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Los abusos de la historia

Una paradoja, según explica el historiador británico Eric Hobsbawn, es que «el nacionalismo es moderno pero se inventa una historia y unas tradiciones propias». Las historias que alimentaron y todavía alimentan el nacionalismo se basan en algo que ya existe, en lugar de inventar hechos nuevos.

Los abusos de la historia
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A menudo contienen algo que es verdadero, pero se desvían para confirmar la existencia de la nación a lo largo del tiempo, y alentar las esperanzas de que continuará. Ayudan a crear símbolos de victoria o de derrota: Waterloo, Dunquerque, Stalingrado, Gettysburg, o para los canadienses, Vimy Ridge. Subrayan las hazañas de líderes pasados: Carlos Martel derrotando a los moros en Tours; Isabel I en Plymouth Hoe, enfrentándose a la Armada española; Horacion Nelson destruyendo la flota francesa en Trafalgar; George Washington negándose a mentir sobre su cerezo. A menudo, el nacionalismo toma prestado todo el ceremonial de la identidad religiosa. Pensemos en los monumentos de guerra que se parecen a los de los mártires o a Cristo en la cruz, o los elaborados rituales en días como el 11 de noviembre.

Muchos símbolos y ceremonias que creemos que son de épocas antiguas en realidad se han acuñado recientemene, a medida que cada generación ha ido buscando en el pasado hasta encontrar lo que más se adecuaba a sus necesidades presentes. En 1953, en todo el mundo, aquellos que tenían aparatos de televisión contemplaron con asombro y fascinación los antiguos rituales de coronación: el recorrido de la monarca por todo Londres en la carroza dorada, la solemne procesión hacia la abadía de Westminster, la música, los adornos, el arzobispo de Canterbury con sus ropajes magníficos, la elaborada ceremonia de la coronación. Yo, que era una colegial de Canadá, recibí un folleto que lo explicaba todo. Lo que la mayoría de nosotros no sabíamos era que gran parte de lo que contemplábamos con tanto respeto era una creación del siglo XIX.

Las anteriores coronaciones había sido bastante chapuceras, incluso vergonzantes. Cuando fue coronado el gordísimo Jorge IV, en 1820, su reina destronada, Carolina, golpeaba la puerta. En la coronación de la reina Victoria en 1837, el clero se atrancó en todo el servicio, y el arzobispo de Canterbury tuvo problemas con el anillo, que era demasiado grande para el dedo de la reina. A finales del siglo, el monarca era más importante como símbolo de una Gran Bretaña mucho más poderosa. Las celebraciones reales se volvieron grandiosas y se ensayaron mucho más. Se añadieron algunas nuevas: David Lloyd George, el primer ministro radical de Gales, encontró útil celebrar una ceremonia formal dentro de los antiguos muros del castillo de Caernarfon para nombrar príncipe de Gales al que después sería Eduardo VIII.

Las versiones de la historia

Uno de los símbolos nacionales más famosos es la batalla de Kosovo, en la cual las fuerzas serbias fueron derrotadas por los turcos otomanos en 1389. Según la tradición nacionalista serbia fue tanto una derrota material como espiritual, que contenía en sí misma, sin embargo, la promesa de la resurrección. Para los nacionalistras serbios, la historia está trágicamente clara. Los cristianos serbios fueron derrotados, mediante la traición, por los otomanos musulmanes. La noche anterior a la batalla, el príncipe Lazar, líder serbio, tuvo una visión en la cual se le prometía que podría tener el reino del cielo o bien uno en la tierra. Como buen cristiano eligió el primero, pero la promesa implícita era que algún día la nación serbia resucitaría en la tierra. ¿Salvación espiritual, pues, o terrenal? Lazar murió en el campo de batalla, después de ser traicionado por un Judas, un compañero serbio. Su pueblo, fiel a la verdadera fe, recordó la derrota y la promesa y añoró la restauración del estado serbio durante los siguientes cuatrocientos años.

El problema de esta historia es que no sólo es demasiado simplista, sino que hay fragmentos de ella que no se ven apoyados por las escasas pruebas de las época. El príncipe Lazar no era el gobernante de todos los serbios, sino simplemente uno más entre los diversos príncipes que luchaban por el poder en el naufragio del imperio serbio construido por el príncipe Dusan. Algunos ya habían hecho las paces con los otomanos, y como vasallos del sultán, enviaron tropas a luchar contra Lazar. No está claro que la batalla fuesa una derrota abrumadora para los serbios; de hecho en aquella época se aseguraba que fue una victoria. Igualmente podría haber sido un empate, porque ninguno de los dos bandos reanudó las hostilidades durante un tiempo. Y siguió habiendo un estado independiente serbio durante décadas.

La viuda de Lazar y los monjes ortodoxos empezaron el proceso de convertir al príncipe muerto en mártir de los serbios, curiosamente, al mismo tiempo que su hijo luchaba como vasallo para los turcos. Durante siglos, sin embargo, Lazar y Kosovo fueron símbolos más de los serbios como cristianos ortodoxos y personas que tenían una lengua en común que como nación-estado independiente serbia. La historia se mantuvo viva en los monasterios, junto con gran parte de la cultura serbia, y en los grandes poemas épicos que se fueron transmitiendo durante generaciones. En el siglo XIX, con el despertar del nacionalismo en toda Europa, esa historia resultó fundamental a la hora de movilizar a los serbios para que luchasen por la independencia contra un Imperio otomano deteriorado e incompetente.

FICHA
- Título del libro: «Juegos peligrosos. Usos y abusos de la historia».
- Autor: Margaret MacMillan
- Edita: Ariel
- Fecha de publicación: 4 de octubre de 2010.
- Sinopsis: La historia la escriben los vencedores. Todos los totalitaristas, reyes y estadistas han recurrido al pasado para legitimizarse. Stalin reescribía los manuales de texto de historia para compararse, en un arrebato de egocentrismo, con Iván el Terrible o Pedro el Grande. Hitler se contemplaba como un heredero de Federico I Barbarroja. Este libro comenta cómo la historia ha sido manipulada, tergiversada, politizada o manejada para sacar una ventaja. Para lograrlo se ha recurrido a la mentira y se han suprimido las versiones alternativas sin ninguna clase de complejo. La autora analiza estos casos.