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Ir sumando crisis

La Razón
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Los más o menos dramáticos acontecimientos del Sáhara y la tan prudente actitud del Gobierno alejaron al ciudadano por algunos días del problema fundamental que está viviendo Europa y casi todo Occidente, salvo aquellos pocos países, calificados de emergentes, aunque antes interesaran tan sólo por su exotismo, colorido y playas soleadas, como Brasil. Walt Disney, en su tiempo, con la colaboración de Xavier Cugat, consiguió no sin esfuerzo ponerlos de actualidad y fueron descubiertos y aprovechados por los yanquis de entonces. Parecía ahora como si hasta Europa–España podría resultar otro cantar- fuera saliendo de una crisis de doble vuelta, iniciada en el ámbito financiero, aunque posteriormente habría contagiado a todo el sistema productivo. Pero Angela Merkel, reelegida triunfalmente por su partido, lleva a Alemania por la buena senda, también a costa de los países del sur, que no hacen sino entorpecer la ascensión económica de una Europa cada vez más irreconocible. Hay economistas que dudan ya hasta de la viabilidad del euro, nuestro gran y perverso invento. Pero de aquel terremoto que se iniciara en Wall Street hace años van siguiendo réplicas y los mercados andan muy inquietos porque asoma, siempre a lo lejos, la oreja de una China amenazante en el comercio exterior y todavía escasamente consumista, aunque se autocalifique de comunista. Sin embargo, por preocupantes que sean las réplicas de la Gran Crisis (no sé si llegará a Depresión, como se calificó la de los años treinta del pasado siglo), lo más grave es la situación en la que se encuentra la Unión desunionizada Europea, de la que nos vanagloriamos tanto como del euro. Alemania ha anunciado ya que va a conducirnos por la buena senda y aquel o aquellos países que se desmanden habrán de verlas moradas. Los indicios resultan casi escalofriantes. Los mercados –dueños y señores de nuestras almas y haciendas– van a por los pequeños (para que aprendan los nacionalistas a ultranza): primero fue Grecia y ahora Irlanda (aunque se resista) y puede ser que siga Portugal que intenta aún parecer respetable. Si el proceso siguiera con España e Italia podría surgir un caos del todo imprevisible. Porque aquella Europa cultural, unida y fraternal que imaginaron los padres fundadores, incluso el general De Gaulle, se ha convertido en algo así como un sálvase quien pueda. En primer lugar está el euro, casi «germanoeuro», que nos llegó hasta época reciente y democrática con tanta ilusión. Parte de nuestros gastos colectivos estaban ya pagados. Tal vez regresemos a la infame peseta viendo cómo las gasta el mundo mundial. Pero, de momento, ni siquiera Turquía se ha echado atrás para entrar en el Círculo Mágico, la Unión Europea. Pero si Occidente se caracterizaba por un progreso ideal indefinido, sacudido de vez en cuando por guerras tremebundas o países en descomposición moral y política, ahora podemos advertir que la codicia es nuestro signo, aunque este pecado lleve en sí mismo la penitencia. El europeo contemporáneo se había acostumbrado a vivir ya en la inestabilidad en distintos órdenes, pero lo que se nos anuncia es una reiterada serie de crisis económicas. Porque habrá más y tal vez aún más graves, como profetizó el alcalde madrileño Ruiz Gallardón hace pocos días, ajeno aún a cualquier polémica electoral. Y tampoco podremos evadirnos de los flujos migratorios, porque los necesitamos.
La sensación de un progreso que nos diferenciaba de Oriente está desapareciendo. Muchos ciudadanos añoran el pasado y desconfían del futuro. Andamos, pues, descolocados, desorientados, empobrecidos y al albur de lo que otros pueden decidir por nosotros. Los Mercados y los suyos son implacables y aquellas diferencias sociales entre clases sociales, que creímos que tendían a disminuir, se incrementan. Reaparece el hambre, incluso entre los niños, tan próximo. No hace falta ir a África para descubrir escenas que han de mostrar, una vez más, que tampoco podemos evadirnos de una mala conciencia colectiva. Tal vez sea éste un signo de la civilización contemporánea o quizá las nuevas tecnologías permitan sortear toda clase de dificultades y nos permitan entrar en masa en los paraísos terrenales prometidos. De momento, la vida se nos antoja una suma interminable de crisis de distintos órdenes, aunque nos afecte más el económico, del que tantas cosas, respetables o no, dependen. La difusión de los remedios sicológicos puede evitar el regreso a aquella angustia metafísica que descubrió Kierkegard y que alimentó el pensamiento de Unamuno. En una civilización, regida por Don Dinero, no hay peor crisis ni otra posibilidad que abandonar la filosofía consumista que nos ha caracterizado en las últimas décadas. Oteamos un mundo nuevo, fruto de las desdichas del de hoy, global a todos los efectos. Nada humano podrá sernos ajeno. Mientras tanto, podemos alegrarnos con lo de que el flamenco, los «castells» o el mallorquín «Cant de la Sibil.la» sean elegidos Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Por desgracia, lo que cuenta sigue siendo lo material hasta la médula. De espíritus andamos ya sobrados, como de héroes partidarios y redentoristas.