Estados Unidos

Politizar al loco solitario

La Razón
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La tragedia de Tucson (Arizona) es el último episodio de una larga y sombría tradición norteamericana marcada por la relación de locos solitarios o no tan solitarios con las armas y la política. El ataque de un pistolero contra un acto demócrata, en el que murieron seis personas y resultaron heridas otras trece, entre ellas la congresista demócrata Gabrielle Giffords, quien se encuentra en estado crítico, no fue el primero de esas características en la historia del país ni probablemente será el último. Pero las matanzas indiscriminadas ajenas a los círculos políticos tampoco son excepcionales en Estados Unidos. Personajes como Jared Loughner, el supuesto autor de los disparos en Arizona, un individuo inestable con un pasado traumático, surgen cíclicamente en un país habituado a convivir con las armas de fuego. Por tanto, establecer vínculos entre la crispación y las dificultades políticas que atraviesa un país bajo los efectos de una crisis económica importante y el ataque del viernes contra la congresista Giffords no sólo es precipitado, sino que, a estas alturas y sin prueba alguna que avale esa hipótesis, es profundamente equivocado, y un discurso que sólo puede catalogarse de malintencionado. Desde sectores de la izquierda norteamericana y europea, incluida la española, se han hecho lecturas o interpretaciones de lo ocurrido relacionadas con el marcado perfil progresista de la política herida, luchadora fiel a Obama, defensora de la reforma sanitaria y de la reforma migratoria en un Estado como Arizona, inmerso en graves tensiones por su ley contra la inmigración ilegal. Protagonista de un escenario de conflicto con el «Tea Party», con el que mantenía un enfrentamiento que, por supuesto, siempre se mantuvo en los límites de la contienda política. Sacar de ese contexto de pugna ideológica y programática testimonios como el de la ex candidata republicana Sarah Palin, que declaró a Giffords «objetivo político», y alimentar incluso teorías conspirativas, demuestra la degradación de esos medios y hasta qué punto no se duda en bucear en territorios y cloacas impropias de democracias maduras.

Estados Unidos atraviesa tiempos de dificultad, más agudizados si cabe para un país acostumbrado a épocas de bonanza. Un país sumido en la decepción de una nueva etapa, bajo el liderazgo de Barack Obama, que ha sido incapaz de convertir sus promesas en hechos y de responder con soluciones a los problemas de los ciudadanos. La tensión política ha sido y es un hecho. La oposición cumple con su deber de contener y rebatir todo aquello con lo que disiente, pero nada más. No existen conspiraciones ni se alienta la ley del oeste, ni nada parecido.

La tragedia de Arizona es un tremendo suceso que deberá ser investigado y analizado, y que, tal vez sí, sirva para reabrir el debate en Estados Unidos sobre el derecho a portar armas, que, precisamente,tiene en la congresista Giffords a una de sus valedoras. Otros juicios y lecturas ajenas al ámbito de los sucesos se antojan fuera de lugar y producto de oscuros intereses.