Europa

San Bartolomé

La primera bancarrota de España por César VIDAL

El 7 de mayo, el país entró técnicamente en bancarrota. No faltan los paralelismos históricos con la primera que sufrió Felipe II en 1557

Felipe II confió tapar el agujero subiendo impuestos
Felipe II confió tapar el agujero subiendo impuestoslarazon

En 1555, Carlos I de España y V de Alemania se veía obligado a reconocer la libertad religiosa que se implantaba, con matices y limitaciones, en el Imperio alemán. Quizá convencido de que aquella conquista del protestantismo significaba el final de sus proyectos imperiales, Carlos I repartió su herencia entre un imperio que pasó a manos de su hermano Fernando y una monarquía española que recayó en su hijo Felipe. La herencia española incluía no sólo la Península y los archipiélagos sino también el sur de Italia, Flandes y, sobre todo, los territorios americanos. Sin embargo, llevaba aneja una fabulosa deuda de veinte millones de ducados. Así, en 1557, al poco de ser coronado Felipe II, la Corona hubo de suspender los pagos de sus deudas declarando la primera bancarrota. En teoría, Felipe II tendría que haber aprendido la lección tras esa crisis y haber saneado las cuentas de la monarquía. Sucedió todo lo contrario. A su fallecimiento, España había sufrido otras dos bancarrotas y además la deuda que dejó a su hijo era cinco veces superior a la recibida por él de su padre. Las razones para ese desastre resultan, a día de hoy, bien reveladoras.La primera fue que Felipe II confió en poder tapar el agujero que se había creado aumentando los impuestos de manera, por añadidura, carente de equidad. Los ingresos de la Corona se doblaron al poco de llegar Felipe II al poder, y al final de su reinado eran cuatro veces mayores que cuando comenzó a reinar, pero Castilla pagaba cuatro veces más impuestos al final del reinado que al principio y además el sistema impositivo afectaba desigualmente a los otros territorios del reino. Así, los habitantes de la Corona de Aragón no sólo pagaban menos impuestos que los de Castilla, sino que además aquéllos se empleaban internamente. Respecto a Italia, los ingresos se destinaban a su propia administración. Poco puede sorprender que, con semejante sistema, Castilla quedara destrozada y el resto de España se malacostumbrara a contribuir menos a las cargas de la monarquía.En segundo lugar, Felipe II multiplicó los gastos por razones solamente de puro sectarismo ideológico. El deseo por mantener la unidad confesional en su reino fue común a la mayoría de los soberanos de la época, pero Felipe II – siguiendo una tradición que venía de finales del siglo XV– fue incapaz de flexibilizar ese deseo amoldándolo a los intereses nacionales. Así, Francisco I y Enrique IV de Francia eran reyes católicos, pero supieron otorgar una tolerancia limitada a los protestantes para evitar, de ese modo desgarros nacionales. Los pasos atrás en esa política – como la Noche de San Bartolomé en que fueron asesinados decenas de miles de protestantes franceses– fueron considerados fundamentalmente como errores políticos de especial gravedad. La misma Isabel I de Inglaterra, cabeza de la iglesia anglicana, pudo castigar a los conspiradores católicos que pretendieron derrocarla, pero también concedió cierta libertad de culto a los leales.

Costosas guerrasFelipe II, por el contrario, no sólo extirpó el protestantismo de España a sangre y fuego sino que decidió hacer lo mismo en el resto de Europa. Las consecuencias fueron un conflicto interminable en los Países Bajos; un enfrentamiento absurdo con una Inglaterra que podría haber sido su aliada y una intervención estéril en Francia. A diferencia de lo sucedido en Lepanto, todos los episodios fueron costosos; acabaron en fracaso y hundieron la economía. En tercer lugar, al lograr Felipe II mantener a España fuera del influjo de la Reforma, se cristalizó una mentalidad distinta de la que se dio en las naciones protestantes. Mientras el norte protestante se lanzaba a la aventura capitalista movido por el espíritu de empresa, en España el sueño era entrar al servicio del Estado o de la Iglesia. Cuando se tienen en cuenta la errónea política fiscal, el despilfarrador sectarismo ideológico y la mentalidad nacional más dada al funcionariado que a la empresa se comprende no sólo aquella primera bancarrota sino, muy posiblemente, también la actual.