Historia

Villaverde

El extravío

La Razón
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Ingresó James Mac Callum en el salón principal del castillo de Rowes, propiedad de su amigo Sir Robert Mac Tembury. Echó algo de menos en el inmenso salón. Al fin, reparó en la ausencia. –Robert, ¿dónde está el piano de cola?–; –un día de limpieza general se perdió–. Para perder un piano de cola hay que ser muy distraído, y Sir Robert Mac Tembury lo era, sin lugar a dudas. Perder un piano de cola es como extraviar un carro de combate en un regimiento acorazado. Más o menos, como perder un submarino en una base naval. Que llega el almirante jefe de la base y pregunta a un capitán de fragata. –¿Está a punto el submarino que se hallaba en fase de reparación?–; –lo está, señor, pero se ha perdido–. Hay cosas que se pueden perder y cosas que no. Las gafas tienen vida propia y se pierden con frecuencia, como las llaves, los móviles y el carné de conducir. Los libros sólo se pierden cuando se prestan y no son devueltos. Don Pedro Sainz Rodríguez poseía una biblioteca mística portentosa, y una buena parte de sus volúmenes procedía de préstamos sin ánimo de devolución. Luis María Anson tiene algún libro mío, y me honra, pero cuando se produjo el préstamo sin retorno me fastidió bastante. Quedarse con libros ajenos es costumbre de personas cultas y decentes. También en mi biblioteca lucen sus lomos libros que prometí devolver después de leerlos y se han adaptado a mi casa como si fueran de la familia. El que pierde libros no es un distraído, sino un ingenuo. Pero perder la roca lunar que los Estados Unidos regaló a Franco y a todos los españoles sí es consecuencia de una grave distracción. La piedra iba incrustada en un bloque plano de madera, con inscripciones en diferentes placas. Un regalo parecido, otra piedra lunar con la bandera de España que llevaron Armstrong, Aldrin y Collins en su nave, se la regaló Henry Kissinger al almirante Carrero Blanco, y su hijo, el también almirante Luis Carrero Blanco, la donó al Museo Naval, por entender que era propiedad de los españoles. Esas rocas pueden alcanzar en las salas de subastas pujas astronómicas. El nieto de Franco y actual Señor de Meirás, Francisco Franco Martínez Bordiú, no tiene la misma sensibilidad que el hijo de Carrero, y ha manifestado que fue un regalo personal a su abuelo, no al pueblo español, y que su madre, la duquesa de Franco, lo ha perdido. De ser así, hay que regañar un poco a la duquesa de Franco, por despistada. Las rocas lunares no se pierden así como así. Además, reconoce que en la década de los noventa, un amigo de la familia hizo averiguaciones para considerar la posibilidad de subastarla. Semejante gestión y la posterior pérdida de la roca lunar abren las puertas de la sospecha. Pudo ser extraviada en la sala de subastas, y eso es un lío, porque a ver quién es el guapo que la encuentra ahora. En esa casa se han perdido demasiados objetos. Que un día visitó el marqués de Villaverde la colección de armas de Alfonso Fierro, y reconoció entre ellas la que le estalló a Franco cuando tiraba palomas en El Pardo. –Esa escopeta es mía–, le dijo el marqués a Fierro. –Pues no. Me la vendió tu hijo–. Es un problema de semántica. Si perder y vender tienen el mismo significado en la familia Franco, esa roca lunar no hay quien la encuentre. Hay que ser más ordenados con las cosas, señores míos.