y Alemania se abstuvieron. Ni siquiera Europa mantiene una posición común –Berlín no comparte la necesidad del ataque–, aunque el Gobierno español sostenga lo contrario. La amenaza de la OTAN provocó un movimiento táctico de Gadafi, que declaró un alto el fuego y la asunción de la legalidad internacional, pero el escepticismo de las cancillerías ante el personaje está justificado por su historial de falsedades.

España anunció que participará en la misión de guerra contra Libia. El presidente del Gobierno confirmó una «contribución importante» de nuestro país, que Defensa concretó en las bases aéreas de Rota (Cádiz) y Morón (Sevilla), así como en medios navales y aéreos. La determinación de Zapatero es tal que el Ejecutivo admitió que las fuerzas se podrían poner en marcha antes de que el Congreso aprobara la operación, como contempla la Ley de Defensa Nacional. Rajoy anunció con buen criterio su receptividad al acuerdo de los aliados.

El propósito final de esta medida es inobjetable, porque pretende acabar con un régimen criminal y terrorista y proteger a la población civil de las atrocidades del dictador. Pero en este momento es también oportuno recordar que ese encomiable fin propició otras intervenciones internacionales como la de Irak contra Sadam Hussein. Se mire como se mire, los argumentos de fondo son idénticos: acabar con un tirano y amparar a millones de ciudadanos inocentes. Entre ambas contiendas, el presidente y el Gobierno del «No a la guerra» han experimentado una reveladora evolución. Rodríguez Zapatero irrumpió en la presidencia con la retirada de Irak y está a un año de abandonar el poder con tropas españolas en Afganistán, Líbano, Índico y Libia, entre otras zonas. La metamorfosis es evidente pese a que los socialistas pretendan edulcorar ese historial bélico con referencias propagandísticas como misión humanitaria. Ese deambular errático no ayuda a generar credibilidad ni confianza, condiciones indispensables de una política exterior seria.

El ataque a Gadafi que se avecina demuestra también la hipocresía internacional. Libia no es la única dictadura de la zona ni del mundo. En la misma o similares circunstancias se encuentran Yemen, Bahréin, Arabia Saudí, Argelia, entre otras. Los derechos humanos son pisoteados en esos países por autocracias o teocracias, pero nadie mueve un dedo para evitarlo. El petróleo es una razón que explica la doble moral de Occidente con un proveedor principal como Libia, lo que demuestra de nuevo que los principios sucumben en ocasiones ante la «real politik», lo que no es como para sentirse orgulloso.