Estados Unidos
Seguridad nuclear en Japón
Los daños causados por el violento terremoto en la central nuclear de Fukushima-I han sembrado la alarma en Japón y la lógica preocupación en el resto del mundo, de ahí que numerosos países, España entre ellos, sigan de cerca la evolución de los acontecimientos a través de sus agencias de seguridad atómica. El grado de incertidumbre aumentó después de que una fuerte explosión hiriera a cuatro empleados de la central y destruyera una torre de suministro eléctrico. Los datos oficiales limitan los fallos al sistema de refrigeración, pues la estructura del edificio y la integridad de la vasija que alberga el núcleo radiactivo habrían resistido incólumes la embestida. Para contrarrestar la presión generada por el aumento de temperatura, los técnicos han liberarado a la atmósfera pequeñas cantidades de vapor radiactivo no dañinas para las personas. Como es natural, el Gobierno japonés ha restado dramatismo a la situación, aunque siguiendo los protocolos internacionales para un accidente de nivel 4 en una escala de 7, ha procedido a evacuar a la población (unas 45.000 personas) en un radio de 20 kilómetros, ha desplazado personal especializado a la zona y ha suministrado yodo a los posibles afectados. La cuestión clave durante las próximas horas es la restauración del suministro eléctrico que permita activar el sistema de refrigeración. Las autoridades japonesas, que están recibiendo ayuda de Estados Unidos, dan por descontado que lograrán controlar la temperatura del núcleo y restablecer los valores normales. En todo caso, los tres reactores que estaban activos, de los seis que tiene Fukushima-I, han sido paralizados. Sería estúpido negar que las averías causadas por el terremoto, de 8,9 grados de intensidad, son relevantes y potencialmente peligrosas. Pero es más estúpido aún concluir, como han hecho algunos ecologistas de guardia que disparan apresuradamente contra todo lo que se mueve, que asistimos al accidente más grave de la historia nuclear después de Chernóbil. Aparte de recordarles a estos profetas de la catástrofe que aquel siniestro se produjo en los estertores de la dictadura soviética, tan ejemplar para el ecologismo de la época, y fue causado por la negligencia de unos funcionarios corruptos, convendría subrayar algunos datos de cómo las centrales nucleares han resistido mucho mejor que otras instalaciones estratégicas, como las refinerías y depósitos de combustible, la virulencia de uno de los mayores terremotos registrados en la historia. Japón, que es la tercera potencia nuclear del mundo, dispone de 54 reactores, pero sólo dos han sufrido daños por el seísmo. Las centrales Fukushima-I y II tienen 40 años de antigüedad y fueron diseñadas para soportar temblores de hasta 7,5 grados, por lo que han superado la prueba más extrema, sobre todo si se tiene en cuenta que eran las más próximas al epicentro. La conclusión no puede ser más favorable para unas instalaciones que, pese a no ser de última generación, han resistido el más brutal terremoto padecido por el país. Que exista cierta inquietud por las fallas producidas es muy comprensible, pero de ahí a poner en cuestión la energía nuclear, como están haciendo los que pescan en río revuelto, media un abismo.
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