Literatura

Estados Unidos

Pynchon ríe detrás de la máscara

Cambiando de registro, el escritor publica una novela negra cargada de humor, «Vicio propio». Además, se editan en España un pequeño ensayo que arremete contra el escritor y una novela con prólogo de su puño y letra.

De Thomas Pynchon sólo se conserva alguna imagen de sus años de juventud en la Marina. En la imagen, en un capítulo de Los Simpsons
De Thomas Pynchon sólo se conserva alguna imagen de sus años de juventud en la Marina. En la imagen, en un capítulo de Los Simpsonslarazon

La lectura de la obra de Thomas Pynchon es para muchos una frustración, una carrera a oscuras con el barro hasta las rodillas a través de una media del millar de páginas cargadas de referencias, anécdotas que aparentemente no conducen a ninguna parte, cambios de narrador y temas a veces ordinarios, a veces el mismo Holocausto. Del autor de «El arco iris de la gravedad», del que sólo se conservan fotos de su juventud en la Marina por su alergia a los medios de comunicación, se publica en marzo en España «Vicio propio» (Tusquets), en la que el esquivo novelista cambia de registro. La historia de esta novela la cuenta un investigador cejijunto, canijo, peinado a lo afro, con una memoria vaporosa por el exceso de marihuana en el colorista Los Ángeles de los años sesenta.

Buscar a un desaparecido

Doc Sportello, así se llama, deberá seguir la pista de una desaparición que no hace más que enredarse. Hippies, surfistas, policías corruptos, los resultados impredecibles del consumo de LSD, incluso una especie de embrión de internet y de «proto hackers», masajistas políticos y camellos... pero, en esencia, Pynchon se ha atrevido con una novela negra. Incluso algún crítico la ha calificado de «El gran Lebowski» (película de culto de los hermanos Cohen) convertida en novela. «Uno de los escritores más tercos y oscuros de América ha creado la mejor lectura de playa», escribía Tim Martin en «The Telegraph», en una línea similar a Rodrigo Fresán, que ha dicho que esta obra es una especie de «Pynchon de vacaciones», aunque enseguida amatiza: «Es el mismo trabajador Pynchon de siempre». Por primera vez, un libro accesible.

Este «trabajador» Pynchon es el que saca de quicio a Rubén Martín G., que acaba de publicar «Thomas Pynchon, el escritor sin orificios» (Alpha Decay), después de intentar releer «El arco iris de la gravedad», la que para muchos es la obra cumbre del neoyorquino. «Y solamentelo conseguí enfadarme», dice por teléfono. «De ahí nace el libro, del malestar por releer una obra que nunca llegas a comprender, por no saber si escribe para sí mismo o para que los demás disfruten, de pensar incluso que escribe para hacernos daño», afirma. En el límite con el insulto y la provocación directa, Martín entra en el problema literario que Pynchon creó hace unas décadas con «El arco iris...» y no se ha ocupado de resolver: el vasto mundo de las referencias en sus tramas, que saltan de la química a la religión, y de las matemáticas a la literatura, que cambian de narrador y de escenario de forma aparentemente arbitraria... ¿le condena a ser leído fingidamente? ¿Podría ser ésa una causa de su cambio de registro? «Creo que en su obra no se puede despreciar una falta de capacidad para generar entretenimiento bastante accesible: hay ratas que se mueren de ganas de comulgar, cazadores de cocodrilos en los subsuelos de la ciudad...», comenta Ana S. Pareja, editora de Alpha Decay, que también admite que Pynchon cae («y me interesa como su aportación literaria») en esos agujeros negros disparatados y dedica «extensiones descomunales a a motivos ordinarios, y la sabiduría con que los abandona, y la falta de oportunidad con que a veces no los abandona». Ese debate sigue ahí desde 1976, cuando ganó el National Book Award, el galardón literario más prestigioso de Estados Unidos junto al Pulitzer y que fue a recoger en su nombre un payaso. Porque antes el jurado del Pulitzer había vetado la misma novela al considerarla «ilegible y sobreescrita».

En todo caso, en opinión de Martín, el neoyorquino es un tipo «maquiavélico que no duda en utilizar chistes malos» que le provocan «ganas de escribir una cadena de insultos». Aunque después de dedicarse por entero a su obra unos años, «el odio ha empezado a desvanecerse y he terminado cayendo a sus pies», dice entre risas. Ha llegado a la conclusión de que la suya es «una personalidad especial de la que sólo pueden surgir historias especiales. Quería ser ingeniero y escritor. Eso quiere decir que es un trabajador incansable y disciplinado». ¿Será un misántropo? «No lo creo, seguramente ha llevado hasta el límite su negativa a las entrevistas y ahora no puede dar marcha atrás. Es un genio, lo sabe, y no necesita hablar para demostrarlo», añade.

Epopeya de forajidos

Del escritor neoyorquino, que lleva apenas siete novelas en 46 años de trayectoria literaria, llega una tercera perla a España este año, aunque sea en forma de recomendación. Alpha Decay ha publicado también «Stone Junction. Una epopeya alquímica» (1990), de Jim Dodge, que Pynchon prologa y recomienda por ser «una epopeya de forajidos para nuestra propia era tardía de romanticismo corrupto y honor defectuoso». Ésta es una pynchoniana historia sobre aprendices de magos, gurús de las drogas, ladrones de cajas fuertes, magos del póker y una búsqueda metafísica. Como ven, bastante en la línea con el enloquecido argumento de la nueva novela de Pynchon, «Vicio innato», pero anterior a ésta. «Me fascinan las novelas que presentan personajes que viven experiencias extraordinarias, camuflados en la sociedad, pasando desapercibidos como ‘‘personas normales''». Este libro plantea la posibilidad de una vida inserta en la sociedad actual pero completamente fascinante», explica Pareja. Una vida normal como la que lleva Pynchon bajo la máscara del anonimato. «No pienso volver a leer nada suyo en mucho mucho tiempo. Sólo haría una excepción. Me encantaría que escribiese una autobiografía, aunque estuviese llena de ficción, en la que contase cuáles eran sus recuerdos de la infancia. Por una vez, me interesaría más el autor que sus textos», dice Rubén Martín.


Sin rastro de su rostro
Tras el fallecimiento de Salinger («El guardián entre el centeno») este año, el trono al escritor vivo desaparecido es para Thomas Pynchon. No hay duda de que es uno de los grandes para la crítica; además, con esta última novela, alcanzó los primeros puestos de Amazon este verano. La verdad es que a Salinger no le hizo ningún bien no ser fotografiado más que aquella vez con el puño en actitud amenazante contra el objetivo. Hay otros escritores ocultos como B. Traven («El tesoro de Sierra Madre» y «El barco de la muerte») del que no se sabe nada, ni siquiera a qué nombre corresponde la «B» inicial ni su nacionalidad. Hay otros como Luther Blisset, que es el seudónimo colectivo que firmó el subversivo libro «Q». Es una obsesión de la sociedad de la imagen ponerle rostro a los autores. Incluso a los del Siglo de Oro. Pero, en el fondo, ¿qué más da? Ni siquiera Matt Groening ha podido poner rostro a Pynchon en «Los Simpsons» (en la imagen). Se le vio en dos episodios y cubría su cabeza con una bolsa de papel.