
Exposición
Calor en escabeche por José Luis Alvite

Alguien me anima para que me sobreponga al calor y escriba mi columna. Yo le agradezco sus ánimos y le digo que con esta temperatura lo más decente que se le puede ocurrir a un hombre es salir a la calle, comprar un rifle y cargarse a alguien que le ahorre el esfuerzo de buscarlo gracias a que pase cerca. Cuando era adolescente, un viejo profesor de literatura me dijo que sería casi imposible encontrar un ápice de talento en cualquier esfuerzo que de manera inmediata produjese sudor y que eso explicaba que los grandes músicos, los pintores egregios y los escritores más deslumbrantes fuesen en cambio incapaces de algo tan sencillo como partir leña para la chimenea. Resulta sorprendente el ánimo de los sevillanos resistiendo con una sonrisa temperaturas por encima de los 40 grados. Parece imposible que con ese calor no se les seque el sudor en el instante mismo de asomar en sus frentes. Hay quien cree que los países meridionales son menos desarrollados por la indolencia que produce el calor. Podría rebatirse la teoría, pero creo que por encima de los treinta grados sólo funciona medianamente bien el fuego. Claro que también es cierto que hay manifestaciones artísticas que se agudizan a partir de la furia desatada y creativa que surge del calor a la intemperie. Los pintores impresionistas buscaban en el sol la vibración de los colores y la palpitación de la vida. Y sobre todo, con el calor se propaga el aroma de las flores, se excitan las pasiones y entre los mirtos yertos de los cementerios abandonados menstrúan en escabeche los difuntos. En mi infancia las mujeres se refugiaban del sol en la novena. Y el seseo de sus oraciones refrescaba mi cabeza como si en alguna parte perdiese agua la cisterna de un retrete…
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