Estreno

El espectador emancipado

Rancière vuelca su pasión por el séptimo arte en «Las distancias del cine»«Las distancias del cine»Jacques RancièreEllago ediciones174 páginas, 20 euros.

La Razón
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Jacques Rancière pertenece a la horda de filósofos que, siguiendo la plateada estela de Gilles Deleuze, han decidido tomarse en serio el análisis fílmico. Otros compañeros de batallas en la platea son Didi-Huberman o Jean-Luc Nancy, pero quizá Rancière está más cerca de Serge Daney y Alain Bergala, en la medida en que sus argumentos teóricos siempre ponen en evidencia su vínculo natural con la experiencia íntima del cine, con su experiencia como «espectador emancipado», para usar una expresión cara a la filosofía de la imagen del autor de «Los nombres de la Historia». Se trata de buscar una política del cine, que no de entender lo político como calificativo del cine. Y para Rancière, como para Deleuze (y también para Godard), esa política se esconde en las distancias, si nos centramos en la coordenada espacial o en los intervalos, si lo hacemos en la temporal. Todo ocurre en ese «entre imágenes» del que hablaba Raymond Bellour, que es el de la mirada del espectador, que puede imaginar planos que no existen en una película que adora, y es lícito que lo haga.

Dice Rancière que nunca ha enseñado teoría estética del cine. Por eso no le gusta tanto hablar de teoría como de «fábula cinematográfica», otro título de su extensa bibliografía, porque todo se mezcla con lo vivido, la experiencia del recuerdo con su percepción.

Filmar el pensamiento
Pocos exhiben el desparpajo teórico para reconocer sus errores –Rancière tuvo sus reticencias ante «Europa 51» en una primera visión– y para poner una pica en Flandes cuestionando la que debe de ser la obra maestra incontestable de Hitchcock, «De entre los muertos». Pocos pueden combinar el rigor con que se habla aquí de la obra de Vincente Minnelli para reivindicar poco después la apuesta por la hibridez de lo real y lo ficticio en el cine del portugués Pedro Costa. Pocos han abordado la televisión didáctica de Rossellini o las películas secretas de Straub-Huillet con la inteligencia de quien sabe lo difícil que resulta filmar el pensamiento, dar forma a la palabra hablada. Hay la pasión de la cinefilia en los magníficos escritos de Rancière, dominada por los argumentos de un hombre que ve más allá de lo que ve, y sabe guiarnos en ese viaje.