Estados Unidos

Sociedad civil

La Razón
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Las sociedades protestantes, aquellas en las que triunfó el protestantismo, tienen serias carencias en cuanto a lo que llamamos cohesión social, o capital social. En realidad, la base de esta cohesión en las sociedades protestantes es la religión. En cuanto falla la religión, como falló a principios del siglo XX y como está fallando desde hace algunas décadas, todo se derrumba. Hemos vuelto a verlo en Inglaterra estos días. El genio de los norteamericanos consiste en haber preservado la religión en su vida, la privada y la pública, gracias a lo cual el lazo social no ha llegado nunca a deshacerse, al contrario. Si alguien quiere imaginar lo que debe de ser el infierno, no tiene más que pensar en unos Estados Unidos sin religión…

En los países en los que se preservó mayoritariamente la fe católica, la sociedad ha conseguido salvaguardar elementos de cohesión que permiten al individuo no encontrarse nunca –en general, claro está– completamente aislado. Siempre se puede recurrir a alguien, y la vida de uno mismo siempre es importante para otra persona. Una de las grandes virtudes del catolicismo es su capacidad de integración, su genio particular para hacernos comprender que en ciertas cuestiones básicas somos todos uno y que lo más importante es saber compartir lo que tenemos con aquellos con los que ya compartimos lo esencial. Por eso mismo, el catolicismo ha contribuido a crear sociedades plurales, pero no segregadas, y además trabadas, resistentes, de una vitalidad extraordinaria.

La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid parece una viva demostración de estos hechos, que tantas veces olvidamos, extraviados como estamos en obsesiones autocríticas. La JMJ, que mueve a más de un millón de personas y con un presupuesto de unos 50 millones de euros, no tiene más apoyo del Estado que aquel que corresponde a cualquier acontecimiento que tenga lugar en el espacio público. La financiación es íntegramente privada, conseguida por medio de patrocinadores y de particulares que han aportado su propio dinero.

Cuando no llegaba el dinero, la JMJ ha movilizado tesoros infinitos de energías personales voluntarias y de asociaciones de todo tipo, en actividades que van desde el rezo hasta la distribución de agua, pasando por las redes sociales, las cuestiones legales, la publicidad o el marketing.

Todo este inmenso esfuerzo, tan sofisticado, ha sido coordinado por una organización mínima, sin burocracias pesadas, que no ha costado nada al contribuyente y que se disolverá una vez acabados los acontecimientos. Si alguien está pensando en un modelo de sociedad civil autónoma y vibrante, este es uno de los mejores ejemplos imaginables. Como tal, señala algo que no deberíamos olvidar, y es que ante los problemas a los que nos enfrentamos en una mutación económica, social y cultural tan gigantesca como la que estamos viviendo, los instrumentos a los que podemos recurrir no son exclusivamente políticos. Los hay, y muchos, tanto o más importantes que esos. El ejemplo que estamos dando los españoles estos días es muy relevante.