Música

Música

Bombón

La Razón
La RazónLa Razón

No tiene la voz de Billie Holliday, ni le llega a los tacones a Diana Dors y, si me apuran, ni al cardado de Donna Summer, pero no hay duda de que Beyoncé le tiene cogido el oído y la vista al gran público y colecciona discos de oro como pendientes y Grammys como prótesis de muelas, encarnando al Vellocino dorado para la industria, con unos gorgoritos que suenan a caja registradora. Pero vaya, a uno le cuesta verla como un mito moderno, como Madonna o Amy Winehouse, y ni siquiera incita al interés que puede despertar una Britney Spears en el desarreglo de los sentidos. Ella es tan perfecta en todos sus ángulos sin fisuras, sus redondeces rotundas, sus exhibiciones de laringe, sus bailes que provocan un movimiento sísmico de hormonas, que no deja de parecer un esmerado producto de fábrica. Incluso cuando se le intentó revestir de un aire de flaqueza humana, hablando de una crisis de anorexia, se hizo difícil de creer, contemplando sus pálpitos mollares, luciendo una figura de bombón sin licor escondido. Su celebrada belleza se diría que está dibujada con compás, ampliando unas curvas sin peligro. Sus conciertos, más que al extravío de las emociones, parece que convidan a una golosa chocolatada. Como actriz tuvo un asomo de especiada perversidad en su papel de Foxxy Cleopatra en «Austin Powers y el miembro de oro», para desaprovecharse después en «La pantera rosa» o la soporífera «Dreamgirls». Habrá que ver el alcance de su saque en el ambiente de época de «Cadillac records». Ayer el espectáculo consistió en comprobar su capacidad para hacer temblar el escenario a golpe de cadera y el nivel de su garganta profunda. Rendidos al poder de la señorita Knowles, que viene a decir sin conocimiento.