Nueva York

Fleming vs Netrebko

Coinciden en la cartelera neoyorquina como Desdémona y Adina

La Razón
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La semana pasada pudo verse en los cines de media España «Elixir d'amore» con Anna Netrebko y el 27 llegará «Otello» con Renèe Fleming. No es una casualidad que las dos divas del Metropolitan se encuentren simultáneamente en la cartelera neoyorquina. Peter Gelb, intendente del teatro, aplica toda su ciencia para conseguir mantener el estatus del coliseo a pesar de la crisis, y la competencia entre las dos divas es una de sus armas. De hecho, ha sido uno de los medios más empleados por las óperas para arrastrar la afición a sus taquillas. En la Scala sucedió con Callas y Tebaldi o con Del Monaco y Di Stefano, en el mismo Met con Pavarotti y Domingo, y en el antiguo Teatro Real fueron célebres los enfrentamientos entre los de Gayarre y los de Massini allá por 1887. Es curiosamente una herramienta olvidada por este teatro en la que debiera pensarse en estos tiempos amargos. Tampoco son fáciles las cosas en Estados Unidos: hay óperas que cierran y orquestas que se ponen en huelga ante los drásticos ajustes presupuestarios. Pero el Metropolitan ha de permanecer en la cabeza como ha de hacerlo el Real, aunque los efectos de la crisis se vean en ambos teatros. Los acomodadores brillan por su ausencia, el personal en guardarropía anda un tanto escaso y, lo que es más inconcebible, con frecuencia hay una sola taquilla abierta para atender a los clientes, que deben soportar una colas que no se corresponden con el precio que han de pagar por las entradas. Pedir una renovación de las toilettes, absolutamente costrosas, resulta vano. Sin embargo, no es lógico que quien paga 450 dólares se encuentre con algo bien parecido a las letrinas militares.

Se expresa estos días desde fuentes oficiales que nuestros teatros van a tener que aproximarse a los americanos en su financiación, pero esto no es algo fácil. En EE UU existe entre las clases pudientes la idea de devolver a la sociedad una parte de lo que ésta les ha hecho ganar al margen de los impuestos. Las fundaciones de los Jobs o Gates no son algo nuevo, sino que responden a una recio arraigamiento con sagas familiares ya célebres como los Rockefeller o los Fisher. Hasta Soros, considerado gran especulador, es hoy importante filántropo. ¿Cuál de nuestras grandes fortunas es conocida por sus obras benéficas? ¿Cuál es la actividad filantrópica, por ejemplo, de Amancio Ortega, el tercer hombre más rico del mundo? En España se ve mal a los ricos y estos quieren la menor publicidad posible, ni siquiera la que conllevaría la obra social. Se ama el poder desde el anonimato. Jesús Polanco fue un desconocido hasta que tuvo que pisar la Audiencia. La riqueza de los otros no supone un estímulo sino que ser rico está mal visto, porque la envidia es deporte nacional como la ley del mínimo esfuerzo domina en todas las áreas. Y como, lo queramos o no, ésta es la conciencia social que nos han transmitido algunos políticos, será imposible formar una relación de miles de donantes como la que figura en los programas de mano del Met, por cierto gratuitos. Desde luego, porque además tampoco el PIB español es comparable al americano, jamás encabezará esa lista alguien que, como los familia Ziff, done 50 millones.
Cuando se ve la reacción del público ovacionando nada más levantarse el telón el impresionante segundo cuadro del segundo acto de la «Turandot» de Zefirelli, o también el monumental y luminoso acto segundo de «Otello», de Moshinsky, queda claro el motivo por el que patrocinadores como la célebre, ya fallecida, Sybil Harrington exijan a los registas ciertas estéticas. Quieren ver que su dinero se emplee en algo que cause admiración, no que sea incomprensible para la mayoría. Por eso fue un absurdo que la New York City Opera contratase a Mortier y por eso el contrato terminó antes de empezar. Nuestros teatros han de tomar nota, porque habrá consecuencias artísticas si no hay más remedio que acercarse al modelo americano. Una de ellas será inevitablemente, pero también afortunadamente, la revalorización del cantante porque él, la belleza de la puesta en escena y el director de orquesta es lo que atrae al público y al dinero del patrocinio.

Volvemos al inicio. En el Met, con una temporada de casi 40 títulos, se ofrecían en 5 días sucesivos «Carmen», «Trovatore», «Turandot», «Otello» y «Elixir d'amore», con Fleming como Desdémona y Netrebko como Adina. No ha habido triunfadora ni perdedora, sino que quedaron en altísimas tablas. Ver y escuchar a ambas es un placer. La primera, que no tiene la voz verdiana ideal, admira por su musicalidad y elegancia, aunque en momentos parezca cantar Strauss. La perspectiva histórica no debe perderse y ella es una Desdémona en la línea de Kiri Te Kanawa. La segunda encontraría su paralelo en Anna Moffo. Voz con mayor proyección que Fleming, bien manejada técnicamente y una apabullante presencia escénica, aunque las agilidades de Adina empiecen a resultar un punto peligrosas para el peso que ha adquirido la voz. Junto a ellas es obligado resaltar el contraste entre la filigrana de Matthev Polenzani en la «Furtiva lacrima» y la rudeza del «Credo» de Falk Struckmann como Yago. La gran obra cómica de Donizetti frente a la gran obra seria de Verdi, en la que sin embargo anuncia bien a las claras –dúo de Yago y Cassio– la que habría de ser su gran ópera cómica: «Falstaff». Habrá que parecerse, pero ¡qué lejos queda hoy Nueva York!